¿Cómo se sobrevive al terrible dolor por la muerte de un hijo?
Entrevista con Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural Argentina, que tras perder a su hijo de 16 años escribió un libro que regala a quienes pasaron por la misma experiencia
"Francisco tenía 16 años cuando decidió partir. Estaba disconforme con la vida", cuenta su papá. Amaba el rugby y la náutica. Pero hacía un año le habían diagnosticado una enfermedad que le impedía, de ahí en adelante, hacer deporte. Cada vez que hacía esfuerzo físico se quedaba sin energía y se le rompía la masa muscular. Quedaba acalambrado, con todos los músculos duros y terminaba internado en un hospital. "Es así como tuvo que dejar sus pasiones, y esto repercutió en su rendimiento académico y su ánimo. Un día decidió partir", resume.
Ese día, la vida de Ernesto Ambrosetti, economista jefe de la Sociedad Rural Argentina (SRA) y su familia tronó. Y desde entonces, no tuvo un solo minuto de calma. "Fue un tsunami familiar. Perder a un hijo es algo que te lleva puesto, que no lo podés creer. No lo podés aceptar. Quedás en shock permanente. A todos nos derribó", confiesa con los ojos envueltos en lágrimas. Pasaron cuatro años y la trompada todavía duele como el primer día. Encontrar el camino por dónde seguir adelante con semejante dolor adentro es una tarea que le insume todas las fuerzas de cada instante. Pero encontró un atajo.
Comprendió que su vida nunca será la misma, pero también que ese dolor se puede convertir en otra cosa. Entonces escribió y editó un libro Gracias hijo, gracias pá. Imprimió 1000 ejemplares y se los envía gratuitamente a las personas que se lo piden a través de su página web, porque están atravesando por el mismo dolor de la pérdida de un hijo. A quien quiere colaborar para que el libro se vuelva a imprimir, les acepta que lo pague. El único objetivo es que su mensaje de aliento llegue a muchos padres. Ya entregó más de 200 ejemplares a 200 personas con historias tan duras como la suya. Sin embargo, tomar contacto con esas familias, no multiplicó la tristeza, sino la esperanza. Se trata de entender. De aceptar. De aprender a valorar las cosas que en la vida realmente importan.
–¿Cómo impactó esta terrible noticia en la familia?
–Es muy difícil seguir. Con el correr de los días me despertaba pensando que era una pesadilla y que seguía en ella. Me ocupé mucho de estar con todos mis hijos. Dejé de trabajar por un par o más de semanas. Es difícil encontrar la palabra adecuada para entender el impacto. El dolor se manifestaba como una angustia profunda, y pasaba en cualquier lado, en el tren, en el trabajo, en casa, en reuniones, era imposible ante cualquier recuerdo no llorar. Incluso ahora mientras contesto estas preguntas, me angustio recordando momentos. A todos, como familia, nos sigue costando la partida, pero de a poco, y paso a paso, vamos logrando avanzar en los objetivos personales de cada uno. El trabajo de transformar el dolor en amor es arduo y permanente.
–¿Qué es hoy lo que más extrañás de tu relación con Francisco?
–Poder abrazarlo. Su compañía, su estilo, su rebeldía. Su fidelidad y hombría. Era muy dulce. Cuando estaba conmigo y llegaba a casa de trabajar, siempre me decía "hola pá", expresión que extraño terriblemente. Era un "hola pá", con mucho sentimiento. Extraño sus partidos de rugby y su navegadas por el río, el pasarlo a buscar y cocinarle algo que le guste y por supuesto las discusiones que teníamos por que ande mejor en el cole.
–¿Se sobrevive a la muerte de un hijo? ¿Cómo se hace para seguir adelante?
–El dolor es tan fuerte y tan antinatural que se pierde la consciencia de lo que tenemos todavía para hacer. Parece que nunca vas a poder reír nuevamente, que no vas a poder disfrutar de la vida, pero paso a paso te das cuenta de que se puede. La culpa te carcome hasta que lográs perdonarte y perdonar. Aprender a perdonarse y perdonar es muy bueno y requiere hacerlo millones de veces. Con el correr de los meses aparece un momento de paz interior, y eso te da la pauta de que se puede lograr, que con el correr del tiempo y con el trabajo que cada uno vaya realizando se puede volver a disfrutar de la vida. También entendés que la felicidad es sólo un momento y que esos momentos se pueden alcanzar nuevamente.
–¿Esa es la clave?
–No hay una clave. Para seguir adelante a mí me sirvió reconocer que Fran no estaba conforme con su vida. Que su tiempo era otro, que su misión estaba cumplida o no sé bien como expresarlo. Pero me ayudó aceptar su partida y agradecer los 16 años que compartió con nosotros. En algún momento de este aprendizaje continuo (permanente duelo, ya que no termina nunca), entendí que Fran nos dio todo el amor que pudo y que a pesar de no estar físicamente, nos seguirá acompañando desde donde esté. Me ayuda el saber que cuando me toque mi hora, lo voy a volver a ver, a sentir y a abrazar. Eso, como padre, también te quita el temor a morir.
–¿Por qué decidiste hacer un libro?
–En realidad comencé a escribir lo que sentía al recorrer este sendero, y después fui investigando cada sentimiento y tratando de expresar las herramientas que yo usaba para sentirme mejor, que me generaban adrenalina y endorfinas, por así decirlo. No comenzó como un libro, pero en un momento le di lo que había escrito a una integrante del equipo de padres de Renacer Martínez (un grupo de autoayuda para padres que perdieron a sus hijos) y surgió la idea. Recordé que los libros que había leído, que me regalaron sobre los duelos, no me habían servido para la pérdida de un hijo, ya que el dolor es muy particular, profundo, fuerte, y hay que aprender a manejarlo, ya que continúa por siempre. Me motivó hacer algo para ayudar a otros padres.
–Pasaron casi cuatro años ya. ¿Duele menos?
–El tiempo es muy relativo, no se siente como el tiempo en sí, cuando te angustiás por algún motivo es como si hubiera sido ayer, y cuando estás bien o mejor parece que hubiera sido hace añares.
–Cuando alguien te escribe para solicitar un ejemplar, sabés que detrás hay una historia de enorme dolor. ¿Cómo manejás esa relación?
–A los padres que perdieron a sus hijos se los acerco personalmente o se los hago llegar a través de algún conocido. Trato de que pase un par de meses, ya que sé que al principio es imposible hasta leer algo. Aunque somos hermanos en el dolor, cada caso es único y les hago una dedicatoria particular. Lo más común es que alguien me lo pida para algún amigo o conocido que perdió a un hijo. Después recibo los comentarios o preguntas. Pero no todos los que lo piden han perdido un hijo. Por ejemplo, me lo pidió una mamá que iban a operar a su hijo del corazón. Por suerte la operación salió bien, pero nos escribió para agradecer. "El libro me despierta distintos sentimientos que transcurren al leerlo, tristeza, emoción, espiritualidad, recobrar los verdaderos valores de la vida, valentía. Su intento de descubrir el para qué de tanto dolor, me conecta con el para qué de la vida", escribió la mujer. Algo que no esperaba es que a los adolescentes les gusta el libro. Entiendo, por sus comentarios, que les hace ver el amor que los padres tenemos por nuestros hijos.
–Sos alguien que tiene bastante exposición pública y social, ¿esto interfiere con el duelo?
–La pérdida de un hijo te hace cambiar la perspectiva de la vida en general y de las tareas, en particular. Te cambia las prioridades y el nivel de preocupación y ocupación. Pierden peso relativo las urgencias laborales, las exigencias, sin que eso signifique descuidar lo profesional. Fue difícil volver al trabajo, me frenaba saber que más de cien personas que trabajan en La Rural me querían saludar o abrazar. Si bien es un halago que tus compañeros te quieran, el ver a cada uno me haría explotar en llanto, cada vez que me viniera a verme... fue duro. También me costó mucho volver a hablar en público sin llorar, fue difícil animarme a volver a dar conferencias, asistir a la TV o hablar por radio. En tantas reuniones lloré… O a pesar de estar, no estuve. Mi oficina era mi refugio. Además las personas no saben qué decirte y es muy comprensible. A veces vale más un fuerte abrazo que algún comentario.
–Si tuvieras que poner en una balanza sólo lo positivo..., ¿qué sería?
–Aprender que los hijos no son nuestros; aprender que el dolor se puede transformar en amor; a que lo inimaginable puede pasar; a que a uno también le puede tocar; a que el tiempo con tus hijos es único; aprender a ayudar a quienes atraviesan el mismo sendero; a que no se puede volver atrás el tiempo; aprender a priorizar los problemas; a no darle tanta importancia a lo que no lo tiene. Hoy el libro es de las cosas más importantes que hice. Me siento bien al regalarlo. Es que Fran me inspiró para hacerlo. Yo lo siento así.
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