El convento de San Bernardo, donde residen las Carmelitas Descalzas, es una de las construcciones más antiguas de la ciudad
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Son 18 mujeres de entre 45 y 65 años las que viven en el convento San Bernardo, en el centro de la ciudad de Salta. Una de ellas es arquitecta. Son monjas de clausura. Trabajan y rezan. El silencio domina sus vidas. Su máxima autoridad es María Fátima del Espíritu Santo; es la priora, la monja que fue elegida por sus pares para dirigirlas. Quedaron en el centro de la escena después de denunciar judicialmente por supuesta violencia de género al arzobispo salteño, Mario Cargnello, quien niega cualquier situación de ese tipo.
La interna de la Iglesia salteña, que hace años los allegados conocen, se hizo pública hace dos semanas. En Salta es un secreto a voces la pelea desde hace dos décadas por la “Virgen del Cerro”, la imagen instaurada en Los Tres Cerritos después de supuestas “apariciones” ante María Livia Galliano. Las monjas Carmelitas Descalzas integran esa fundación y Cargnello, a diferencia de su antecesor, les pide que se alejen de la devoción. La Santa Sede terció en el conflicto y pidió a las Carmelitas no involucrarse con la fundación.
“El Carmelo” es la forma en que los salteños se refieren al convento de la primera cuadra de la calle Caseros. El nombre remonta a los orígenes de la orden en el Monte Carmelo, en Palestina. El monasterio, de un amarillo ocre, es una de las construcciones más antiguas de la ciudad: fue levantado a finales del siglo XVI. Un sismo lo afectó a fines del 1600, y se le agregaron unas habitaciones donde funcionó un hospital hasta finales del 1700. En 1846, con unas carmelitas descalzas llegadas de Chile y tres de Córdoba se da inicio a la vida monacal.
No hay un patrón homogéneo para la vida de clausura. A fines del 1500, en España, Santa Teresa de Jesús impulsó la reforma de la orden del Carmelo para devolverla a sus principios: la austeridad, la pobreza y la clausura. Después del Concilio Vaticano II, todas las órdenes del mundo —no solo las carmelitas— revisaron sus constituciones y reglas y la Santa Sede las aprobó. De todos modos, cada convento es autónomo y, respetando el “carisma”, redefine su estilo de vida.
En el convento San Bernardo no tienen televisión ni internet ni reciben diarios. Sí hay un teléfono móvil que fue parte de uno de los cruces con el Arzobispado porque, en una discusión, se usó para grabarla. En el lugar vive también una mujer que las ayuda en algunas tareas; tienen una huerta y realizan rosarios y artesanías que venden. Se autosustentan con esos ingresos y con los alquileres de algunas propiedades. Desde que estalló el conflicto con el Arzobispado, el Monasterio no volvió a abrir para esa comercialización.
Según la página de los Frailes Carmelitas Descalzos en la Argentina, hay monjas repartidas en 33 casas y conventos del país. Especialistas consultados por LA NACION explicaron que, cada establecimiento tiene su modalidad de vida. Las carmelitas más apegadas a la tradición apenas salen y solo por cuestiones de salud; según fuentes allegadas al San Bernardo sería ese el estilo imperante.
Apertura
Después del Concilio Vaticano II, la mayoría de los monasterios fueron subrayando que el sentido de la clausura no es el aislamiento, sino el favorecer el estilo de vida contemplativo, la vida de oración. Por eso están los que permiten visitas a los familiares, acceso a las noticias en determinado horario y, al menos la priora, cuenta con un teléfono móvil.
Los monasterios son personas jurídicas distintas. Desde la Iglesia insisten en tener en cuenta ese punto: en el manejo de sus bienes, de sus finanzas y de sus responsabilidades cada uno rinde sus propias cuentas. Por un lado, responden al Derecho Canónico y, por el otro, se manejan con las leyes civiles.
En el monasterio de San Bernardo no hay monjas “viejitas”, dice una allegada. Las mayores murieron en los últimos años. De acuerdo a sus posibilidades, se reparten las distintas tareas diarias y también la de elaboración de rosarios, panes y dulces para vender. En las últimas semanas se ve muy poco movimiento en las puertas del lugar, solo el policía de custodia designado por la Justicia que suele estar en su explanada o en la vereda de enfrente.
En el San Bernardo las religiosas tienen misa diaria; la da un cura que entra al convento. Antes solía haber una abierta al público —ellas quedaban detrás, semi escondidas— pero la rotura de un techo de la capilla hizo que se interrumpiera.
La jornada comienza al alba y dedican unas cinco horas por día a la oración. Trabajan en silencio, aunque también tiene un tiempo de “recreo” instituido por la propia Santa Teresa de Jesús para abonar la “vida fraterna”.
La priora del convento es la encargada de controlar la doctrina, la disciplina y las costumbres que se desarrollan en ese espacio. Los expertos en religión subrayan que la autonomía que tienen para moverse debe guardar armonía y estar en consonancia espiritual y disciplinaria con quien dirige la arquidiócesis en que están. Es decir, con el Arzobispo. Ese es el punto de conflicto que hoy viven las 18 monjas de clausura del San Bernardo.
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