Cuántos estudiantes de todos los niveles se ven afectados por las tomas de colegios
Desde el viernes, cuando se inició la medida en el Mariano Acosta, los alumnos de otras escuelas se fueron sumando; en las próximas horas podría haber otras
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Con discusiones en algunos establecimientos donde los alumnos están votando si se pliegan o no al reclamo que se inició el viernes, la toma de los colegios porteños comienza a transitar días críticos. Lejos de bajar el grado de conflictividad el problema amenaza crecer aún más mientras no aparecen canales de diálogos entre las partes. En este escenario la cantidad de alumnos afectados que están perdiendo horas de aprendizaje crece con el correr de las horas.
Hasta el momento son 12 los establecimientos porteños que están en conflicto —tomados, o con los estudiantes pernoctando ahí— si se suma a esa lista la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, que depende de la Universidad de Buenos Aires. El Colegio Nacional, también de la UBA, podría sumarse en las próximas horas lo que engrosaría el número de estudiantes afectados.
Según la información del Ministerio de Educación de la ciudad de Buenos Aires son 9322 los alumnos de todos los niveles (inicial, primaria y secundaria) que hoy ven afectado en la rutina escolar por las protestas estudiantiles, principalmente, grupos de chicos del secundario. Pero si se suman los 2400 alumnos que asisten al Pellegrini el número de afectados supera los 11.700.
La Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas N°2 Mariano Acosta, de Balvanera, fue la primera en iniciar la toma aunque ayer a la mañana los jóvenes decidieron levantarla “para que los otros niveles puedan tener clases”.
El universo de estudiantes de toda la ciudad y en todos los niveles ronda los 600.000 alumnos de escuelas públicas y privadas. El conflicto de las tomas tiene como escenario las secundarias de los colegios públicos que tienen una matrícula de unos 99.000 estudiantes.
De acuerdo al último relevamiento los establecimientos ocupados por los alumnos, donde no se están dictando clases, son la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Sofía E. Broquen de Spangenberg (conocido como Lengüitas), donde asisten unos 800 estudiantes. Además, la escuela Superior de Educación Artística en Arte Cerámico N°1, la Escuela de Educación Media Nº1 Federico García Lorca, el colegio N°3 Mariano Moreno, el Liceo N°5 Pascual Guaglianone, la escuela de Educación Media Nº 3 Osvaldo Pugliese, la escuela de Educación Media N°7 María Claudia Falcone, el colegio N°19 Luis Pasteur, la escuela de Educación Media N°2 Agustín Tosco, la escuela de Enseñanza Media N°16 Rodolfo Walsh y el colegio N°8 Julio Argentino Roca. A ellos se les sumó el Pellegrini.
Aprendizaje en peligro
Mejoras en las viandas escolares, reformas inconsultas, un modelo educativo que incluya a toda la comunidad y que cese la persecución política en los centros de estudiantes son los cuatro puntos que iniciaron la toma en el Mariano Acosta. Para algunos especialistas consultados por LA NACION los derechos de los estudiantes pueden debatirse, pero quizás en otros ámbitos que no afecten la rutina escolar diaria.
“La educación argentina ya estaba en crisis antes de la pandemia y se agravó con la pandemia. El escenario por la crisis actual es el que no se puede perder ni un minuto de clases porque los resultados de aprendizajes se deterioraron por la pandemia. Este era un barco averiado que recibió el misil de la pandemia”, opina Manuel Alvarez Tronge, presidente de Educar 2050, una organización sin fines de lucro que trabaja desde hace 15 años por la educación argentina.
Sin embargo, y a pesar de las tomas, el profesor de la Facultad de Derecho de la UBA, entre otras instituciones, plantea le necesidad de generar un ámbito de debate para escuchar todos los reclamos. “El perder clases no ayuda, pero no hay que quedarse con el análisis general. A los grupos de alumnos que llevan adelante las tomas hay que comprenderlos, no estar de acuerdo no implica no saber escucharlos. Es un diálogo, hay que hacer el esfuerzo de comprender todas las posturas. Comprender es difícil, pero se tiene que hacer el esfuerzo”, agrega.
“Es un momento clave para escuchar, dialogar, buscar el mejor ámbito. La toma no es una norma, se debe encontrar otro lugar para hacerlo”, diferencia Álvarez Tronge.
Con esta idea coincide Guillermina Tiramonti, licenciada en Ciencia Política y Magíster en Educación y Sociedad, investigadora de Flacso. “Los reclamos se deben plantear, pero no en la escuela, sino en otros lugares públicos, sin interrumpir las clases. Los argumentos que llevan adelante la toma no concuerdan con los estudiantes que protestan. Ninguno tiene hambre y es una tomada de pelo para quienes sí tienen”, apunta.
Tiramonti sostiene que con la suspensión de las clases y otras medidas que tienen lugar en los colegios no solo se pierden horas de clases sino también “la socialización de la juventud” que confunde la forma de reclamar. “Los jóvenes deberían saber que la disputa política no tiene que implicar la pérdida de derecho de los alumnos. Desde la toma se está reproduciendo una acción política que lastima a los demás”, piensa la investigadora.
La experta sostiene que perder tiempo de aprendizaje después de tantos meses con las escuelas cerradas durante la pandemia es una nueva interrupción del proceso pedagógico y eso es peligroso porque puede agravar la crisis educativa. “Es increíble que no haya instrumentos para sancionar a los que promueven y realizan las tomas. Hay que tener un sistema de regulación para que la escuela pueda cumplir su función de educación y sociabilización”, pide Tiramonti.
Para el diputado de Juntos y ex Ministro de Educación, Alejandro Finocchiaro, la Argentina no puede perder más días de clases, una constante desde el regreso de la democracia. “Se perdieron seis ciclos lectivos completos, más de 1100 días de clases de 1984 y eso no puede ocurrir más en la era del conocimiento”, sostiene.
“La del conocimiento es una carrera que tenemos que ganar porque la educación es un puente hacia el trabajo, donde se construye ciudadanía, si eso se pierde se destruye el tejido social. En 2001 no pasó eso, hubo crisis, pero la gente pudo volver a encontrar trabajo; hoy la situación es que hay gente por fuera del sistema y no sabe hacer nada, eso es producto de haber desperdiciado tiempo de capacitación”, opina Finocchiaro.
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