Mindfulness, pensamiento positivo, veganismo y un combo de prácticas que no requieren mayor compromiso que una voluntad laxa parecieran ser el menú a la carta de los nuevos cultores del budismo, esta doctrina o religión, según el cristal con que se mire. Hoy son veinte los templos budistas ubicados en la Ciudad de Buenos Aires mientras que se estima que son 40.000l los seguidores de las enseñanzas de Buda.
Se dice que uno de cada tres budistas se convirtió en los últimos cinco años. No es el caso de Alberto Puglisi, un practicante ortodoxo del culto desde hace más de tres décadas, quien considera al movimiento actual de acercamiento más como una moda que como una convicción religiosa.
"Hoy existe mucho de pose en el autoproclamarse budista, sin embargo lo cierto es que el budismo es mucho más que ser vegano o meditar unos minutos al día. Yo fui vegetariano durante veinte años y aunque hoy no compro carne para mí no se me ocurre despreciar la comida de alguien que me invita aunque sea un asado. Eso lo aprendí con el paso del tiempo y años de meditación", asegura.
Para Puglisi lejos de ser una tendencia del momento, "el budismo es el camino de la felicidad, del conocimiento, del sentido de la vida y de las respuestas", señala y cuenta que su búsqueda espiritual comenzó en la adolescencia a través de un derrotero religioso que culminó con el encuentro con la doctrina de Buda, la del Dalai Lama, que lo cautivó desde el primer momento.
Titular de la Asociación de Budistas Argentinos, Puglisi no es monje, sino un cultor fiel de la doctrina. Pero si bien no hay nada obligatorio en su práctica, se deben cumplir con ciertos votos generales con los que uno se compromete cuando abraza la religión: no matar, no robar, no mentir, no tener relaciones sexuales fuera de la pareja y no utilizar embriagantes ni drogas que alteren los estados de conciencia, además, por supuesto, de meditar al menos una vez por día. "Es la diferencia con el budista cool de la actualidad. Nuestra ética es simple: se trata de hacer el bien al prójimo sabiendo que no vinimos a recibir sino a dar", agrega.
Su actividad fundamental diaria es la meditación. Se despierta todos los días a las siete de la mañana y primero comienza con una serie de ejercicios respiratorios que duran unos diez minutos. Luego sigue con tres postraciones al Buda frente a un altar personal armado en su casa con una imagen de Buda que no puede estar nunca a una altura inferior a los setenta u ochenta centímetros. En el altar también puede haber sahumerios, frutas, arroz y velas, entre otras ofrendas.
"Postrarse es un símbolo de humildad", dice. Luego se toma unos quince minutos para meditar: "la meditación es observar la respiración. Inhalar y exhalar siempre por la nariz para no perder energía. No se trata de poner la mente en blanco porque no se puede, sino de aceptar que los pensamientos fluyan, observarlos y dejarlos pasar.
Todos podemos llegar a la iluminación a través de la práctica cotidiana. Se trata del estado de nirvana o budeidad en el que te desapegás de todo y te convertís en pura compasión. El budista trabaja para la armonía del planeta, para su propia salvación y la del resto de todos los seres vivientes". Junto con la experiencia de más de treinta años de meditación, Alberto acumula miles de horas de vuelo de esta práctica debido a que se dedica a la enseñanza de técnicas de meditación y de respiración, hace masajes y trabaja con digitopuntura.
Respecto de la reencarnación, Alberto sabe que en sus vidas anteriores fue monje budista y sacerdote católico. Y sobre la práctica en concreto de esta creencia no mata ni cucarachas ni arañas ni ninguna otra clase de bichos. "Creemos en el karma, es decir, creemos que lo que uno hace tiene consecuencias en algún momento. Puede pasar que en la siguiente vida no seas humano y reencarnes como un animal o un insecto. La lógica del budismo es la de causa y efecto."
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Consumos culturales. No tiene Netflix ni Spotify. Lee sobre budismo.
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