Las situaciones extremas engloban la violencia en todas sus manifestaciones, la desigualdad, la miseria o el abuso infantil; nuestro cerebro está configurado para sobrevivir a ellas, pero su respuesta varía en función de diversos factores.
¿Cómo responde nuestro cerebro a situaciones extremas que se prolongan en el tiempo? ¿Se pueden asumir dentro de la normalidad la violencia, el terrorismo, la exclusión social, el maltrato, el abuso infantil u otras circunstancias extremas?
Lo cierto es que, gracias a dos conceptos inherentes asociados a este tipo de situaciones, el estrés y la resiliencia, sí.
El término estrés se suele asociar a un estado patológico. Sin embargo, alude a una reacción del ser humano ante situaciones amenazantes o de excesiva demanda.
De hecho, la biología del estrés no es simplemente un sistema de emergencia. Es más bien un proceso continuo: el cuerpo y el cerebro se adaptan a las experiencias diarias, sean estresantes o no.
El término resiliencia, por su parte, se define desde el Instituto Español de Resiliencia como la capacidad de afrontar la adversidad. La Neurociencia considera que las personas más resilientes tienen un mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés.
Esto les proporciona una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontarlos.
¿Cómo funciona nuestro cerebro en situaciones estresantes?
La base de lo que las personas hacemos, sentimos y pensamos está en el cerebro. Este percibe y reconoce el entorno, influye y responde a él. Es capaz de integrar pasado y presente y, lo que es fundamental, anticipa el incierto futuro.
El cerebro es el órgano central de percepción y respuesta fisiológica, emocional-psicológica y comportamental a los estresores. Es quien determina qué es lo amenazante y potencialmente estresante. También las respuestas fisiológicas y de comportamiento que pueden adaptarse o producir daño.
Son distintas las regiones cerebrales que responden al estrés crónico y agudo, experimentando una remodelación estructural.
Un equipo de científicos de la Universidad de Yale dio a conocer que la actividad cerebral flexible en un área particular del cerebro puede predecir la capacidad para recuperarse de situaciones estresantes o de riesgo.En psicología esto se conoce como resiliencia. Definida de una forma más global, es la capacidad de las personas, los grupos y las comunidades para enfrentarse y adaptarse a las adversidades.
La corteza prefrontal ventromedial (VMPFC) parece ser el área del cerebro responsable de predecir la capacidad de recuperación ante situaciones de estrés.
La mediación del estrés en situaciones extremas
Las situaciones extremas engloban contextos como la violencia en todas sus manifestaciones, la desigualdad, la miseria, la exclusión, el maltrato, el abuso infantil o el terrorismo.
La respuesta de estrés en circunstancias como estas se da como un intento del organismo por restablecer el equilibrio en contextos de exigencia. También para adaptarse a unas condiciones biológicas, psicológicas y/o sociales cambiantes.
Esta respuesta puede modularse a través de un conjunto de variables cognitivas, sociales y personales. Desde un punto de vista adaptativo, el estrés permite la movilización inmediata de las reservas energéticas del organismo.
Además, posee un alto valor adaptativo, al generar cambios para facilitar el enfrentamiento a una amenaza. Ahora bien, también puede facilitar comportamientos desadaptativos ante estas situaciones.
La resiliencia como factor clave para asumir dentro de la normalidad situaciones extremas
¿Cómo hacen algunas personas para adaptarse y superar situaciones límite y traumas personales? Como hemos descrito anteriormente, esto depende de la capacidad que tengamos para recuperarnos de situaciones extremas.
Aunque la resiliencia es una cualidad innata, también se considera un proceso dinámico. Por tanto, se puede desarrollar como una capacidad de adaptación a diferentes entornos adversos sin generar un nivel de estrés negativo.
El concepto ha evolucionado desde la década de los sesenta. Su estudio se ha enfocado tanto a los factores individuales como a los familiares, comunitarios y culturales. Así, los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural que responde a tres modelos: compensatorio, de protección y de desafío.
Existen multitud de ejemplos conocidos de procesos resilientes. Es el caso de Viktor Frankl, padre de la psicología humanista y de la logoterapia, que sobrevivió tres años en campos de concentración nazis.
La logoterapia es una psicoterapia que propone la voluntad de sentido como la motivación primaria del ser humano: si una persona encuentra esa voluntad en las situaciones más extremas, podrá adaptase y sobrellevarlas mejor.
Otro ejemplo lo encontramos en uno de los padres de la resiliencia, el neurólogo francés de origen judío Boris Cyrulnik. Para ocultarse durante la Segunda Guerra Mundial, siendo todavía un niño, fue trasladado sin sus padres a una pensión de la que poco después tuvo que escapar.
Hasta el final del conflicto, Cyrulnik estuvo oculto en varios lugares. Menos suerte corrieron sus padres. Tras ser deportados, no volvió a saber de ellos.
A causa de todas sus vivencias, Cyrulnik dedicó su carrera profesional a tratar a niños con traumas y otros problemas de conducta y exclusión social. A sus 82 años sigue ejerciendo como profesor e investigador.
En conclusión: nuestro cerebro está configurado para sobrevivir. Aunque su respuesta ante situaciones extremas varíe en función de diversos factores intrapersonales, este puede llegar a asumirlas como normales. En el proceso, la resiliencia será un factor determinante.
*Fátima Servián Franco es psicóloga general sanitaria y directora del Centro de Psicología RNCR y PDI en la Universidad Internacional de Valencia. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.
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