Compostaje humano: ¿sería posible aplicar este procedimiento mortuorio en la Argentina?
La religión, la bioética y la filosofía son algunos de los aspectos que se deberán tener en cuenta para discutir el tratamiento del cadáver con fines ecológicos
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Sucede en Estados Unidos, pero la muerte y cómo tratar el cadáver no es una discusión ajena, aunque por ahora las propuestas más innovadoras se estén desarrollando en la otra punta del continente. Una de las posibilidades más resonantes sobre qué hacer con el cuerpo de una persona fallecida, por el momento solo accesible en aquel país, es el compostaje humano, una técnica que tiene el objetivo de abonar la tierra con material orgánico que no contamine el medio ambiente en el proceso.
Momificación, embalsamamiento, cremación, criopreservación, entierro. Las formas en que la humanidad se encargó de los cadáveres variaron a lo largo de la historia, dependiendo de la religión, la idiosincrasia, la época. La novedad surge luego de que varios estados de Estados Unidos aprobaran la práctica, como Colorado, Oregón, Vermont, California y Nueva York.
En la Argentina, el artículo 61 del Código Civil y Comercial de la Nación establece que “la persona plenamente capaz puede disponer, por cualquier forma, el modo y circunstancias de sus exequias e inhumación, así como la dación de todo o parte del cadáver con fines terapéuticos, científicos, pedagógicos o de índole similar”. ¿Pero cuáles son los límites a esta capacidad de acción?
“Las directivas anticipadas en las que podés establecer qué hacer con tu cadáver son un ejercicio de la autonomía de la voluntad que tiene ciertos márgenes de acción. Todo lo relativo al manejo de los cadáveres es cuestión de orden público. Acá se genera cierta tensión entre los derechos individuales y la cuestión de la salud pública”, explica Paula Siverino Bavio, abogada, bioeticista y doctora en derecho (UBA), y miembro del International Bioethics Committee de la Unesco.
Al enterrar un cuerpo, la naturaleza misma se encarga de su descomposición y, muchas veces, de la del contenedor, siempre y cuando este sea de madera. Nicolás Enríquez, cofundador de YoCompost, una empresa que busca soluciones para la gestión de residuos orgánicos, explica que con la degradación del material orgánico en los cementerios se produce una especie de compostaje por sí mismo. “En el caso de la empresa de Estados Unidos sería un proceso un poco más controlado. Pero como todo, detrás de esto hay negocios, una mercantilización. Aunque en el nivel ambiental me parece lo más lógico, en el sentido del negocio esta práctica no es muy diferente a lo que ya existe”, afirma Enríquez.
Dado que el compostaje no sería muy distinto de lo que sucede de forma natural, Bavio opina que “si se cumplieran los requerimientos en materia de salud pública, no veo ningún impedimento para realizar el compostaje acá. No es que el cuerpo vaya a tener un destino diferente a este sistema. Pero sí hay que estudiarlo mejor. Mi preocupación es el conflicto de intereses de sus estudios: me gustaría ver estudios que no estuvieran ligados a la misma empresa que promueve el servicio”.
Respecto de una potencial aplicación del sistema en la Argentina, Bavio no cree que la cuestión esté lejos de las posibilidades del país o fuera de una futura discusión: “Las cosas que tienen que ver con el morir nos interpelan a todos. Por eso no me parece que sea algo superficial. Además, es una tecnología que existe, ¿por qué no lo podríamos incluir entre las decisiones de nuestra libertad de elección?”.
El servicio
El compostaje humano se conoce también como reducción orgánica natural, recomposición o humusación. En Estados Unidos la casa funeraria encargada de este procedimiento es Recompose, con sede en Washington. “Recompose trabaja con vos y las personas de tu vida para asegurar un servicio respetuoso y empático desde el momento de la muerte hasta la transformación del cuerpo en tierra”, da la bienvenida su página web. ¿De qué se trata exactamente el proceso para compostar un cuerpo humano?
El sitio de internet de la compañía, al que redirigieron a LA NACION al contactarlos por correo electrónico, detalla su metodología. Explica que depositan al cuerpo en un contenedor inoxidable y que lo cubren con restos de madera, alfalfa y paja. Se lo deja “reposar” por 30 días para que los microbios –del cuerpo y de las plantas– generen cambios a nivel molecular. Todo en el contenedor se descompone. El cuerpo se convierte en tierra.
Luego de esta etapa los especialistas de la empresa examinan el producto final para remover cualquier resto no orgánico (por ejemplo, implantes). Además, lo dejan “secar y curar” entre dos y seis semanas. Al fin, las familias pueden llevarse el humus para abonar sus plantas, sus jardines o donarlo. Con esto “devuelven los nutrientes de nuestros cuerpos al mundo natural”, detalla la página.
¿Qué sucede con los dientes y los huesos? Recompose explica que los microbios y las bacterias realizan la mayor parte del trabajo de descomposición y que, para asegurarse de que el proceso sea exitoso en el nivel óseo, giran los compartimentos para que todo adentro se airee y se descomponga.
En teoría, cualquier cuerpo puede ser compostado, incluso las personas que murieron por Covid-19: el calor que se crea, mayor a 55°C, elimina el virus por completo para asegurar una tierra libre de patógenos. “La realidad es que la naturaleza se encarga sola. Obviamente este es un proceso biológico de transformación que requiere un control más fino de la temperatura para que cualquier patógeno muera, sobre todo porque después se entrega el producto de esa degradación y, si se lo utiliza en una planta comestible, tenés que asegurar esto”, explica Enríquez sobre el proceso de descomposición. Aunque la compañía no explicita nada con respecto a las plantas comestibles, sí agregan que un cuerpo con las siguientes patologías no se podría compostar: ébola, enfermedades priónicas (demencias que producen un deterioro cognitivo) y tuberculosis.
El cadáver y la ética
Algunos de los antecedentes más próximos a esta práctica son la reducción orgánica natural en el ámbito agrícola y veterinario, y la descomposición del cadáver en el aspecto forense. Si bien los entusiastas del compostaje humano tienen motivaciones ecologistas, una alternativa a las emisiones de carbono que producen las inhumaciones, esta novedad, como muchas otras, no está exenta de diversas perspectivas éticas.
Jorge Armando Guzmán Lozano, especialista en medicina legal y peritajes médicas, y bioeticista, cuenta que la doctrina mayoritaria en el país considera al cadáver como una “res extracomercium de disposición relativa”. Esto significa que el cadáver no es ni una persona ni una cosa, pero que tiene atributos de la persona que fue. Y esto, a su vez, quiere decir que el cadáver está sujeto a normas particulares.
“En algunos estados de Estados Unidos ya autorizaron la práctica. Entiendo que esto se relaciona con factores intrínsecos al sistema idiosincrático americano: una tradición bioética principialista que enaltece la autonomía de decisión de los ciudadanos frente a otros intereses o valores de una sociedad”, sostiene Lozano. Transportar estas ideas a la realidad latinoamericana, según el especialista, implica chocar con un “entrabe” jurídico: “La escasa e insuficiente legislación para la protección integral del cadáver humano”.
Lozano no olvida la perspectiva de la Iglesia Católica, ya que en el contexto latinoamericano todavía se preserva la esencia de la tradición judeocristiana en la que se destaca la sacralidad del cuerpo humano, tanto vivo como muerto. De hecho, Rubén Revello, director del Instituto de Bioética de la UCA y presbítero, distingue entre cuerpo y cadáver: “El cuerpo es la materialidad animada: vos y yo. El cadáver es cuando, en la antropología teológica de la Iglesia Católica, el alma deja al cuerpo”, explica.
Revello también resalta dos puntos claves del Catecismo de la Iglesia Católica (el 2300 y 2301) que plantean que el cuerpo del difunto debe ser tratado con respeto y fe en la resurrección y que, en este mismo sentido, la Iglesia permite la incineración mientras esta no cuestione esa fe. “Lo que se pide, y sobre esto hubo una indicación de la Santa Sede hace poco, es llevar el cadáver a algún lugar santo. No esparcirlo, por ejemplo, en la cancha, en el mar. La Iglesia les aconseja a sus fieles que traten al cadáver con respeto por la persona que fue”, aclara Revello.
Entonces, el presbítero no cree que el compostaje humano sea una práctica coherente con el respeto que aconseja: “No hay indicaciones respecto del compostaje –asegura–, pero sí esta indicación genérica. La humanidad siempre ha respetado y honrado a sus muertos. Equipararlos con una cáscara de banana no parece ser lo más respetuoso. Esta es mi opinión”.
La filosofía del cadáver
Desde su disciplina, Samuel Cabanchik, filósofo y político argentino, explica que es necesario entender en qué marco civilizatorio, cultural, económico, social y legal se inserta el tema. En el nivel civilizatorio, compara la actualidad con la época de los faraones. “Estos eran puestos en pirámides, se les dejaba todo lo que tenían: riquezas, alimentos, etc. Es decir, la vida continuaba en otro plano. Ahora lo que se nos impone con el compostaje es la imagen contraria, en donde en realidad lo que somos es solamente materia reutilizable. ¿Qué significado civilizatorio tiene tratar así a la muerte?”, interpela.
La reutilización del cadáver implica que los restos sirvan para algo. Desde la perspectiva de Cabanchik, esto se condice con un aspecto característico de nuestra sociedad: sacarle un rédito a la muerte, disponer incluso de un cuerpo en forma colectiva al abonar, por ejemplo, un bosque con el producto del compostaje humano. Como consecuencia surgen interrogantes dignos de un pensador: “¿Me daría lo mismo comer un tomate que creció con el abono de muchos cadáveres? ¿Qué estaría comiendo al ingerir ese tomate?”.
La cuestión es que con el entierro o la incineración se ritualiza el cuerpo y se desarrolla una comunicación con lo que no es material. Lo que se pierde con el compostaje humano es la “comunión con la trascendencia”, la ceremonia mundial de despedida.
También Lozano se cuestiona el tema con una profundidad nueva: “¿Será que los beneficios ambientales son lo suficientemente significativos como para desplazar prácticas funerarias culturalmente arraigadas? ¿Será que este tipo de técnicas ofenden la dignidad humana y la memoria del difunto?”.
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