Concepción del Yaguareté, el pueblo correntino de las 40 capillas
CONCEPCIÓN DEL YAGUARETÉ CORÁ, Corrientes.- Doña Juana dedicó varios años a conseguir la imagen de San Joaquín para acompañar a la de Santa Ana que ya tenía. La vio en un local de Itatí, pero estaba encargada; ninguna otra la convenció. Pasó el tiempo y la logró; hoy está en su casa. De la de la madre de la Virgen María tiene los “papeles ante escribano” que demuestran que hizo “todo bien para tenerla”.
La capilla que cada día Juana limpia y en la que hace sus oraciones, es una habitación de su casa siempre abierta para el que guste entrar. No es la única, hay 39 más que albergan a santos “oficiales” o “populares” y, en cuyas celebraciones, Concepción del Yaguareté se transforma en una fiesta. Asados multitudinarios, música y baile constituyen un circuito alternativo para quien visita este pueblo, una de las entradas a la reserva del Iberá, a 185 kilómetros de la capital correntina.
Es uno de los lugares que la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos “rescatará” para que no se convierta en “fantasma”.
Nadie conoce dónde empezó la tradición. Tal vez cuando, a fines de 1810, los pobladores le entregaron la escultura de San Francisco -su patrono y protector- al ejército de Manuel Belgrano que iba hacia Paraguay. Fue Pedro Ríos, el niño de 11 años oriundo del lugar que la leyenda convirtió en el “Tamborcito de Tacuarí” el encargado de trasladar al santo. Por el peso lo dejó en una estancia, a unos 25 kilómetros de Concepción, donde la gente armó una capilla, todavía en pie.
Dos años demoró el pueblo en designar nuevo patrono; sin la estatua creyeron perder también al protector. La Virgen de la Concepción fue la que, finalmente, tomó la posta. Igual que en aquellos años las historias se repiten; fe y creencias pasan de generación en generación para preservarlas.
Antonio María es un santo popular, pero a Julia, la dueña de la casa donde está su altar, las formalidades la tienen sin cuidado. “La escultura se la dieron a mi abuela. Está hecha de la madera de su cruz, de un árbol de timbú -cuenta-. Mi mamá siguió con la tradición y ahora me toca a mí”.
Paisano que a mediados de 1840 vivió en un islote del Iberá, “sanador” y amigo de los pobres (para los que robaba ganado), pasaba meses recorriendo el estero. En uno de sus regresos encontró a su mujer embarazada; se lo adjudicó al diablo y la mató. La policía lo decapitó, llevó su cabeza a Concepción; desapareció y reapareció en la isla unida al cuerpo.
“Se le pide principalmente por salud”, dice Julia. En el pueblo aseguran que es el “santo que previene las infidelidades”. Cualquiera sea su ayuda, tiene cientos de “mayordomos” que pagan una cuota mensual para sostener la capilla y “donantes” que en su fiesta colaboran con vacas para el asado.
Ese sistema es común a todas las capillas, cuyos dueños preparan durante meses las celebraciones. Don Miño arranca en septiembre acomodando el salón donde el 13 de diciembre se celebra a Santa Lucía.
Entre el culto y lo pagano
Tener una capilla es diferente a contar con una imagen en la puerta de la casa. De esas, la más frecuente es la del Gauchito Gil, con sus cintas rojas cruzadas. Antonio Mamerto Gil Núñez, el Robin Hood correntino, se celebra los 8 de enero. Su capilla la tiene solo don López, quien hace 20 años recibió la primera escultura.
En Concepción también se rinde culto a otra santa popular, “La Pilarcita”. En 1907, a los cuatro años, Pilar Zaracho se cayó de la carreta en la que iba cuando intentó alcanzar la muñeca que había perdido. Desde entonces se le atribuyen milagros; tiene una gruta a 30 kilómetros del pueblo.
Cada dueño (y custodio) de una capilla tiene una historia para explicar su devoción. Lourdes es la cuidadora del Divino Niño. “Me separé y volví sin nada de Buenos Aires; con mis dos hijos, sin trabajo, sin plata. Rezaba y pedía ayuda. Una chica enferma que se curó me regaló la primera imagen”. No sólo ora. Adoptó dos nenes y para el día del Niño organiza chocolate y dulces gratis para los chicos del pueblo.
Son todas familias que viven con lo justo, que renuncian a darse algún gusto para sostener a sus santos. Doña Monchita se encarga de San Antonio, el encargado de “conseguir novio y recuperar cosas perdidas”.
Casi una vez al mes, Concepción está de fiesta. Creer en un santo no implica no participar de la celebración de otro; se mezclan rezos, procesiones, chamamé y asados. La más importante es el 6 de enero, San Baltazar, que incluye un desfile de gauchos. Cacho Luján tiene el honor de tener la capilla del “santo negro” en su casa.