Cómo ver a Buenos Aires con ojos de turista
Aunque las generalizaciones nunca son justas podría decirse que cuando uno está de viaje tiene la vista en alto, mientras que cuando se vive acompañado de la rutina, los mismos caminos y atado a los horarios los ojos suelen mirar hacia abajo. Resulta más fácil apreciar las calles de Roma, los rascacielos de Chicago y las puestas de sol sobre el mar; y más complicado contemplar las calles, rascacielos y puestas del sol de Buenos Aires, que están ahí todos los días. ¿Pero cómo se puede apreciar eso si siempre se mira hacia otro lado?
Poder mirar a Buenos Aires con ojos de turista es una gimnasia de todos los días. Resulta más fácil arrancar después de un viaje, que no es sólo el momento en el que uno tiene la mente más fresca y menos contaminada, sino porque también es el punto exacto en el que es posible comparar. Nada mejor que volver sobreestimulado por el tamaño XL de todo lo que habita en Nueva York para comenzar con el ejercicio de levantar la vista y disfrutar de la ciudad que nos contiene durante el resto del año. Pero todo ejercicio requiere de una preparación: es aconsejable no extender la comparación al transporte o la limpieza de algunos barrios, más que nada porque así uno terminaría decepcionado no sólo con los servicios públicos, sino con nuestra propia manera de ser.
Se puede bajar del tren en Retiro y disfrutar de la línea propuesta por la propia estación del Ferrocarril Mitre, la Torre Monumental (también conocida como Torre de los Ingleses), la Torre IRSA, el Kavanagh y la Plaza San Martín; y se puede discutir si la Torre Bellini Esmeralda fue un cambio positivo o no para ese horizonte. Si se levanta la vista también están los edificios sobre Alem y Libertador, desde la torre Prourban (el Rulero) hasta Catalinas y el Comega. Desde su mirador a 80 metros de altura (hoy cerrado al público por estar en manos de una empresa) es posible ver el Río de la Plata, las grúas estratégicamente iluminadas de Puerto Madero, la Reserva Ecológica y el Puente de la Mujer.
Buenos Aires, si se la quiere mirar, también tiene a Caminito, el Palacio Barolo, el edificio del Banco Nación y la Casa Rosada, el Tortoni, el Cementerio de la Recoleta, el Teatro Colón, la Bombonera, el Centro Cultural Kirchner y la Usina del Arte. La Feria de Mataderos. Las calles de adoquines. Los 11 mil ejemplares de jacarandá en flor. Para conocer algunos de esos lugares habrá que consultar sobre sus tours (que existen, al igual que los ascensos al Empire State) o entrar a tomar un café o a comprar un libro, como en la librería Ateneo Grand Splendid.
No hace falta tener mucho tiempo ni planear demasiado. Es posible escaparse de la oficina y admirar la magnitud del Palacio de Tribunales, del brutalismo de hormigón armado del Banco Hipotecario y de la Biblioteca Nacional, de la honorable arquitectura del Congreso y del Monumento a Bernardino Rivadavia, en Plaza Miserere. Se puede ir a comer a Galerías Pacífico y mirar hacia la cúpula mientras se espera el combo; o sentarse en el césped a relajarse 10 minutos junto a la Floralis Genérica, al lado de la también imponente Facultad de Derecho.
Dos hechos permiten dar un pronóstico de que esta actitud negativa de los que vivimos Buenos Aires hacia Buenos Aires está cambiando. El último fin de semana de octubre se llevó a cabo el Open House Buenos Aires, un festival de arquitectura que permite conocer más de 100 edificios emblemáticos de la ciudad. Hubo 33 mil personas dispuestas a recorrerlos. En el plano digital, Instagram y sus filtros hacen posible conocer Buenos Aires en toda su magnitud, pero también en sus detalles. Comunidades como Instagramers Buenos Aires y usuarios como Néstor Barbitta, Adri Montaldo Vera, Vanesa Bell, Agustín Piluso, Leticia Pose y Cin (entre muchísimos otros) postean a diario imágenes que serían la envidia de cualquier otra ciudad.
“El problema no es Buenos Aires, es su gente”, me dijo una vez un conocido. Puede ser. Que sea una ciudad hermosa y no la sepamos apreciar todos los días es un hecho que vendría a corroborar esa afirmación. Por suerte existen espacios que ayudan a levantar la vista. En realidad no es por suerte, sino porque estuvieron dispuestos a sacar los ojos del piso.
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