Comprar o minar, las dos formas de conseguir criptomonedas
Hay básicamente dos formas de conseguir criptomonedas, entre las cuales la más conocida es el bitcoin. La primera, relativamente más fácil y rápida, es recurrir a los mercados de valores internacionales, casas de cambio virtuales (que ya existen a nivel local) y vendedores independientes (que principalmente se pueden encontrar en grupos de redes sociales).
El proceso en líneas generales es simple: uno se contacta con la entidad vendedora, se establece una tasa de cambio (a nivel local generalmente es realizada al valor del dólar informal), se acuerda una forma de pago (transferencia bancaria, efectivo, intermediario digital, etc.), se envían las monedas a una billetera virtual (con una dirección criptográfica, como si fuese un CBU) y se realiza la transferencia virtual.
La segunda, ligada más a los programadores y geeks informáticos, es la minería. Sí, leyó bien, minarla, producirla, generarla. Este proceso implica armar computadoras especializadas –con una potencia de cómputo determinada–, que resuelven algoritmos matemáticos y reciben como recompensa bloques de las tan preciadas monedas virtuales. Este proceso puede ser realizado de forma independiente o mediante un pool –un grupo de mineros que trabaja de forma colectiva para conseguir más rápidamente las recompensas–, esta segunda forma mucho más popular. Cada criptomoneda tiene un nivel de dificultad y una forma distinta de minado; en líneas generales la potencia computacional es determinada por dos factores: los procesadores y las placas gráficas de video.
El hardware ligado a la minería, con la evolución exponencial de la dificultad, fue progresando rápidamente. Hoy ya no es rentable minar Bitcoin (la criptomoneda más popular) con placas gráficas de video. El avance de la nanotecnología permitió la creación de maquinarias especializadas (llamadas ASIC o Circuito Integrado para Aplicaciones Específicas), que son decenas de veces menos voluminosas y cientos de veces más eficientes que los componentes tradicionales.
Estas máquinas son fabricadas por unas pocas empresas en el mundo y tienen una altísima tasa de demanda, con listas de espera para poder adquirirlas. Cabe considerar también un factor no menor: el costo eléctrico de operación de este equipamiento. Las rutinas de minería, debido a la popularización de las monedas virtuales, se han complejizado en los últimos meses al mismo ritmo de crecimiento rápido de su valor comercial.
De todas formas, si uno desea comenzar a minar, puede hacerlo con otras criptomonedas. Por ejemplo, el Litecoin, que un mes atrás estaba en 10 dólares y ayer tocó los 29 dólares. Esta moneda todavía se puede minar con placas gráficas de video y tiene una amplia perspectiva de crecimiento. Se pronostica que su valor llegará a un cuarto del Bitcoin (según la cantidad programada de emisión) en unos pocos meses. Otras monedas alternativas son el Novacoin y el Namecoin, cuyo valor comercial, nivel de dificultad y complejidad de minado son mucho menores que el Bitcoin.
¿La minería de criptomonedas va en camino hacia la masificación? ¿En unos años todos tendremos mineros productores de monedas virtuales en nuestras casas? ¿El comercio local comenzará a adoptar estas divisas como forma de pago habitual? Son todas buenas preguntas aún sin respuesta.
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