CORRIENTES.– A Luis Martínez su amor por la naturaleza lo acompañó siempre. Pero el clic lo identifica a los 12 años, cuando se escapaba a las afueras de San Cosme, el pueblo donde se crió, para dibujar ese entorno de silencio, árboles y pájaros. En esas incursiones, había intrusos que rompían la armonía: papeles sobre el pasto, botellas en el agua, el esqueleto de una bicicleta en el cauce de un arroyo seco. "¿Cómo puede estar así y que nadie diga nada?", se decía. Y finalmente se convenció de que él mismo podía hacer algo para cambiarlo.
Ahora, a los 21 años, consolidado como un referente ambiental que encarna el compromiso de su generación, Luis concibe su activismo como un proyecto educativo donde los chicos son protagonistas y los potenciales promotores de un cambio cultural que demanda un planeta jaqueado por la crisis climática. En definitiva, esa idea que le da título al libro que reúne los discursos de Greta Thunberg, la adolescente sueca de 16 años que hoy es símbolo de la lucha contra el calentamiento global: nadie es demasiado chico para hacer la diferencia.
Es miércoles, 10 de la mañana. Luis Martínez camina por el muelle de una laguna. Lleva en los brazos un envase plástico. En la orilla, ahí donde la tierra empieza a humedecerse y avanzan los camalotes, unos 30 chicos con guardapolvos blancos lo observan expectantes. Dentro del envase nada Tutu, una tortuga de agua dulce (Phrynops hilarii) que él viene cuidando desde hace unos cuatro años.
Un hombre la había dejado en el Departamento de Fauna Silvestre de la provincia de Corrientes después de haberla encontrado a la vera de una ruta alejada de la zona de esteros y lagunas. Luis no lo dudó: se la llevó para San Cosme, en las afueras de la ciudad, donde aún viven sus padres, y con la ayuda de una bióloga le creó un hábitat artificial con una lona, arena, agua y vegetación típica de su ecosistema y así prepararla para este momento: la reintroducción en su entorno natural.
"Lo que es de la naturaleza se queda en la naturaleza", dice Luis, mientras toma en sus manos a la tortuga. "¡¡¡Aaahhh!!!", sueltan al mismo tiempo los chicos, desperdigados en la orilla y el muelle. Él baja unos escalones hasta que el agua moja sus zapatillas. Se agacha y la suelta. La tortuga se sumerge en el oleaje cristalino y nada hacia los camalotes. Los chicos aplauden. "Tutu va a estar feliz ahora", dice una niña de unos 9 o 10 años, mostrando que captó la esencia de la actividad a la que su escuela la llevó. Luis les explica que la tortuga está explorando su nuevo hogar y que, de ahora en más, convivirá con bogas, sábalos, palometas, tarariras, carpinchos y algún yacaré.
La laguna Curuzú Jaime, ubicada en la entrada del pueblo Ramada Paso, no fue la primera opción de Luis. Descartó una por la cantidad de yacarés que la habitaban y otra por ser demasiado turística. Y si bien la elegida forma parte de un balneario público, lo convenció de que las autoridades de la zona la consideren una reserva natural. Cerrada esa disyuntiva, invitó a la escuela del pueblo para que participara de la liberación.
Cuando él era chico, en su escuela aún no se hablaba del cuidado del medio ambiente ni de ecología. En Ciencias Naturales les enseñaban desde la cadena alimentaria hasta la descomposición. Y hasta ahí llegaba. Y después de germinar un poroto en clase no importaba lo que cada alumno hiciera luego con ese brote que había nacido.
Y ya en ese entonces pensó que los chicos de jardín de infantes podrían ser sus interlocutores ideales. Sabía que la mejor manera de que entendieran qué es el medio ambiente y cómo convivir con la naturaleza era ponerlos en contacto con ella, tal como lo había experimentado él. "Y en vez de germinar un poroto y descartarlo, ¿por qué no plantar un árbol nativo y que les genere un recuerdo imborrable? Ese árbol se lo van a poder mostrar a sus hijos o a sus nietos porque va a estar ahí", dice Luis.
El primer contacto lo hizo con una maestra conocida. No quería que fuera dentro del aula y armó una salida con chicos de jardín de infantes a una plaza para observar los árboles, tocarlos, ver sus hojas y, luego, sentarse ahí mismo y dibujarlos. "Fue muy hermoso. Justo en esos días había en la ciudad muchas mariposas blancas y los chicos estaban recontentos", recuerda.
A los pocos días, sonó el teléfono de su casa. Su madre se le acercó y le preguntó en qué andaba, porque estaba preguntando por él una maestra jardinera. Había escuchado de su actividad anterior y lo invitaban de una escuela rural para que fuera. Ya que tenía un parque grande, se le ocurrió que les propondría hacer una huerta.
Desde ese momento la rueda no se detuvo más: un año después, cuando tenía 13, y con el visto bueno de sus padres, se fue a Buenos Aires convocado por una reconocida organización ambientalista para dar charlas en establecimientos educativos. Dejó la escuela y empezó a rendir las materias del secundario de forma libre. Al año y medio lo contactó la World Wide Fund for Nature (WWF) para que viajara a Perú y llevara allá ese trabajo: inspirar a las generaciones más jóvenes y transmitirles su amor por la naturaleza y el cuidado del medio ambiente. Después giró por Bolivia y por Paraguay, donde vivió su experiencia más extrema.
Las organizaciones ambientalistas se estaban uniendo para que se aprobara una ley de deforestación cero. A él lo llamaron para que participara de la organización y que incentivara a los jóvenes a salir a las plazas a manifestarse. "Un día estábamos yendo por un sendero en una zona deforestada del Gran Chaco –cuenta–. Y llegamos a un punto donde había un árbol atravesado en el camino: nos habían contado que periodistas y activistas que lo habían cruzado no habían vuelto. Nos fuimos. Pero a la vuelta se ve que se enteraron de que yo estaba organizando gente porque cascotearon el lugar donde me hospedaba y el auto en el que nos movíamos".
Luis decidió llamar a sus padres. "¿Sigo? –les preguntó–. Porque estoy poniendo en riesgo mi vida". En un principio, la respuesta de sus padres lo sorprendió: le dijeron que era su responsabilidad, lo que él había elegido y que él único que podía saberlo era él. ¿Cuál era el sentido de volverse a la mitad después de haberle dedicado tanto tiempo? "Ellos siempre me dieron una libertad que consistía en que ellos me apoyarían hasta donde pudieran y después el resto correría por mí. Les dije entonces que no me iba a rendir".
Acciones
Ya en 2014 se dio cuenta de que quería volver a Corrientes, donde todo había empezado. Residuos, caza furtiva, tráfico de fauna ilegal, pesca en exceso, apostar por el ecoturismo, fomentar que si hay un evento de running cada corredor lleve su propia botella para el agua, así no se reparten esas bolsitas que quedan tiradas en medio de la naturaleza. "Todos los días aparece un caso nuevo. En una provincia con semejante biodiversidad y con una de las mayores reservas de agua dulce a nivel mundial, ¿qué estamos haciendo para conservarla?", dice.
Cada vez que lo convocan de la televisión, aprovecha los programas en vivo para despacharse con los temas más espinosos. Para las escuelas públicas las actividades son gratis. Pero para las privadas, tienen un costo. Y más alto para las empresas que lo convocan a trabajar en el área de responsabilidad social y para los municipios que lo consultan o le ofrecen dar charlas. Así se sostiene.
"Si no tratamos los problemas locales, cómo vamos a resolver lo de afuera –dice Luis, en alusión a la reflexión que lo trajo de vuelta a su provincia–. El cambio climático empieza por el compromiso de uno. Y principalmente queremos que los chicos conozcan su realidad para poder tratar el problema".
En febrero pasado recibió un mail que le dio una gran satisfacción, aunque aclara que nada de lo que hace es para obtener un premio: el Programa de Medio Ambiente de la Naciones Unidas lo eligió, por segundo año consecutivo, Líder Joven Ambiental de América Latina, por su "excepcional lucha por el cuidado y la preservación del medio ambiente".
Después de la liberación de la tortuga, de regreso a la ciudad por la ruta 12, Luis señala por la ventana la entrada de un pueblo y cuenta que ahí, de un día para el otro, permitieron el ingreso de lanchas a motor en la laguna y empezaron a aparecer peces muertos en la orilla. "Encontré una ordenanza que lo prohibía", comenta. Enseguida muestra unos caballos que pastan en un campo del otro lado del camino y explica que hasta ahí los lleva una ONG con la que él colabora: los rescatan de los carreros que los usan como tracción a sangre.
En la entrada de la ciudad, el resplandor violeta de los jacarandás y el rosa de los lapachos le traen a Luis el recuerdo de un proyecto que ideó en unos pocos días a fines del año pasado y que le valió más de un reconocimiento. Las bombas de semillas: una bola de tierra con arcilla, fertilizante y una semilla de una especie nativa. "Quería cerrar el año con una movida que tuviera mucha repercusión. Esta es una técnica japonesa. Tirás la bomba en un baldío para que crezca de forma natural con la lluvia o cada persona que se llevaba una podía plantarla en el patio o en una plaza cercana. El objetivo de fondo era en contra de la pirotecnia. Monté una carpa en una plaza y repartí las 100 que armamos", cuenta Luis.
Este año lo repetirá. Hará 200 bombas y les sumará lápices ecológicos que harán con chicos de los jardines de infantes. Y lo más importante: corroborará que se implemente una ordenanza del municipio para que se prohíba la pirotecnia hasta determinado punto de estruendo.
Cadena de voluntades
Ya en camino al barrio Laguna Seca, donde Luis visitará a los chicos de un jardín de infantes donde vienen desarrollando una movida educativa de separación de residuos, cuenta sobre la oposición que ejerció el año pasado al dragado de un arroyo que llevó a cabo un organismo provincial con el fin de mitigar las inundaciones en las localidades de la zona. Él advirtió entonces que se estaba deforestando una reserva y que la obra agravaría la situación, más que solucionarla. "Hay muchísimos conflictos dentro de la provincia –dice–. Pero aquellos temas que no sé no los toco".
Gabriela Roteta, bióloga, docente y jefa del Departamento de Fauna Silvestre de la Dirección de Recursos Naturales, así lo confirma: "Él no habla de lo que no sabe. Luis conecta, gestiona, se nutre de las personas que pueden guiarlo y las pone en valor. Él arma cadenas de voluntades". Destaca que se "autoformó" y que es el primer joven que ve con semejante pasión por el medio ambiente. Ella, sin dudas, es una persona de las que él se nutre.
Otra de ellas es Patricia Mc Cormack, abogada en derecho ambiental, que asesoró a diversas asociaciones sin fines de lucro: "La filantropía le brota por todos lados. Y su generación ve cosas que nosotros no vemos. Con lo que está haciendo no hay forma de errarle: está trabajando con chicos que son una esponja, líderes en potencia que serán agentes replicadores y hablarán entre ellos un mismo idioma".
Esa jornada terminará pasadas las 23. La cita es en la escuela nocturna Bartolomé Mitre. En el primer piso, se despliegan cientos de sillas frente a un proyector. Las ocupan alumnos de todas las edades. Muchachos con polvo en los pantalones porque esa misma mañana trabajaron en la construcción. Chicos de 16 o 17 años que también madrugaron para atender un local de ropa o hacer mensajería y así dar una mano en su casa. Madres que tenían pendientes los estudios.
Frente a ellos está Luis. Lo acompañan Mc Cormack y Roteta, que es docente allí. Él proyecta una animación del ilustrador británico Steve Cutts donde se ve a un hombre que consume todo lo que tiene a su paso hasta que una nave espacial lo depreda. No vuela una mosca. Luis les habla de la importancia del cuidado del medio ambiente y los invita a no pensar en grandes cosas: plasmar los problemas que existen en su propia manzana en cartulinas. Y pasa algo inédito que destaca Roteta: trabajando en las láminas se pasaron del horario de clases y ninguno se levantó para irse antes.
Ahora sí salen, tal vez transformados en nuevos agentes replicadores. Nadie es demasiado chico ni demasiado grande para hacer la diferencia.
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