Aparece con mayor frecuencia en la adolescencia y supone un estado de angustia o dolor; el hurto suele provocarles alivio y placer por no ser descubiertos; pero luego irrumpen sentimientos negativos; el rol de la familia y el dilema de exponer o no a un ser querido
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Se trata de un trastorno en el control de los impulsos que aparece usualmente durante la adolescencia, pero también se puede observar en la niñez, y tiene graves consecuencias en los vínculos sociales. La persona que presenta esta alteración roba, pero no usa el objeto para su beneficio. Es mucho más complejo. “En el cleptómano no hay una necesidad. No es como un ladrón que vive del robo sino que es alguien que se siente tentado de llevarse un objeto, aun sabiendo que está mal hacerlo”, explica el psiquiatra Sergio Grosman, presidente del Capítulo de Psicoterapias de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).
Para Rolando Salinas, jefe de Salud Mental del Hospital Alemán y profesor de Psicología de la Salud de la Universidad Católica Argentina (UCA), es fundamental reconocer este trastorno lo más tempranamente posible y diferenciarlo desde el principio de un robo, ya que en estos casos la acción busca evitar un estado de tensión interna.
Los expertos explican que la persona que vive de la estafa y del robo conoce bien la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, pero no le importa, su conciencia moral está debilitada de forma permanente. En cambio, el cleptómano sabe que lo que hace no es correcto, pero atraviesa ese límite transitoriamente. “La tentación de quedarse con el objeto es mayor que su conciencia moral y después tiene remordimiento por haberlo hecho”, resume Grosman.
Si bien no hay cifras exactas, se estima que es una alteración que presenta entre un 0,6% y un 0,8% de la población a nivel global. Se sabe que se manifiesta sobre todo a edades tempranas, normalmente antes de los 20 años, y que es de dos a tres veces más frecuente en mujeres.
En cuanto a las razones que se pueden encontrar en la base de este trastorno, Salinas señala que ciertas líneas de investigación biológicas lo asocian a una disfuncionalidad en el tono de vías serotoninérgicas, dopaminérgicas y opioides. “Por otro lado, desde los principios del movimiento psicoanalítico, diferentes autores aportan como puntos en común la expresión de necesidades infantiles no satisfechas, la gratificación sustitutiva de impulsos y la evitación de estados de angustia o dolor”, completa.
La cleptomanía puede aparecer cuando la persona atraviesa situaciones de estrés o de dolor, momentos en los que disminuyen los niveles de serotonina en el cuerpo, lo que repercute en el control de los impulsos. “En general, lo que produce esta acción es un malestar generalizado cargado de emociones muy intensas. Esa carga tensional, atravesada por la ansiedad, se vuelve incontrolable, y una forma fallida de calmarla es hurtando. Y digo “fallida” porque a la sensación de alivio, inmediatamente le sigue un inmenso sentimiento de culpa que, en algunos casos, es tan profundo que lleva a la persona a devolver lo robado. Se establece así́ un círculo vicioso del cual es muy difícil salir sin ayuda”, aclara Liliana Beatriz Zarlenga, licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) .
“La etiología de este trastorno no se conoce, se considera multifactorial, donde probablemente haya algún componente genético, componentes ambientales, también lo que está vinculado con todo lo que tiene que ver con perder el equilibrio de la salud mental que son situaciones de estrés infantil, de trauma y, posiblemente, otras cuestiones ambientales, como el hecho de tener ansiedad, que se descomprime cuando sustrae un objeto”, apunta Ricardo Corral, médico psiquiatra y docente de la cátedra de Psiquiatría de Medicina de la UBA.
Robar en el colegio: tentación y rechazo
Uno de los casos que recuerda Grosman en su consultorio es el de una adolescente que fue descubierta robándole objetos a sus compañeros en distintas oportunidades en el colegio. “Se trataba de una familia chilena y la madre, teniendo como referencia las leyes de su país, consideraba que si su hija se hacía cargo iba a terminar detenida. Más allá de si esto era cierto o no, la madre usaba esto para justificar que era ella quien tenía que compensar a las personas afectadas y no exponer a la joven. La hija se quedaba solo con el placer del acto, pero no con la parte de asumir la responsabilidad y la vergüenza social”, describe Grosman.
Un efecto inmediato fue que la adolescente empezó a ser rechazada por su grupo de pares -algo habitual en el entorno de los cleptómanos- porque todos sabían que robaba. “Los padres eludieron el problema una vez más cambiándola de colegio, de club, buscando amigos en otra área donde después todo se volvió a repetir”, recuerda.
Una serie que aborda diversas aristas de esta problemática fue estrenada en Netflix en 2019. Con dos temporadas disponibles, Trinkets cuenta las vivencias de una adolescente que acaba de perder a su madre y que comienza con el hurto en tiendas en una búsqueda desesperada de esa adrenalina que le genera el robo. La producción estadounidense refleja de manera clara la imposibilidad de la protagonista de dominar sus impulsos y lo que le sucede después de la acción.
Melina Galati y Marisol Ceffalotti, psicólogas y titulares de Aún Espacio Terapéutico, plantean la secuencia de lo que suele ocurrir en estos casos. Se evidencia un mecanismo desencadenante que produce el aumento de tensión y genera que las ganas de robar sean cada vez más difíciles de frenar. Concretar el hecho provoca entonces cierto alivio momentáneo, pero luego sigue un sentimiento de culpa o remordimiento. Con el correr del tiempo, cuando estos comportamientos se sostienen dentro de un mismo ámbito, llegan las consecuencias. “Pueden verse involucrados en situaciones problemáticas en las distintas áreas de su vida, ya sea a nivel laboral, afectivo y social”, indican.
La emoción de no ser descubierto
Grosman explica que las teorías más nuevas destacan el componente de adicción en la cleptomanía. El individuo tiene el impulso o el deseo de quedarse con el objeto, y el premio es la adrenalina de atravesar un límite y ser exitoso con quedarse con el objeto. ¿Por qué se repite? La persona vuelve a hacerlo porque aparece nuevamente el deseo, ese premio de obtener el objeto sin ser descubierto. La emoción que suscita esa situación es la recompensa, pero luego viene la consecuencia negativa: una vez que tiene el objeto no le resulta tan interesante como pensaba. “En este punto, si no aparece el castigo ni la reprobación, vuelve a aparecer el deseo”, señala.
El experto subraya el rol de los padres y adultos de la familia cuando el trastorno aparece en chicos y adolescentes. “Por ejemplo, si un niño o un joven se queda con algo de un compañero y la mamá o el papá lo exponen diciéndole que tiene que devolver el objeto y pasar por la vergüenza de asumir que se quedó con algo ajeno, eso constituye una inscripción más completa de lo que sucede. En ese caso, no hay solamente satisfacción, el nene o la nena se hace cargo de lo que sucedió y es una forma de dar reparación”, explica.
En este sentido, planeta que lo peor que puede hacer un padre es evitarle las consecuencias a su hijo: “Todo eso que hace pensando que está siendo compasivo para no hacerle pasar vergüenza, en realidad predispone a aumentar el ciclo de la cleptomanía. Es necesario que el niño o niña atraviese la consecuencia emocional de lo que hizo y que ese acto no quede separado del resto de su vida, sino que quede integrado. Si solo vivencia el ‘me lo quedé, nadie me descubrió y ahora lo escondo porque me da miedo que lo descubran’ es mucho más fácil volver a involucrarse en el acto.”
La alarma de familia y amigos
Es difícil que un cleptómano pida ayuda o busque un tratamiento. Por lo general, no realiza la consulta hasta que es puesto en evidencia por amigos, por familiares o -en situaciones más comprometedoras- por la policía.
“Hay estudios que muestran una severa afectación de la calidad de vida y de la dinámica familiar. Los afectados suelen pensar que pueden controlarlo por sí mismos, pero esto no suele ser suficiente”, advierte Salinas.
De manera frecuente, los cleptómanos se aíslan para autorregular su síntoma, por ejemplo, dejan de concurrir a lugares donde suponen que se pueden tentar, como supermercados, negocios de ropa o casas ajenas en las que suelen tener a mano objetos que despiertan su deseo.
El rechazo es inevitable cuando las sospechas se posan sobre ellos. Zarlenga apunta que se les complican mucho las relaciones interpersonales, familiares, laborales o con los amigos por los robos o hurtos recurrentes.
Corral asegura que cuando la persona reconoce el problema, da el primer paso para resolverlo: “La toma de conciencia de que nos pasa algo es el principio de la solución. En la cleptomanía no hablamos de cura, sino de que alguien toma consciencia y puede iniciar un tratamiento”, afirma.
¿Y qué clase de terapia se indica en estos casos? “El más adecuado no es un tratamiento farmacológico salvo que el trastorno se acompañe de ansiedad. Suele iniciarse un tratamiento psicoterapéutico apoyado en terapias cognitivo conductuales”, finaliza Corral, que también es jefe del departamento de docencia e investigación del Hospital Borda y presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras.
Grosman destaca la importancia del compromiso asumido por el paciente luego de superar este padecimiento. “No quiere decir que nunca más va a sentir ese impulso de quedarse con algo ajeno, porque es una experiencia que ya se inscribió como placentera. Al igual que con la adicción, va a saber que eso lo tienta, pero tiene claro que no lo hace más, que no es su camino y que no le sirve”, remata.
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