Clubes de barrio. Sin ingresos y con pocos socios, pelean por sobrevivir en medio de la pandemia
Por las diferentes restricciones, no pudieron ofrecer sus actividades usuales; en algunos, hasta perdieron los equipos docentes
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En el Club Mitre, en Floresta, el tiempo parece haberse detenido. Sobre una pizarra, en la entrada del comedor, se lee: “Buffet del Mitre, todos los días un menú distinto”. Pero en la sala no solo no hay un espacio gastronómico, sino que ni siquiera se observan mozos, comensales ni mesas. El ambiente es una simple muestra del vacío total del edificio, que, salvo por un mes y medio a principio de año, se encuentra sin actividad deportiva, cultural y gastronómica desde el inicio de la pandemia.
“Teníamos 550 socios; ahora no nos queda ninguno”, cuenta Stella Maris Pita, presidenta del club, mientras pasea por los pasillos desérticos del establecimiento, que en abril pasado cumplió 101 años. El panorama podría cambiar en los próximos días por la habilitación, desde ayer, en la ciudad de la actividad deportiva sin contacto y con un aforo del 30% en espacios cerrados, como gimnasios y clubes. Pero, pese a que la nueva normativa implica un avance, los clubes relativizan el beneficio de este tipo de apertura. También destacan el nuevo desafío que deberán afrontar a partir de ahora: lograr recuperar al menos una parte del caudal de socios que tenían antes de la pandemia.
“La nueva apertura no va a cambiar mucho en términos de ganancias. Nuestra principal fuente de ingresos son los alquileres de canchas y los deportes de contacto, como el fútbol y el futsal, que ahora solo están permitidos en espacios abiertos”, explica Pita. Todas las canchas y salones deportivos del club se encuentran bajo techo.
Para poder empezar a ofrecer deportes de contacto, y así volver a atraer a sus anteriores socios, en el último mes, el club decidió eliminar la parrilla, que ocupaba una importante porción de su único espacio al aire libre. Por ahora, el patio está cubierto de escombros y materiales de construcción, pero Pita espera que pueda comenzar a utilizarse cuanto antes.
Todos los clubes visitados por LA NACION debieron hacer esfuerzos para adecuarse a las nuevas circunstancias y compensar los efectos económicos de la pérdida de masa societaria. El Club Deportivo Giuffra, por ejemplo, debió prescindir de sus docentes y ahora son los vecinos quienes ocupan sus puestos.
Esta pequeña institución se encuentra a la vera de la autopista Buenos Aires-La Plata, en el barrio de San Telmo. En sus tres canchas de cemento al descubierto, se practica patín, fútsal, fútbol infantil, hockey y básquet. Los profesores renunciaron a mediados del año pasado, luego de varios meses sin percibir sus sueldos debido a la crisis del establecimiento, que dejó de tener ingresos. Cuando en octubre de 2020 las instituciones deportivas pudieron volver a abrir –aunque con aforo y sin deportes de contacto–, fueron los vecinos del Giuffra los que se hicieron cargo de manera ad honórem de las clases.
Hoy, nueve meses después, lo siguen haciendo. Una de ellas es Eugenia Sanguinetti, patinadora profesional y vecina del barrio, que ahora practica una coreografía, junto a unas 10 alumnas al ritmo de una canción de Queen.
Gabriel Santagata, director del Giuffra, considera que este club se encuentra en una posición privilegiada respecto a la mayoría: todo su predio, menos el buffet, es abierto, y, por lo tanto, están pudiendo trabajar desde mediados de octubre. Eso no evita que la situación sea difícil. En el último año y medio, perdió al 70% de sus socios.
“Cuando en octubre finalmente pudimos volver a abrir, con burbujas y protocolo, vinieron muy pocos chicos. Muchos padres tenían miedo de mandar a sus hijos por el coronavirus. Otros ya no tenían dinero para pagar la cuota. Hoy, eso sigue pasando”, señala Santagata.
Desde marzo del año pasado, los clubes recibieron en tres instancias ayudas económicas de la Ciudad: dos cuotas de $60.000 en 2020 y una de $80.000 en 2021, según informaron fuentes del gobierno porteño.
“Por suerte, todavía ningún club de la Capital tuvo que cerrar. La situación se está haciendo difícil, especialmente para los que tienen todo el espacio cubierto, que son la mitad. Muchos generaron deudas, otros quemaron reservas”, señala Gustavo Acosta, presidente del Club Fénix, en Villa Devoto, y representante de los 220 clubes de barrio de la Ciudad.
Actualmente, el buffet de ese club es utilizado por una escuela de la zona para dar clases a algunas burbujas de alumnos, debido a que la institución educativa no tiene lugar suficiente en su establecimiento para poder mantener este formato de presencialidad. A cambio, el gobierno porteño le retribuye económicamente al club.
Acosta estuvo toda la semana esperando con ansias la nueva disposición que vuelve a permitir la práctica de actividad física sin contacto y con aforo y sin límite de participantes en espacios cerrados. Sin embargo, al igual que el resto de los presidentes consultados, admite que la nueva normativa no sirve de mucho, si no se logra que las personas que dejaron de ser socios no vuelvan a inscribirse y a participar de las actividades deportivas.
“Actualmente, contamos con un 30% de nuestra masa societaria”, cuenta, mientras camina por el galpón donde está ubicada la cancha principal del club. En las paredes, cuelgan los anuncios de los patrocinantes que ya no pagan y las promociones para el alquiler del espacio para fiestas y cumpleaños infantiles que quedaron desde diciembre de 2019.
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