Coco, el regreso de Pixar
Pasaron siete películas, y más de siete años. Pero Pixarregresó: es decir, volvió a estrenar un film notable. Pasó mucho tiempo, y hasta creímos que su encanto y su sabiduría narrativa habían quedado definitivamente en su glorioso pasado. Pero ocurrió lo felizmente obvio, lo mismo que decíamos en la columna sobre Star Wars el mes pasado: eso de que se comprueba la responsabilidad del director y guionista, por más poder que ostenten la propia Pixar y Disney.
¿Qué característica comparten las siete películas de Pixar anteriores a Coco? Recordemos: Cars 3, Buscando a Dory, Un gran dinosaurio, Intensa-Mente, Monsters University, Brave, Cars 2. Que no tuvieron al director de la última obra maestra del estudio. Ese señor: Lee Unkrich, que ganó un Oscar con su obra maestra: Toy Story 3. Y Unkrich volvió con Coco. Y se nota.
La película emociona, claro, y se ha hablado mucho de lágrimas en las redes sociales. Pero esas emociones son de las que se logran no meramente por los temas tratados, y menos que menos por acumulación de iniquidades o golpes arteros. Son de las que se construyen mediante una narrativa consistente, convencida y por eso convincente, de las que se logran porque se nota que el creador entiende los materiales y las bases más fundamentales del cine. No son emociones que se machacan, que se acumulan de manera tóxica. Si siempre se es meloso, si se hace alarde constante de ser “sensible”... no hay juego, no hay sorpresa, no hay llegada verdadera de las emociones. Por ejemplo, los personajes de uno de los más grandes directores de toda la historia, nuestro contemporáneo Clint Eastwood, no viven declamando lo que sienten. Pero cuando un breve destello incontenible nos lleva a conocer sus sentimientos -nada superficiales-, cuando estos adquieren visibilidad siempre pudorosa, cuando llegan a ser comunicables sin chantajes, las emociones se multiplican: las suyas y las nuestras.
Coco, sí, tiene una animación esplendorosa, increíble de tan creíble, pero eso también lo tenía Moana (no Pixar-Disney, sí Disney y sí muy floja). Las calles de un pueblo de México se vuelven palpables, y cada movimiento nos lleva al recuerdo de cuando vimos la primera Toy Story y creíamos que eso era increíblemente perfecto (hoy vemos sus “logros técnicos” con la misma comprensión, admiración y simpatía que los del King Kong de Cooper y Schoedsack, y ambas siguen siendo películas perdurables). Pero no reside en su maravillosa animación el logro fundamental de Coco y de su creador principal Unkrich.
El director, como lo demostró en Toy Story 3, sabe con pasión y formación cuál es su arte, cuáles son las bases de su concepción del cine. En Toy Story 3 se percibían como texturas desde John Ford a Ingmar Bergman, desde los círculos del infierno hasta algunos de los más creativos deus ex machina, desde la realidad de la muerte hasta su negación -falsa y también verdadera, claro- por parte del relato cinematográfico. Unkrich daba sobradas muestras de comprender los mecanismos de los relatos más nobles, pero no necesitaba decirlo de forma frontal, literal. Luego, en los largos años de bruma de Pixar llegó una película-trampa, celebrada hasta el hartazgo, o hasta el hartazgo de algunos de nosotros, o de algunos pocos, solitarios y pendencieros. Intensa-mente nos quería hacer creer que había aventura donde no la había, nos vendía emociones de manera literal y oprobiosamente directa, sin juego, sin metáfora, sin mito, a puros mazazos de psicología: la mejor manera, se comprobó por su éxito y sus alabanzas, de vender supuesta sofisticación y negar la aventura y las emociones perdurables. Si en Intensa-mente veíamos DE FRENTE a la tristeza, al enojo, etc. para que nos contaran de forma explícita -obscena, para ser más exactos- una historia de maduración (coming of age) en Coco nos cuentan en parte lo mismo pero ni nos damos cuenta hasta que termina un relato apasionante basado en mitos productivos, arraigados en tradiciones fascinantes, llenas de colores y de ramificaciones y fantasías. Las bases de Coco encajan mejor con el cine y, claro, son similares en naturaleza a las de Drácula, a las del western, a las de los relatos del héroe solitario puesto en circunstancias extraordinarias.
Coco es cine y no se puede trasladar a otra forma artística, Intensa-mente podría incluso salirse del arte y ser algún libro de divulgación acerca de “cómo son nuestras emociones”. Creo incluso que ya lo era.
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