Los especialistas dicen que es difícil prever, pero que el cambio climático afecta a todo el planeta y ya tiene consecuencias en nuestro país
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El calor parece no encontrar límites. El termómetro alcanzó registros nunca antes vistos en Cataluña cuando tocó los 45,3°C en Figueres el 18 de junio pasado. Ese mismo día también fue el más caluroso de su historia reciente en Roma: llegó a los 42,9°C.
En Italia, la mayoría de las ciudades están en alerta roja. La peor parte se la lleva el sur, donde se superaron los 47°C. El mar Mediterráneo también alcanzó un récord de temperatura. Entre la isla de Sicilia y la ciudad de Nápoles, se registraron zonas 4°C superiores a lo normal, según alertaron los investigadores del Instituto de Ciencias del Mar, con sede en Barcelona.
Con más de 44°C, Grecia enfrenta la que estiman será la ola de calor más larga de su historia mientras intentan controlar, desde hace más de una semana, los incendios forestales en las islas de Corfú, Eubea y Rodas, que ya obligaron a evacuar a más de 19.000 personas. ¿Son esas temperaturas de infierno las que nos esperan a los argentinos el próximo verano?
Los especialistas consultados por LA NACION coincidieron en que no se pueden proyectar las temperaturas a las que llegaremos el próximo verano en base a la ola de calor que sofoca al hemisferio norte. Las primeras proyecciones llegarán recién en el mes de octubre con el pronóstico trimestral que publica el Servicio Meteorológico Nacional. Apuntaron, de todos modos, que la tendencia global muestra que tendremos olas de calor más frecuentes, más severas, que duren mayor cantidad de días y abarquen más zonas.
Aunque no hay necesariamente un proceso físico que permita caracterizar el verano europeo como un anticipo de lo que será en estas latitudes, lo cierto es que el mundo entero está enfrentando las consecuencias de un mismo proceso: el cambio climático.
El mes pasado se convirtió en el junio más caluroso, según el análisis de temperatura global de la NASA, pero al comenzar julio el mundo rompió el récord del día más caluroso de la historia tres veces en una semana.
El lunes 3 de julio se presentó como el día más caluroso jamás registrado a nivel mundial, cuando la temperatura global promedio alcanzó los 17,01 °C, según datos de los Centros Nacionales de Pronóstico Ambiental de Estados Unidos. El récord no duró mucho tiempo. Al día siguiente, fue superado con 17,18°C. El pico fue el 6 de julio cuando el promedio de temperatura de la Tierra llegó a los 17,23°C.
Se encamina de este modo, según ya advirtió la NASA, a ser el mes más caluroso que se haya registrado en la Tierra, y posiblemente en más de 100.000 años. Las olas de calor de este mes hubieran sido “prácticamente imposible en un mundo sin el cambio climático causado por el hombre”, concluyeron esta semana un grupo de científicos europeos del World Weather Attribution (WWA).
En el Aeropuerto Internacional del Golfo Pérsico de Irán, la sensación térmica pasó los 66°C, superando los niveles que el cuerpo humano puede tolerar. China también rompió su propio récord de temperaturas cuando hace dos semanas la Administración Meteorológica del país registró los 52,2°C en el municipio de Sanbao, en Xinjiang.
Estados Unidos se suma a la lista. El Valle de la Muerte llegó a los 55°C, quedando a solo un grado del récord histórico de temperatura que registraron en 1913, cuando alcanzaron los 56,6°. La ciudad de Phoenix, la más poblada del estado de Arizona, lleva más de 20 días consecutivos superando los 43°C, es la primera vez en 49 años que se vive un fenómeno semejante. Por su parte, las aguas del Atlántico, frente a las costas de Florida, alcanzaron una temperatura sin precedentes de 32,2°C.
“Estamos en el medio de un proceso El Niño [que tiende a aumentar los registros globales] de una magnitud que todavía no está del todo clara. No solo está subiendo la temperatura del Océano Pacífico por encima de lo normal, sino que estamos atravesando un proceso en donde el Atlántico está más cálido de lo habitual. Estamos entrando en un terreno más desconocido y eso hace que haya más límites sobre la pr
edictibilidad”, dijo a LA NACION Inés Camilloni, climatóloga investigadora del Conicet y coautora del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
Sumado a esto, en promedio, la temperatura del hemisferio norte, que es más continental, es mayor que la del hemisferio sur, que es más oceánico. Dicho de otro modo, el océano se calienta en una tasa menor que los continentes. Además, Europa es el continente que está experimentando el calentamiento más rápido, así lo alertó la Organización Meteorológica Mundial en su informe anual. “A nivel global se estima que el calentamiento es de un grado y en Europa de dos”, resumió Leandro Díaz, climatólogo del Conicet.
Para cada año entre 2023 y 2027 se prevé que la temperatura media mundial anual sea entre 1,1 °C y 1,8 °C superior a la media del período 1850-1900, que se utiliza como referencia, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático aseguró que por la actividad humana la temperatura media del planeta llegará a 1,5 grados más respecto a la era preindustrial entre los años 2030 y 2035. Esa proyección es válida en casi todos los escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero, por su acumulación desde hace siglo y medio.
El Acuerdo de París establece objetivos a largo plazo para ayudar a todas las naciones a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y así mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo por debajo de 2 °C, al tiempo que se mantienen con los esfuerzos para limitar ese incremento a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales.
Argentina, por su parte, también batió sus propios récords en la última temporada. El verano pasado sobrevivimos diez olas de calor, cuando lo normal es atravesar entre cuatro o cinco. Fue el más cálido del que se tienen registros en el país, según informó el Servicio Meteorológico Nacional, que debió agregar un nuevo color en sus mapas para graficar el fenómeno extremo. También fue el más seco de los últimos 30 años.
Esta institución considera que para que se de una ola de calor tanto las temperaturas mínimas como las máximas, en forma simultánea, deben igualar o superar un valor umbral por al menos tres días. Cada localidad tendrá su propio valor, en el caso de Buenos Aires, la mínima debe ser de 22 °C mientras que la máxima, 32,3 °C.
“Es importante diferenciar un evento particular a una recurrencia de eventos. Cuando uno ve que estos eventos son más frecuentes, o se dan cada vez más eventos extremos por año, es que se empieza a atribuir a un cambio en el clima de la región”, explicó Esteban Zúccaro, analista de Información Meteorológica y Climática en el Servicio Meteorológico Nacional.
Aunque los especialistas coinciden en que no se pueden proyectar las temperaturas para el próximo verano, señalan también que la tendencia global muestra que enfrentaremos mayores olas de calor. “Si bien no es posible determinar si el próximo verano será similar al anterior, vale la pena estar preparado para minimizar los impactos de estos fenómenos extremos”, dijo Juan Antonio Rivera, investigador del Conicet y sumó: “El incremento en la frecuencia y severidad de las olas de calor es una manifestación directa del cambio climático y es lo que se está observando en diversas regiones del hemisferio norte, en particular Estados Unidos, Europa y partes de Asia”.
Pero también fue así nuestro último verano. El promedio de temperatura en el mes de noviembre fue 1,8 °C superior a lo esperado y el mes de enero, 1,6 °C: resultaron ser los más cálidos en 60 años de registros.
Además, por primera vez en la historia, en la capital del país se registraron 15 días consecutivos con temperaturas máximas por encima de los 32 °C y durante los primeros 10 días de marzo la máxima promedio fue hasta 10°C superior a lo esperado en algunas zonas del país. El otoño tampoco se quedó atrás: tuvo una temperatura promedio 1,27°C por encima de lo normal con temperaturas superiores a los 20°C que llegaron a rozar los 28°C.
“Realmente pensar en que el próximo verano pueda ser peor que el anterior es un poco difícil, porque fue muy extremo. Pero ese verano tan extremo es lo que cada vez esperamos más seguido”, agregó Díaz.
La Argentina, además, corre con una desventaja frente a los impactos de este tipo de fenómenos extremos. Según el IPCC, “en los países en desarrollo y emergentes, existe un consenso general de que la capacidad de adaptación es baja, reforzado por el hecho de que la pobreza es el determinante clave de la vulnerabilidad en América Latina y, por tanto, un límite a la resiliencia que conduce a una ‘trampa de bajo desarrollo humano’”.
Camilloni, que también es residente en el Programa de Investigación de Geoingeniería Solar de la Universidad de Harvard y miembro de la Comisión Mundial de Ética en el Conocimiento Científico Científico y la Tecnología (Comest) de Unesco, describió que este escenario donde constantemente se están batiendo récords “evidencia la fragilidad con la que nos estamos enfrentando al cambio climático, los límites de adaptación” y pone en el centro de la escena y la discusión de la comunidad científica la habitabilidad.
El cambio climático no solo produce un aumento de temperaturas, sino que también afecta, por ejemplo, la producción de alimentos, aumenta el riesgo de inundaciones y sequías, y genera un deterioro de la calidad del aire. “Es una enorme amenaza a la vida de las personas y a los estilos de vida. Todo el mundo es vulnerable frente al cambio climático. El nivel de peligros o de riesgos que implica son muy grandes”, explicó.
La climatóloga agrega que estamos ante un escenario de incertidumbre científica, donde lo que se predijo que podía pasar, está ocurriendo más rápido de lo previsto. Y eso, empuja a los países a pensar soluciones. El desafío está en tomar medidas de mitigación y adaptación. Es importante no solo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y el metano, entre otros, cuya concentración produce un aumento de las temperaturas, sino que también prepararse para reducir el riesgo de las consecuencias.
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