Dos terapeutas especializadas en acompañamiento de familias enlazadas llevan varios años intentando quitarle la mala reputación a la palabra que define al vínculo de las mujeres con los hijos de sus parejas
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Hace diez años, cuando Aina Buforn, de 36 años, buscó por primera vez en internet la palabra “madrastra”, lo único que encontró fueron noticias escabrosas y películas pornográficas. “Poco a poco, le estamos quitando la carga negativa”, le dice a BBC Mundo Aina.
Junto a Berta Capdevila, de 38 años, estas dos terapeutas especializadas en acompañamiento de familias enlazadas llevan varios años intentando quitarle la mala reputación a la palabra que define al vínculo de las mujeres con los hijos de sus parejas.
Por medio de su proyecto “Ser Madastra” estas dos especialistas buscan tejer una red entre las mujeres que debieron pasar por el momento de adaptarse a convivir con los hijos de sus parejas, incluso antes de haber elegido ser madres.
Ambas coinciden en que la iniciativa nació de sus ganas de compartir sus experiencias personales para ayudar a las demás mujeres y poder así, poco a poco, quitarle los prejuicios sociales que ubican a las madrastras como las “brujas” de la familia.
La palabra madrastra parece estar en desuso. ¿Qué significa ser madrastra en las nuevas composiciones familiares?
Berta: “Madrastra” es una palabra que nos permite nombrar un vínculo. La usamos como un paraguas debajo del cual cabemos todas las mujeres que estamos en la misma situación cada una a su manera. Para mí, por ejemplo, fue importante tener una palabra para nombrar la relación que me une con mi hijastro porque para él era traumático que me confundieran con su madre.
Cada vez que alguien le decía “dile a tu mamá”, él intentaba explicarlo, daba mil vueltas. Yo lo veía sufrir, hasta que al final un día le dije: “Mira, yo soy tu madrastra y tú eres mi hijastro”. El hecho de decir “yo soy tu algo” nombra un vínculo real directo entre nosotros y nos quita de esa comparación eterna con la madre que para él era problemática.
¿Por qué creen que esta palabra tiene una valoración negativa?
Aina: El -astra es una terminación despectiva, es como una madre de segunda. Es una palabra con un estigma muy pesado. Las madrastras debemos demostrar a cada rato que no somos malas.
Pero nosotras estamos tratando de transformarlo. Buscamos resignificar la palabra madrastra, para que cada vez más mujeres se reconozcan así, porque si cada una empieza a ponerle un nombre distinto, no podemos darnos cuenta de que lo que nos pasa es lo mismo.
Lo bueno es darse cuenta de que la palabra madrastra es un espectro, y en ese espectro caben muchas experiencias.
En mi caso -a diferencia de lo que le pasó a Berta-, con mi hijastro hicimos rápidamente un pacto no verbal en el que, cuando la gente asumía que yo era la madre, todos decimos que sí y listo, para no tener que andar explicando. Por eso decimos que madrastra es un espectro donde cabe todo.
Berta: También pasa que en muchos lugares aún se impone una idea de familia tradicional, en la cual hay una mamá, un papá e hijos.
Es un modelo en el que la maternidad tiene una carga tremenda, una serie de mandatos casi incumplibles, donde la madre tiene que ser una mujer santa, siempre bondadosa, atenta, dispuesta a sacrificarse por los demás y la madrastra representa la cara opuesta.
La madrastra está demonizada porque esta idea de familia supone que solo hay un lugar para la mujer, no hay lugar para otra mujer cuando no es la madre, porque si no pierdes todo el misticismo de la maternidad. Por eso creemos y trabajamos para que las madres se desvinculen de la idea de maternidad perfecta y las madrastras del estigma de brujas.
¿Cómo fue asumir el rol de madrastra?
Aina: Para mí fue complicado porque cuando empezó mi relación con mi pareja, mis hijastros eran bebés: el más grande tenía 2 años y medio, el más pequeño de 9 meses. Entonces, aunque mi relación con ellos siempre ha sido muy maternal, la vivía ante los demás con mucha vergüenza.
Me sentía ante la dicotomía de, por un lado, no saber si realmente quería hacer eso, y por el otro, pensar que era eso lo que se esperaba de mí al estar en pareja con un hombre con hijos pequeños. Yo no me sentía preparada para ser mamá y sin embargo me había tenido que lanzar de cabeza a aquello. Fue complicado darse cuenta de qué es y qué no ser una madrastra.
Al principio lo viví regular, después empecé a gestionar mucho mejor lo que significaba para mí ser una madrastra, que es lo que soy y no pasa nada… Entonces lo hablé con los niños y empezamos a encajar las piezas del puzzle y todo cobró sentido.
Y en tu caso, Berta, ¿cómo fue el proceso?
B: Yo conocí a mi pareja cuando su hijo tenía 3 años, y dejé mi ciudad de origen, Barcelona, para vivir en Santiago de Compostela, a 1.200 km de distancia, donde vivía la madre del niño, porque si alguien tenía que trasladarse para empezar la relación, esa tenía que ser yo.
Para mí fue muy difícil a nivel personal. Tuve un nudo de sentimientos muy complejos, que me costó años y años entender. A mí el niño me aceptó, me valoró mucho, pero era yo la que tenía que aceptar toda esa situación.
Mi mayor malestar fue la sensación de querer encajar. Quería sentirme parte de la familia, más teniendo en cuenta que no tenía ni amigos, ni familia cerca. Yo estaba sola, entonces la necesidad de encajar era súper acuciante.
Empecé a hacer todas esas tareas que se supone que son “femeninas”. El primer día que fui a preparar un biberón para el niño me di cuenta de que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Me encontré sujetando el biberón con la leche en polvo y todo eso sin saber qué hacer. Entré en una crisis absoluta, pensé que era incapaz de hacer lo mínimo necesario para conseguir tener un lugar en esta familia.
¿La crisis venía por sentirte incapaz o por no tener el deseo de ser madre?
Berta: Nadie sabe lo que es ser madrastra hasta que lleva por lo menos unos meses de convivencia y se da cuenta de lo que supone todo aquello. Por un lado, el malestar venía de no haberlo buscado.
Estás con tu pareja, queriendo tener tu luna de miel y entra el niño por la puerta y de repente pasas a ser la forastera, la que tiene que luchar y demostrar que merece tener un lugar dentro de la familia. Ya estás predispuesta a sentirte rechazada porque sabes que como madrastra se supone que eres mala y tienes que demostrar que no es así. Es una experiencia desagradable, incluso cuando los niños o tu pareja te lo ponen fácil, es difícil.
¿Les pasó de sentir que era demasiado trabajo todo aquello?
B: Sí, al principio lo que pasa es que tu pareja quiere que tu hijo te quiera, que haya una relación pseudo maternal; que cuando el niño venga sea un placer y que el cuando se vaya sea un motivo de tristeza.
Pero, en realidad, tú estás en una situación muy desagradable porque la mayor parte del tiempo, cuando recién empieza la relación, sientes que es un niño que no has elegido, que no conoces, que tiene todas las tradiciones, hasta incluso la cara de la expareja de tu pareja. Luego súper bien, pero ¡oh, qué duro el comienzo!
¿Y ese “amor maternal” llega?
B: Para mí, es otro tipo de amor, pero creo que cada madrastra con la que hables te dirá una cosa distinta.
En mi caso, una vez mi hijastro me preguntó si yo lo quería igual que a mi hijo, que nació unos años después. Y claro, temblé bastante. Pero al final conseguí ser honesta. Le dije que no los quería igual, que tenía una relación diferente con los dos, una historia muy diferente, y que por lo tanto, mi vínculo era diferente.
Para mí él es entrañable, forma parte de mi familia. A veces lo amo y a veces lo quiero matar como a mi hijo. Pero para mí son amores y sentimientos muy diferentes.
¿Cómo incidió ser madrastras a la hora de decidir ser madres?
B: Cuando conocí a mi pareja, tenía claro que quería ser madre. Entonces, me propuso esperar dos años y, si la cosa funcionaba, entonces ahí sí intentaría tener un hijo conmigo.
Aunque ahora soy consciente de que esperar fue un acto de cuidado, el hecho de que él con su pareja no se lo hubiera ni planteado y conmigo sí fue muy difícil de digerir. Además, ver cada día su paternidad mientras yo estaba deseando intensivamente ser madre, fue muy duro.
Después, ya embarazada empecé a tener un pensamiento repetitivo de que mi pareja no iba a querer tanto a nuestro hijo como al primero, que para él no era tan importante, que en realidad no quería porque ya lo había vivido. Fue una especie de infierno personal, hasta que nació mi hijo y ahí se disiparon todos estos traumas.
Aina, ¿tu también tenías claro que querías ser madre?
A: En mi caso, yo no pensaba en ser madre, no estaba en mis planes, pero me gustó tanto la experiencia de ser madrastra, que de pronto quise tener.
Cuando decidimos tenerlos, tardamos cinco meses en decírselo a los chicos, pero cuando lo hicimos ¡Fue hermoso! Vinieron a una ecografía con nosotros… ¡fue super guay! Estaban emocionados. Fue una experiencia muy bonita con ellos.
¿Qué pasa con los padrastros? ¿Creen que los hombres en pareja con mujeres con hijos pasan por la misma situación que las madrastras?
Berta: Los padres también están experimentando, cada vez más, el malestar de intentar entrar en una familia donde hay hijos que no son propios.
Los padrastros comparten algunas dificultades parecidas al de las madrastras, sobre todo, en el hecho de no saber nunca cuál es su lugar en esa familia, de sentirte un extraño en la propia casa.
Pero, al mismo tiempo, hay una diferencia central que es que a las mujeres se las ha valorado siempre por el hecho de ser madres y cumplir roles de cuidado de manera abnegada hacia los hijastros. A la madrastra se le piden tareas de cuidado, mientras que al padrastro con qué aporte de manera económica o tiempo de ocio es suficiente.
¿Crees que a los padrastros no se los mira con tanta desconfianza?
B: Es curioso, cuando una mujer se junta con un padre con hijos, a ella se la suele ver como una amenaza. En cambio, cuando el hombre se junta con una mujer con hijos, por poco que haga por ellos, se lo ve como alguien implicado en el tema. Por eso, esa mirada hace que el punto de partida entre ambos sea muy distinto.
Durante todos estos años trabajando en el tema, ¿sienten que tuvieron que romper muchos tabúes?
B: Sí, había que romper el tabú que había alrededor de la madrastra, porque de esto no se habla. Es muy raro que tú vayas a cualquier persona y digas: “Mira, yo soy madrastra, tengo un hijastro”.
Es difícil hablar de las dificultades con los hijastros, está super estigmatizado, porque enseguida creen que eres una “mala”, “bruja” y ya está.
Entonces, lo primero es correr el tabú y conseguir tejer una red de mujeres que pudiéramos poner en común nuestra experiencia. Nosotras nos encontramos con un montón de desafíos y sentimientos muy difíciles de transitar y con una ausencia absoluta de recursos. En aquel momento no había psicólogos especializados ni libros sobre el tema. Faltaba información.
A partir de ahí decidimos crear este proyecto, esta base de conocimiento de qué es lo que nos pasa a las madrastras, cuáles son las herramientas que tenemos y qué información necesitamos para poder vivir con dignidad, en paz y con alegría este rol tan especial y difícil.
Aina: Cada día recibimos mensajes de mujeres dándonos las gracias. Cada día hay alguien que dice: “He escuchado vuestro podcast este episodio y sois mi salvavidas”.
Berta: Yo creo que les ayudamos a entender qué es lo que les está pasando, a sentir que no están locas, sino que hay muchas otras mujeres que están ahí.
Aina: También recibimos mucho hate, pero saber que detrás hay muchas mujeres que te lo agradecen y eso es lo que nos hace seguir. Todavía queda mucho mucho por desandar.
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