Clicks, silbidos y frecuencias: estudian los códigos que usan delfines de Tierra del Fuego para comunicarse
Tres biólogas argentinas buscan entender mejor la compleja fórmula que tienen los cetáceos para mapear su entorno y evadir predadores
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Hace unas semanas, asistimos a un fenómeno desconcertante: un varamiento masivo de cetáceos en la bahía de Ushuaia, ante la atónita mirada de la gente que, sin pensarlo mucho, se tiró al mar en su ayuda. “La gran incógnita es por qué entraron a la bahía y qué los asustó para reaccionar así”, reflexionan en diálogo con LA NACION, en el Día Mundial del Agua, las biólogas Natalia Dellabianca, Constanza Ordóñez y Vanesa Reyes.
Es que el mar es un gran misterio. Para revelar alguno de sus secretos, estas expertas trabajan en las campañas del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic) dependiente del Conicet –junto al Proyecto Investigaciones en Mamíferos Marinos Australes (IMMA), Fundación Cethus y Wildlife Conservation Society Argentina– que estudian a los delfines en el Canal de Beagle y las costas de Tierra del Fuego.
Gracias a la utilización de hidrófonos aportados por el área marina protegida Namuncurá, creada por la ley 26.875, y drones subacuáticos de WCS Argentina, pueden verlos y escucharlos, y así comprender mejor cómo se comunican y ubican en el mar, además de qué amenazas podrían estar enfrentando.
¿Cómo saben dónde están y cómo se comunican en el mar los delfines? “Utilizan una técnica llamada ecolocalización”, explica Ordóñez, del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vida Silvestre Cadic-Conicet. “Es un sistema de radar, como el de un barco, que les genera una imagen acústica de su entorno”, detalla. Como en el agua la luz se pierde a poca distancia, la visión de los animales marinos está muy reducida. “Así encuentran a sus presas, se orientan en la navegación y se comunican entre individuos. Algunas especies usan clicks y otras, silbidos que emiten a frecuencias más bajas, lo que hace que puedan viajar más lejos”, suma Reyes, Investigadora de la Fundación Cethus y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref).
Ahora bien, en la inmensidad del mar los delfines no están solos, entonces ¿cómo hacen para encontrar justo lo que buscan sin confundirse con otros ruidos o no ser detectados? Reyes explica que “utilizan distintas frecuencias de sonidos; por ejemplo, los delfines australes utilizan frecuencias más altas y así evitan que las orcas, su único depredador en esta zona, puedan escucharlos”. Una estrategia de supervivencia brillante, ya que esta especie forma grupos pequeños, de entre dos o hasta diez individuos. En cambio, los delfines oscuros arman grupos grandes, de diez a 30 individuos, y emiten frecuencias de sonidos más bajas, ya que su estrategia depende de minimizar el riesgo de depredación individual.
Sin embargo, esto no es todo, ya que se ha visto que especies que se creía que solo utilizaban frecuencias altas también son capaces de utilizar otras bajas en lugares donde no hay presencia de orcas.
Conductas
Cada especie es diferente y su modo de vida influye en su sistema de comunicación. “Dependiendo del momento y de qué están haciendo, suelen acercarse a los barcos y a veces hasta se los ve juntos en grupos mixtos”, detalla Dellabianca, miembro de WCS Argentina y del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vida Silvestre Cadic-Conicet. “Con los hidrófonos podemos obtener mayor detalle de la presencia y conducta de cada especie sin depender de las posibilidades climáticas de embarcarse para poder ver a los grupos de delfines”, añade.
Con estas tecnologías, más que escuchar ellas ven utilizando espectrogramas, que son gráficos de frecuencias y amplitud del sonido en función del tiempo. Los clicks que los delfines producen tienen una estructura particular: el sonido rebota en un objeto y genera un eco, el delfín lo procesa y genera una imagen acústica, como una ecografía. Las frecuencias altas le permiten una mayor direccionalidad y evitar ecos indeseados; las bajas llegan más lejos. Los barcos y los murciélagos utilizan la misma técnica, detallan.
Ordóñez agrega: “Estudiamos con registros visuales, desde barcos o desde la costa, pero colocando los hidrófonos tenemos registros acústicos y usamos ambas técnicas para analizar el comportamiento y qué sonidos emiten para conocer qué hacen y la presencia de cada especie”.
El ruido humano
Otra celebridad marina son las ballenas, de las que se conoce bastante sobre los “cantos” que utilizan para ubicarse entre sí a miles de kilómetros de distancia. Pero el mar también es escenario de múltiples actividades humanas, que emiten todo tipo de ruido constantemente y de los que aún no se sabe exactamente qué consecuencias podrían causar en la fauna marina.
En ese sentido, persiste la preocupación por las consecuencias de las prospecciones marinas para buscar hidrocarburos, ya que las explosiones acústicas producto de la exploración sísmica bajo el agua afectan a invertebrados, peces, mamíferos, tortugas y aves marinas. La emisión de frecuencias bajas que generan se superponen con los sonidos que producen ballenas, cachalotes y algunas especies de delfines, aunque también emiten ruido a frecuencias altas y audibles por todas las especies de cetáceos y mamíferos marinos.
Se sabe que el aumento del sonido en el océano produce aumento de estrés, cambios fisiológicos y comportamentales, abandono de hábitats, pérdida de audición temporal o permanente, e incluso muerte de individuos y varamientos masivos, describen las investigadoras.
La existencia de eventos confirmados de varamientos que coinciden en área y tiempo con las prospecciones sísmicas en el mundo alerta que es imprescindible estudiar cuánta propagación llega audible al Canal de Beagle, donde por otro lado –como explican las biólogas– el aumento del tráfico marítimo es hoy la principal amenaza para los delfines.
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