Coelho se siente maestro, pero también discípulo
Sus novelas de conocimiento interior superan los 20 millones de ejemplares.
La obra del novelista brasileño Paulo Coelho suscita los más diversos grados emocionales, las reacciones más enfrentadas, desde la fascinación incondicional al vapuleo desmesurado.
El juicio imparcial se hace a un lado cuando llega la hora de referirse al autor de "El alquimista", la historia de un pastor en busca de sí mismo, que le dio a Coelho (51 años) un nombre en la escena literaria como autor de ficciones orientadas al conocimiento interior.
"El alquimista" lleva diez años en las listas de best-sellers argentinas, uno de los tantos mercados que le han permitido vender a este autor más de 20 millones de ejemplares de sus novelas en todo el mundo.
Las suyas son historias sencillas, como la de "Veronika decide morir", su última novela, la historia de una chica que descubre el valor de la vida cuando la encierran en un manicomio.
Coelho siempre quiso ser escritor. En su juventud fue letrista de música pop, dramaturgo, periodista, hippie. También trabajó en una compañía discográfica antes de abandonar todo por el arte de la novela.
-¿Cómo define su literatura?
-La defino como vanguardia total. Yo veo que la literatura cambia hacia un lenguaje mucho más directo, sin dejar de ser profunda. La elite literaria, que me critica, tiene una idea complicada de la cultura. Se leen entre ellos, sin que nadie más entienda lo que escriben.Olvidan que la idea clásica de la obra de arte es la comunicación.
-¿Cuáles son los temas de vanguardia?
-La aceptación de la intuición, del lado femenino de la personalidad, del lenguaje de las señales. ¿Por qué no aceptar que todo lo que está delante de nosotros es sagrado? Propongo vivir la experiencia individual, en lugar de seguir el manual de buen comportamiento de la sociedad.
-Usted quería escribir, sin embargo trabajó durante años en una compañía discográfica. ¿Acaso no siguió el manual de buen comportamiento que critica?
-Todos en algún momento lo seguimos. Lo que no podemos es olvidar nuestra historia personal, nuestro sueño, las cosas de la vida que nos da entusiasmo hacer. Yo seguí el manual cuando salí de prisión a mediados de los ´70. Estuve prisionero porque consideraban que mis canciones eran subversivas. Pensé que había vivido lo que tenía que vivir, como hippie, como loco.
-¿Qué lugar tiene la responsabilidad en esa ruptura con las convenciones?
-Tienes que equilibrar la disciplina, el rigor, la compasión y la apertura de corazón. Como la vida es un misterio, tienes que hacer lo que tengas ganas, pero respetando el derecho de los demás.
-En esta última obra se destaca el tema de romper los muros que limitan la personalidad.
-Romper el primer muro es dejar de hacer lo que dice la sociedad. Hay otro muro que separa al templo de la ciudad. Lo sagrado se alejó mucho de la realidad cotidiana. Las personas creen que para un contacto con lo sagrado tienen que ir al templo, y no es así: lo sagrado está aquí y ahora.
-¿Qué importancia le da a la religión?
-Yo soy católico, pero no transfiero a la Iglesia la responsabilidad en mi búsqueda. Me gusta compartir con los demás momentos de adoración, pero ni un cura ni nadie va a guiar mi vida.
-Brasil reúne cultos indígenas, africanos y europeos ¿Cuánto hay de esa confluencia en su obra?
-Aunque no hable de mi país, soy un típico escritor brasileño. Lo que hay de Brasil es la mirada. Allí las personas mezclan mucho lo mágico con lo profano. -¿Cree que sus libros dan las respuestas que la gente necesita?
-Mis libros no dan respuestas, sino que le dan al lector la sensación de no estar solo. Y saber eso te da valor, coraje. Escribo para comprenderme a mí mismo, y luego comparto lo que descubro. Creo que se aprende de los libros, las películas, los cuadros, las conversaciones. Yo aprendo charlando con el taxista, con el camarero, con la persona que me dé la señal que necesito.
-¿Cree que todo aprendizaje es individual? ¿No confía en los maestros, en los gurúes?
-Hay maestros, pero no hay un maestro. Puede ser un camarero que en una charla casual me puede estar contestando una cosa profunda sin darse cuenta. Durante el día somos a veces maestros, a veces discípulos.
-La suya fue la generación de los hippies. ¿Por qué abandonaron ese camino, que desafiaba las convenciones sociales?
-Había cosas que necesariamente debían cambiar, pero ese camino también tenía sus trampas, como las drogas.
-¿Por qué eligió un manicomio como escenario para su obra?
-Es una alegoría que utilicé porque yo viví esa experiencia personalmente. Mis padres me dijeron que no debía ser escritor. Yo no estudiaba, no hacía nada. Ellos estaban desesperados, no sabían qué hacer, y me encerraron. Después salí y las cosas anduvieron bien. No podía imaginar que años después esa historia fuera a dar un libro, y que lograra un feedback increíble de los lectores.