La escritoria colombiana María del Mar Ramón escribió Manada, un libro que aborda los crímenes en grupo de hombres
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¿Cómo llega un hombre a violar en grupo? ¿A matar en grupo?
Esa pregunta llevó a María del Mar Ramón a escribir su primera novela, “La manada”.
Despojada de la narración en primera persona que usó en su primer libro, la colección de relatos íntimos “Tirar y vivir sin culpa. El placer es feminista” (2019), en “La manada” la autora se sumerge en el mundo de un grupo de adolescentes hombres para dilucidar por qué un 10 de junio de 2004, en una ciudad latinoamericana cualquiera, atacan a otro chico tan violentamente que acaban matándolo.
Es una realidad que puede resultarnos tristemente familiar. Lo vimos en España, cuando un grupo de jóvenes violó a una chica durante las fiestas de San Fermín en Pamplona en julio de 2016. El grupo de WhatsApp que tenían esos muchachos dio nombre al caso: La manada.
Lo vimos también en Argentina, cuando un grupo de jugadores de rugby golpeó hasta la muerte al joven Fernando Báez Sosa cuando este salía de un club nocturno en enero de 2020 en Villa Gesell, Argentina.
BBC Mundo habló con la autora en el marco del Hay Festival Cartagena, que se celebra del 26 al 29 de enero.
¿Qué hay detrás de estos ataques en manada?
-En tu primer libro expones completamente tu intimidad: desde la bulimia, cómo te empezaste a masturbar e incluso el abuso sexual que sufriste. En “La manada” no solo cambias el ensayo personal por la ficción, sino la narración de lo femenino a la narración de lo masculino, metiéndote en la cabeza de un grupo de adolescentes, ¿cómo ha sido hacer esa transición?
Fue una transición muy interesante y muy necesaria para mí. Escribí “Tirar y vivir sin culpa” en 2018, en un momento en el que la traducción de “Teoría King Kong” (de Virginie Despentes) nos impactó mucho como feministas, porque había una ruptura con la vergüenza y con esta posición de víctima que en las narraciones en primera persona era la más común. En ese momento estaba segura de que la primera persona era el registro necesario para escribir.
Cuando llega el momento de escribir el segundo libro ya no tenía nada más para decir en primera persona y además de eso, ya no me interesa más mi mundo. No tengo nada más que contar, no puedo hablar más de mi concha, ya no es mucho más interesante.
Y además, yo ahí tenía una pregunta sobre las identidades de los hombres, sobre cómo se forman estas comunidades, sobre todas las necesidades de validación, y la única manera que yo tenía para poder narrar eso era la ficción.
-Como feminista, como escritora, ¿un libro fue consecuencia del otro?
Creo que la novela para mí funcionó como un puente entre algo como la literatura feminista, lo que sea que es eso, porque obviamente no creo que eso esté definido y me parece muy injusto que se limite a una perspectiva del mundo, y salir más a una idea de literatura sin esa clase de adjetivos.
Me generó mucha ansiedad en su momento, porque yo creía que lo único que iba a poder escribir era en primera persona, sobre mí misma. Y había en ese momento una sensación de que el único lugar que teníamos las mujeres jóvenes era hablar sobre nosotras mismas y hablar en primera persona.
-“La manada”, además de compartir nombre con el caso de violación ocurrida en España, comparte ese trasfondo de violencia grupal.
Lo interesante es que todos los países tienen un caso igual. También en Argentina, donde está el caso de Fernando Báez Sosa. ¿Está basado en este caso? No, no está basado en ningún caso.
A mí me había impactado mucho el caso de la manada de las fiestas de Pamplona, y me surgió una pregunta que después se replicó en otros casos, y por lo que hice la novela.
Yo tenía la intuición, y digo intuición porque yo no estaba dentro del juicio, de que estos cinco chicos que violaron a esa chica no habían salido de sus casas diciendo “vamos a violar a alguien”.
Me llamaba mucho la atención saber qué había pasado, cómo se habían comunicado y cómo se habían puesto de acuerdo.
Hay algo sobre el lenguaje, que es un lenguaje no verbal, es un lenguaje de miradas. Hay un entendimiento que no necesita palabras. Pero ¿cómo se habían comunicado para ponerse de acuerdo en hacer algo como violar a una chica?
Cinco personas que estoy convencida de que tuvieron crianzas diferentes, principios distintos y que probablemente no lo harían estando solos.
Y esa curiosidad después se repitió con el caso de Fernando Báez Sosa en Argentina: cómo se pusieron de acuerdo y cómo se construyó el instante en el que cinco chicos matan a una persona, cuando probablemente tampoco lo harían estando solos.
-Y, según tu punto de vista, ¿qué es lo que ocurre en un momento así?
Creo que la pregunta que impera es un poco todo lo que está en juego para ellos en el momento en el que eligen actuar en grupo, las presiones y, además de eso, el lenguaje que usan y lo que se cuentan después, la forma en la que las grupalidades también construyen un mundo.
-¿Una realidad paralela?
Lo que se dice mucho con el juicio de Báez Sosa, supongo que también se decía en el caso de la manada, es que había un “pacto de silencio”.
Yo no creo que sea solo un pacto de silencio, creo que también es un pacto de ficción.
Creo que todos los grupos, todos nuestros grupos de pertenencia, nos construyen una forma de ver el mundo.
Y creo que lo que pasa en esta clase de articulaciones identitarias de los hombres es que ellos se narran el mundo de una manera en la que obviamente avasallan a otras formas de identidad, pero ellos quedan de otra forma: “bueno, se estaban defendiendo”.
La manera en la que los personajes de “La manada” se cuentan el mundo a mí me interesaba muchísimo. Porque hay un momento en el que yo creo que uno siente mucha pena por ellos y dice “ay, Dios, es tan fácil decir no, no voy a hacer esto, y al mismo tiempo tan difícil”.
-La dedicatoria de tu libro es: “Para todos estos hombres: lamento lo que el mundo hizo de ellos y lamento lo que ellos hicieron después”. ¿Sentiste empatía por estos personajes?
Muchísima. Y además creo que es finalmente mi gran apuesta en esta novela. Yo sabía que muy probablemente iba a ser leída principalmente por un público de feministas, que eran las lectoras de mi primer libro. Y todos estos muchachos encarnan todo lo que yo combatí durante muchos años y mis enemigos naturales.
Pero es necesario pensarlo fuera de los términos morales como de la maldad y la bondad, y pensar y entender bien cómo el mundo en el que vivimos es injusto para todos y para todas.
Obviamente, los cuerpos de las mujeres pagan otros precios y somos las que ponemos el cuerpo ante la violencia patriarcal, pero es una estructura que, si da la imagen de privilegiar algunas identidades, para esas identidades también tiene un costo.
Me interesa particularmente ese juego moral de lograr que los personajes, que claramente han hecho cosas muy reprobables y son muy detestables, terminan generando cierta simpatía en los lectores.
-¿El costo del que hablas es el riesgo de dejar de pertenecer al grupo, al clan, a la manada? ¿Dejar de ser aceptado como parte de?
Obviamente todos estamos muy dictaminados por la aceptación de nuestros pares y tendemos a subestimar lo que hacemos por pertenecer.
No es algo que solo hagan los adolescentes. Los adolescentes varones se ponen mucho más en riesgo a sí mismos y a los demás porque lo que se pondera tradicionalmente de la masculinidad son estas características como la fuerza, la insensibilidad. Y es lo que ellos tienen que demostrar y sufren todo el tiempo. Si te fijas, en la novela nadie la está pasando bien en ningún momento.
Pero creo que como adultos y adultas, tendemos a subestimar o pensar que esto es un fenómeno exclusivo de las adolescencias y a mí eso me parece bastante odioso.
Los adultos también hacen un montón de cosas por la pertenencia, lo que pasa es que son cosas mucho más aceptadas, o quizás menos nocivas para la sociedad, que las exigencias y las demandas que tienen los varones adolescentes para ser aceptados por sus pares. Y cuando ya somos adultos y adultas, estas presiones se ven mucho más claras en término de clase.
En “La manada” hay un poco un juego de espejos entre los adolescentes y sus familias. Son familias que también hacen muchas cosas por pertenecer y todo el tiempo está muy presente la clase social, de forma transversal, que los presiona también desde otros niveles.
-En tu novela concentras gran parte de esas presiones adultas en las mujeres, en las madres de estos chicos, en todas las renuncias que tuvieron que hacer en sus vidas.
Me interesaba mucho hablar de esa generación de mujeres que son un poco las madres de nuestra generación. En un mundo ya un poco más cambiante, en una ciudad, en ciudades latinoamericanas en los 70, en los 80, todavía esa figura de familia es muy fuerte. Y las mujeres no terminan de rebelarse ante esos sistemas y la pasan muy mal por toda esa presión, sobre todo de clase, que tienen en sus familias.
Me interesaba particularmente contar desde la perspectiva de Ana, la mamá del protagonista, lo injusto que es el mundo con las madres y cómo ellas terminan haciéndose cargo de los crímenes de sus hijos y del destino de sus hijos. Y no parece haber nunca otra opción para esas mujeres, es lo que les toca. Les toca un poco pagar la pena de sus hijos de otra forma.
Eso sucede un montón con las madres, ante las preguntas de “¿y dónde estaba la familia?”, “¿y qué está haciendo la familia?”, “¿y dónde están las mamás de esos chicos?”.
Todo el tiempo las mujeres son culpables de todo.
-En el libro no das el nombre de ninguna ciudad. Sin embargo, hay muchas referencias que nos sitúan en Bogotá. ¿Dirías que es un libro colombiano?
Yo creo que sí, pero que tiene las suficientes características como para volverse muy latinoamericano. Hay algo muy genérico de nuestros países, como estas ciudades muy divididas, donde los chicos tienen la posibilidad de asistir a estas escuelas privadas masculinas superhomogéneas.
Estas formas de espacio público y privado son muy bogotanas, pero creo que se replican mucho en nuestras ciudades latinoamericanas.
La novela habla mucho de inequidades y de cómo las personas de las clases medias y altas pueden generar esos microclimas que no existen; la sociedad no es homogénea, cuando uno es adulto no hay lugares solo de hombres heterosexuales blancos y ricos.
Creo que estas burbujas son supernocivas y son un caldo de cultivo de las violencias y eso es un fenómeno muy latinoamericano.
-¿Crees que la particular historia reciente de Colombia es también un caldo de cultivo para otras violencias como la que relatas en “La manada”?
Yo creo que influye, en esta novela, en la manera en la que ellos la ignoran. Creo que sí hay una generación excesivamente apática y con una tolerancia a la crueldad y a la violencia muy particular, que es la generación de los chicos protagonistas.
En esa primera década de los 2000, la violencia se había marginalizado un poco pero también se había recrudecido, hay mucha mención a las masacres y estalla el tema del desplazamiento, y la manera en la que todas las noticias ocurren como de refilón y son como un ruido de fondo, para mí es lo que genera en ellos una tolerancia a la violencia muy particular, y creo que era lo que pasaba con toda esa generación de personas en los centros urbanos colombianos.
Sí se nos mostró esa violencia, no es que los medios la ocultaran, pero hubo una forma de supervivencia de las clases medias, en algunas de las ciudades capitales, como de lograr blindarse emocionalmente ante la realidad del país.
Y creo que eso sí influye, la manera en la que ellos escuchan estas noticias terribles y no se conmueven, hay como una naturalización de la violencia todo el tiempo.
-Como feminista, ¿cuál crees que tiene que ser el papel de los hombres en el feminismo?
Creo que es valioso e importante que los hombres más que revisarse, piensen y hagan un esfuerzo. o lo hagamos todos y todas, por habilitar espacios cada vez más heterogéneos.
La convivencia con otras identidades, con personas de otras clases sociales, con personas de otras orientaciones sexuales, con personas de otras identidades de género, con personas de otras nacionalidades y que la convivencia diaria y la cotidianidad es lo único que forja sociedades un poco menos violentas.
Pero esto cuesta un montón, porque la inercia de clase y de género y de raza es muy difícil de combatir, porque es mucho más fácil hablar con tus pares con los que tienes un lenguaje común.
Pero creo que es la forma más realista y es el único esfuerzo que objetivamente me interesa que hagamos todos, y específicamente los hombres. Porque todo lo demás que hemos dicho, que revisen sus privilegios, por ejemplo, es super abstracto.
¿Qué queremos decir cuando le decimos a alguien que revise su privilegio? ¿Nosotras revisamos los nuestros?
¿Y con quién se revisa? ¿Frente a quién se revisa? ¿Y uno se puede despojar de sus privilegios? Yo no lo tengo tan claro, no estoy tan segura. Pero sí sé que convivir con otros y otras y otres y compartir espacios heterogéneos más diversos te obliga a hacer esa clase de revisiones de forma mucho más fácil que si estás en tu casa y te pones a pensar, “creo a veces que he sido machista”.
Salir un poco de tu grupo de cinco amigos, que son todos heterosexuales y todos ricos, y habitar otros espacios, con otras personas, y ver qué reflexiones te trae esa clase de convivencia.
Creo que es un esfuerzo un poco más tangible que decirles que hagan una revisión.
Hay que salir un poco de la burbuja y tratar de convivir en espacios que sean heterogéneos, con personas que sean distintas a uno, que es lo más interesante para poder construir otros mundos.
Por Mar Pichel
HayFestivalCartagena@BBCMundo
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