¿Cómo agradecer tanto?
Terminaba la última página de Cien años de soledad y la certeza de saber que aquel era un relato único, nuevo y mágico
Lo recuerdo pefectamente. El sol comenzaba a bajar tras el lomo de la Ballena; Gorriti se llenaba de reflejos y el mar de la Playa Mansa se volvió intensamente azul.
Quizás un momento feliz como pocos. Terminaba la última página de Cien años de soledad y la certeza de saber que aquel era un relato único, nuevo y mágico, de pronto iluminó la vida.
Una vida en la que, río abajo, llegaba el hielo y, en el medio de un patio, un tal José Arcadio Buendía (atado de pies y manos al tronco de un castaño) "ladraba en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca".
Una vida en la que los pescaditos de oro y los animalitos de caramelo quedaban olvidados en alguna mesa mientras el amor, el dolor, los celos y un fuerte perfume de jazmines nos llevaban hacia las regiones donde todo es posible.
¿Cómo agradecer tanta cosa?
Imposible definirlo aún hoy cuando vemos que chicos y grandes pasan por la vida con un rectángulo espejado entre las manos enviando mensajes al tacto porque se han olvidado del papel.
Terminaba la última página de Cien años de soledad y la certeza de saber que aquel era un relato único, nuevo y mágico, de pronto iluminó la vida
Y porque hemos sido felices nos aburre un poco este teclear incesante en el que una frase de amor posiblemente debe ser corta.
¿Qué decir también de un libro ingrávido cuyas páginas pasan sólo animadas por la brisa de una mano?
Macondo, hoy, ha vuelto a este barrio en el que vivimos muchos y del que no deseamos mudarnos.
Desde aquí Remedios la Bella emprendió su viaje al cielo envuelta en sábanas blanquísimas; desde aquí, también, Úrsula sigue construyendo habitaciones para todos aquellos a los que ama y ha plantado un millón de begonias y aún se sobresalta cuando la creen muerta: -"Pobre la tatarabuelita, se nos murió de vieja!"-
"-Estoy viva!"- grita Úrsula, indignada.
Y su reproche es siempre válido: la vida sólo se escapa cuando terminan el odio y el amor.
Por eso, también en este barrio, hay un cartel en el que se lee "Aracataca" y cada vez que escuchamos la sirena de un tren pensamos que, quizás, trae nuevos pasajeros para aliviar la soledad.
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