En los últimos tiempos, los dilemas de la crianza cambiaron abruptamente; qué preocupaciones disparan el uso de redes sociales y cómo reavivar la vieja costumbre del juego
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Los tiempos cambian y las preocupaciones también. Tener hijos, y criarlos, hoy, es muy distinto a hacerlo hace 20 años. Progresivamente y de repente la tecnología se consolidó como un actor omnipresente en las vidas de los adultos, pero también de los niños, que cada vez están más expuestos al universo infinito de las redes sociales y, a su vez, más propensos a dejar de lado la presencialidad que requiere la vida real. Del dilema de cómo regular el uso de redes sociales en la infancia y cómo hacer para encender la llama del juego presencial se habló en el Capítulo 2 del evento de Bienestar organizado por LA NACION.
Para Miguel Espeche, psicoterapeuta y coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano de la Ciudad de Buenos Aires, el dilema del uso de redes sociales no es muy distinto al dilema de las salidas nocturnas, el consumo del alcohol o cualquier otra cuestión que surge con el curso natural del crecimiento personal y cualquier decisión va a depender del contexto de base del cual sale el niño. “Al final, todo se reduce a qué tan listo está nuestro hijo para enfrentar lo negativo o positivo fuera del resguardo de nuestra casa”, dijo en un diálogo con Dolores Pasman, editora del medio.
El especialista explicó que está bien que un hijo empiece a fisgonear fuera de la cuna, siempre y cuando esté formado y preparado para hacerlo. “Es en la previa donde hay que prestar especial atención, porque es la etapa en la que se inoculan los valores de lo bueno, malo, peligroso o seguro. En otras palabras, es en donde se vacuna al hijo contra los riesgos externos”.
Espeche también destacó la importancia de una presencia atenta por parte los padres, y la responsabilidad de construir una imagen que emane confianza y no miedo. “La clave es acompañar, no controlar”, resumió. “Muchas veces los padres confunden el cuidado con el control, pero el asunto pasa por el respeto. Un padre nunca debería faltarle el respeto a un hijo. Puede tener autoridad, pero siempre desde el respeto. Muchas veces los padres piensan que tienen que hacer una intervención de gendarmería para enterarse de en qué andan sus hijos, pero frente a esta vibra los chicos contestan con monosílabos. Lo cierto es que los chicos responden mejor, y se abren más, cuando un padre muestra curiosidad en sus formas de entretenerse, porque se sienten valiosos y queridos, en lugar de cuando éste actúa como un policía”.
Querer todo ya: una felicidad sin autoría propia
Por otro lado, el impacto que tienen las redes sociales en el psiquismo de los menores es un terreno aún plagado de incógnitas. “La pantalla genera una inmediatez que antes no había. No es nuevo querer todo y quererlo ya, pero antes nos veíamos obligados a desarrollar algo llamado paciencia, cosa que ahora ya no está tan presente”, señala Espeche. “Las redes prometen una inmediatez parecida a la del Aleph de Borges, todo concentrado en un rectángulo, pero es mentira”.
El psicólogo explicó que, si bien la posibilidad de tenerlo todo y tenerlo ya viene asociada con la felicidad, la realidad es que la felicidad es algo que se busca y obtiene con el crecimiento propio, y las redes nunca podrán proporcionar atajos para alcanzarla. “A veces los padres piensan que tienen que darle la llave de la felicidad a los hijos, y que esto supone darles todo lo que piden. En realidad, lo que hay que darles es los elementos para que vayan hacia esta, porque no hay felicidad sin autoría propia”.
Reavivar la chispa del juego
Dado que las redes sociales llegaron para quedarse, oponerse a ellas y demonizarlas no tiene mucho sentido y, a esta altura, el camino está más bien orientado a una convivencia sana. En esto coinciden la mayoría de los expertos del Bienestar de la nueva era. Para Sofía Chas, autora y editora de libros infantiles, el fenómeno del avance de las redes en la vida cotidiana de los niños se catapultó con la pandemia, cuando la tecnología “empezó a colarse y a hacer el rol de niñera virtual”, pero que siempre hay tiempo para revertir la dimensión que esta ocupa.
“El primer paso es soltar nuestros celulares. Porque si los padres estamos tan conectados a nuestros dispositivos los hijos van a entender que está bien y que pueden hacer lo mismo”, señaló la autora de los cuentos Universos fugaces y Un virus con corona salió a pasear. “Tenemos que dejar las pantallas y abrir los ojos. Si los vemos nos damos cuenta de lo que está pasando, y tenemos más margen de acción para involucrarnos con ellos”.
En este sentido, los juegos son un actor clave. “Son la base, un ensayo para la vida. Para experimentar de chiquitos todo eso que vamos a experimentar de grandes”, contó la mujer, que está convencida de que los beneficios de priorizar el espacio del juego son innumerables; entre ellos están poder establecer conexiones con los demás, pensar y, por sobre todas las cosas, sanar. “El juego es sanador siempre. Cuando los chiquitos juegan a que pueden curar a alguien, están curando sus propias lastimaduras”, reveló.
Frente a la pregunta de cómo hacer para despertar el interés en el juego, Chas sugirió hacerlo progresivamente, eligiendo un día por semana para dejar de lado las pantallas y volcarse de lleno a un juego aunque sea por un ratito. “A los chicos de hoy les cuesta jugar. Mientras que antes teníamos mucho tiempo libre para jugar, hoy nuestro tiempo libre se ocupa con la oferta enorme del teléfono”, reflexionó y concluyó: “Los chicos saben jugar pero no tienen prendida la chispa del juego, así que necesitan el espacio para encenderla”.
La experta también destacó que siempre va a ser mejor optar por juegos genéricos que sirvan para muchas cosas, y no competitivos, que puedan fomentar la creatividad y despertar el disfrute y no la pelea.
Para finalizar, tanto Chas como Espeche coincidieron en que muchas veces el disparador que lleva al uso abusivo de redes sociales es el aburrimiento y que, por eso, es importante no desesperar y confiar en que cada persona tiene la capacidad de generar otro tipo de entretenimiento, siempre y cuando tenga las herramientas y el espacio dado. “No hay que tener miedo a decir que no a las pantallas, pero tenemos que saber cómo decirlo. Porque cuando decimos que no, podemos estar diciendo que sí a muchas otras opciones. Cuando limitamos el tiempo de pantalla de nuestros hijos no estamos arruinándoles la vida, sino abriéndoles puertas en otras direcciones”, concluyó Espeche.
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