Víctor Saldaño: cómo pasa sus días el único argentino condenado a muerte
Esta nota se publicó originalmente el 18 de septiembre de 2005
---------
LIVINGSTON, Texas .- "¿Alguna vez vas a salir de acá?" Víctor Saldaño escucha la pregunta y, por primera vez en 45 minutos de entrevista a solas, recupera algo de su lucidez. Le tiemblan los labios y el silencio dura varios segundos, mientras mira su cubículo blindado y hacia el frente, a los alambres de púa que se ven a lo lejos, entre ventanales, rejas y perímetros de seguridad. "Voy a salir? pero no en vida", dice, sonríe y comienza a desvariar otra vez.
Saldaño sólo hablará con sentido de lo que vive o siente apenas un par de veces más en los 30 minutos que continuó el encuentro con LA NACION, en el corredor de la muerte de la cárcel de máxima seguridad Polunsky, 120 kilómetros al norte de Houston, Texas.
Flaco, de barba azulada por algún tipo de tintura clandestina y de pelo semilargo y sucio, Saldaño espera desde 1996 que se concrete su ejecución o que una orden judicial o del gobernador Rick Perry conmute la pena capital por cadena perpetua, sin opción a soñar con una libertad condicional.
Inyección letal
Debía morir el 18 de abril de 2000, pero la inyección letal se suspendió por las apelaciones de su defensa, coordinadas por la Cancillería, que pelea por este cordobés, el único argentino condenado a muerte en el mundo.
Flaco, de barba azulada por algún tipo de tintura clandestina y de pelo semilargo y sucio, Saldaño espera desde 1996 que se concrete su ejecución
El ex cónsul general en Houston, Horacio Wamba, organizó durante años la defensa. Buscó y logró que los mejores abogados trabajaran gratis por Saldaño y, movilización diplomática mediante, obtuvo el apoyo de todos los países de América latina, junto a un pedido de clemencia del papa Juan Pablo II.
"Es nuestro deber como diplomáticos velar por la seguridad de los ciudadanos argentinos y, en este caso, además, la sentencia de muerte contra Saldaño se basó en un argumento racista", dice Wamba desde el Palacio San Martín, en Buenos Aires.
Drogado y alcoholizado, el 25 de noviembre de 1995, Saldaño ejecutó de cinco tiros y en un descampado de las afueras de Dallas al comerciante Paul Ray King, al que había trasladado en el baúl de un auto junto a su cómplice, el mexicano Jorge Chávez, tras robarle 50 dólares y un reloj de plástico.
Años después, Saldaño reconoció su culpa y pidió perdón a su madre, Lidia Guerrero, y a la familia de King. Ahora la situación es muy distinta. "Soy un presunto inocente, pero me acusan de narcotraficante, pero en realidad soy un poderoso estanciero que sembraba maíz en la Argentina y era el mejor manejando el tractor", dice el preso 999.203 con un tatuaje en el brazo derecho, con un acento mezcla de su origen cordobés y de sus amigos mexicanos del death row .
Un sandwich grande
LA NACION le recuerda entonces algunos datos de aquella noche de 1995. Pero Saldaño retruca: "El reloj era un Rolex, un Cartier, y además King me debía 50.000 dólares. Si me dejan, yo me encargo de purificar la raza. ¿Me comprás un sándwich así de grande?", pregunta, mientras extiende los brazos y apoya la frente en el vidrio. "¿Dónde están? ¿Dónde escondieron los sándwiches?", interroga. Esa misma pregunta la hará no menos de media docena de veces durante la charla.
Encerrado desde hace una década en una celda de 3 metros cuadrados, sin ventanas, con un inodoro y un camastro, unos pocos libros y media hora para salir a un patio en el que no tiene contacto con otros reclusos, Saldaño afronta lo que la jurisprudencia internacional ha definido como un "trato cruel, inhumano y degradante".
La portavoz del Departamento de Justicia Criminal de Texas, Michelle Lyons, destaca, sin embargo, que la situación en general ha mejorado.
"En Polunsky tenemos 2900 presos, de los que 411 están en el «corredor de la muerte», para los que el tiempo de espera entre la sentencia de muerte y su ejecución se redujo de 10,5 a 8 años. Es todo un avance", señala.
La disputa legal por Saldaño se centró en que el perito psiquiátrico que declaró en su contra en el juicio, el filipino Walter Quijano, jamás entrevistó a Saldaño para redactar su dictamen. Se basó en estadísticas para concluir que negros y latinos suelen cometer más delitos en los Estados Unidos que el resto de los grupos étnicos y son más peligrosos si recuperan su libertad.
La batalla jurídica y los reclamos diplomáticos por esa presunción racial llevaron en 2001 a que la legislatura de Texas aprobara la que desde entonces se conoce como "la ley Saldaño", que establece que "el Estado no presentará evidencia alguna destinada a establecer que la raza o grupo étnico de un acusado lo hace más propenso a una conducta criminal futura".
Pero Saldaño no se benefició con la ley que lleva su nombre. Aunque la Corte Suprema revocó la sentencia, un segundo tribunal lo declaró culpable, y otra vez lo condenó a muerte en noviembre de 2004; esta sentencia ahora se encuentra en proceso de apelación, mientras la Cancillería reclama por su deterioro mental.
Salvo algunos breves intervalos lúcidos, según sospechan desde el Consulado en Houston, la degradación psíquica de Saldaño es irreversible, por lo que a fines de este mes será sometido a estudios psiquiátricos para evaluar su cuadro. Para tratar de aliviar su situación y darle cierta compañía, ahora la Cancillería promueve una campaña de correspondencia junto a la Pastoral Penitenciaria y el movimiento de laicos de la Comunidad de San Egidio.
"La cárcel no es mala vida. Por mí, que me echen años, pero bueno? Estoy agradecido a la gente que me apoyó para tratar de ganar las apelaciones", dice Saldaño en su último momento lúcido con LA NACION, segundos después de comentar, como al pasar, que estaba leyendo a Herman Melville. "¿Lo conoce?", pregunta.
-Moby Dick,,,
-Ese... El capitán... ¿Cómo se llamaba?
-Ahab.
-Sí [suspira]... y su ballena blanca. ¿Y los otros cómo se llamaban? Antes veía mucha televisión, en Dallas, pero ya no. ¿No me compra un sándwich? Son así de grandes...
Siete puertas blindadas, dos alambradas de púas y un cartel que advierte: "Haz lo correcto" separan el corredor de la muerte de la vida cotidiana. La vocera, Lyons, da más datos como despedida: "En lo que va del año se ejecutaron ya 12 presos, uno ayer", dice. El nombre del ejecutado, Robert Shields, no salió ni en los diarios de Texas.