Claudia Fontes: poeta de lo pequeño y lo monumental
El director del Bellas Artes alumbra las fortalezas de la obra de la argentina que nos representó en Venecia y también su forma de producción desde los bordes
Conozco a Claudia Fontes desde hace dos décadas. En esos años, yo dirigía el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca y ella, a la par de su obra plástica, comenzaba a desarrollar una red de artistas-gestores por todo el país denominada Trama, un programa de colaboraciones entre artistas que articulaba múltiples iniciativas locales colocándolas en diálogo federal. En simultáneo, participó activamente en RAIN, una red Sur-Sur, que vinculaba proyectos de artistas y colectivos artísticos argentinos con pares de Asia, África y América Latina. Tras esas experiencias, colaboró asiduamente con organizaciones holandesas en la evaluación de proyectos de creadores que residían en países centroamericanos y de África central.
Este vínculo entre ámbitos dispares ha ejercido una fuerte influencia en la renovación constante de su obra. Hecho reconocible en los múltiples niveles de lectura que propone, al romper con la autorreferencialidad y los tópicos heredados, e incitar a releer el arte con audacia e imaginación.
Su trabajo desde los bordes de las prácticas artísticas le ha dado un ángulo original que la exime de la pretensión de congraciarse con el sistema establecido del arte contemporáneo.
En su búsqueda ha combinado estupendamente el pequeño formato, en obras realizadas en porcelana dotadas de una poética intimista, con grandes y esforzadas producciones a través de las que narra episodios históricos en clave alegórica. La creación de una mitología personal, de gran originalidad, surge de allí.
Sus trabajos más emblemáticos son, sin duda, Reconstrucción del retrato de Pablo Miguez, una escultura a tamaño natural de un adolescente desaparecido durante la última dictadura militar instalada a flor de agua en el Río de la Plata, verdadero ícono del recorrido del Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires; y la reciente obra presentada en la Bienal de Venecia, El problema del caballo. Como curador del envío argentino a esa bienal, tuve la oportunidad de asistir a todo el proceso creativo de la artista, desde el proyecto presentado ante el comité de selección hasta cada etapa de la concreción de una obra tan potente y directa en su morfología como compleja en sus postulados y lecturas. La instalación El problema del caballo propone un enigma en forma elusiva, que la transforma en extremo polisémica, efecto redoblado por su magnitud, la elección de los materiales y las peculiaridades del sitio de emplazamiento.
Gracias a la experiencia veneciana comprendí que Claudia reúne una doble virtud: a su talento y sensibilidad artística, suma una gran capacidad de concepción y organización de sus producciones.
Tanto en las obras monumentales como en las más delicadas e intimistas, logra construir un lenguaje personal en permanente mutación, nunca estandarizado, que anida en algún núcleo de la tragedia contemporánea, cuya materia amasa sin cesar.
Aunque hace tiempo que no vive en el país, nunca dejó de observar la realidad argentina. Su trayectoria muestra una preocupación inquebrantable por pensar los dilemas del mundo actual, las vidas y experiencias de los dañados, de las víctimas, de los sufrientes, con una mirada lúcida y sensible que la vuelve una artista indispensable.
Del editor: ¿por qué es importante? Radicada en Inglaterra, su instalación El problema del caballo representó a la Argentina en la Bienal de Arte de Venecia y se consagró ante el público y la crítica
Andrés Duprat
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