Con docentes jubilados como apoyo, en la Ciudad buscan mejorar los resultados en la prueba internacional PISA 2015
Dos mil alumnos de 15 años de colegios públicos y privados porteños terminaron hoy de rendir el examen elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE); en la última edición, la Argentina quedó 59° entre 70 países
Esta fue una semana especial para los 2000 alumnos de la Ciudad de Buenos Aires que tienen 15 años y fueron seleccionados para rendir la prueba internacional PISA 2015. Hoy terminó el proceso elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que evalúa las capacidades en Matemática, Lectura y Ciencias de estudiantes de más de 70 países del mundo. Se realiza cada tres años y, en la Argentina, desde 2001. Por segunda vez, la Ciudad contará con un informe de resultados propio.
En la última edición, la Argentina quedó en el puesto N° 59 del ranking, y sexta entre los ocho países de América latina analizados, que recién aparecen a partir del puesto 51°. Por eso, para esta edición, el plan estrenó una idea con que los funcionarios y docentes esperan marcar la diferencia respecto de experiencias anteriores y poder ver avances en los resultados: la unidad que dirige Siciliano convocó a docentes jubilados para que sean los tutores de los alumnos y les tomen la prueba bajo la supervisión de miembros de la OCDE. Necesitaban cubrir 54 cargos y se presentaron 1200 personas. Seleccionaron a los mejores y los entrenaron con guías y módulos que diseñaron especialmente. "Son maestros de mucha trayectoria, estaban felices de participar, y a los chicos les gustó trabajar con ellos. No eran desconocidos, tratamos de sumar calidez al proceso", dice Silvia Ledo, rectora de la Escuela Normal Superior N° 3.
Ahí, en la Escuela Normal Superior N° 3, en San Telmo, el grupo de 35 alumnos seleccionados por la OCDE empieza a trabajar el cuadernillo de evaluación que los mantendrá ocupados por unas tres horas, con un recreo de 15 minutos incluido. No usan sus útiles escolares, la OCDE les entregó lápiz, goma y calculadora a cada uno. Desde marzo, los vienen preparando para rendirlo, y atravesaron un proceso elaborado entre Ciudad y Nación, coordinado por la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa de la administración de Macri. "Fue un trabajo de sensibilización para que los chicos lleguen sin temores ni dudas al día de la evaluación", dice a La Nación Sergio Siciliano, director ejecutivo.
Son 59 las instituciones educativas públicas y privadas que participaron del examen. En experiencias anteriores los estudiantes secundarios argentinos demostraron que su punto fuerte es la ciencia, donde sacaron un promedio de 406 puntos, seguido por comprensión lectora (396), mientras que la flaqueza es la matemática (388 puntos). Aunque el resultado fue tomado como una mala nota, el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, dijo: "Aunque estamos abajo en términos numéricos de países desarrollados, es difícil comparar sistemas educativos. La Argentina tiene un 82% más de alumnos en el secundario, y es un nivel obligatorio".
Entre las críticas que se le hacen a la prueba PISA está la idea de que se trata de una evaluación segmentada, que se lleva a cabo desde parámetros que se ajustan a las clases medias altas, pero que se utilizan para medir a todas. El Ministerio de Educación de la Ciudad, por su parte, las considera correctas y celebra que se instalen como política de Estado: "Es muy importante entender que evaluarnos sirve para mejorar. Notamos que este año todas las escuelas tomaron las PISA con mucha más importancia y responsabilidad. Se dispusieron a trabajar en equipo para lograr los mejores resultados, y eso se irá manifestando con el tiempo", dice Siciliano.
Habrá que esperar a diciembre de 2016 para conocer los resultados y analizar lo que quieren decir, más allá de un ranking. Según la misma OCDE, los países con la mejor puntuación ponen énfasis en la selección de los maestros, los incentivan a trabajar juntos y no dan tanta importancia al número de alumnos en cada clase, mientras que facilitan autonomía a los docentes. Además, destaca que los escolares cuyos padres tienen importantes expectativas para su futuro suelen rendir mejor, se sienten más seguros y motivados en la clase.