Científicos argentinos: los que vuelven al país y los que apuestan a colaborar desde el exterior
CÓRDOBA.– En el último año regresaron a la Argentina diez científicos que estaban trabajando y/o estudiando en el exterior. El Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación relanzó en diciembre el programa “Raíces” –que incluye diferentes ejes de trabajo, entre ellos la repatriación–, creado en 2003 y reconocido como política de estado por el Congreso en 2008. Desde que comenzó hasta 2015, volvieron al país unos 1300 y en 2019, tres. Está en marcha un relevamiento con la colaboración de los consulados y el año pasado se realizaron tareas con 300 de ocho redes de científicos argentinos en el exterior y ahora hay programadas reuniones con cinco más.
En muchos países se constituyeron esas redes. Algunas son más recientes –la de Chile, por ejemplo, tiene dos años y 35 integrantes– y otras llevan un largo tiempo de contactos, como la de Italia: reúne a 82 miembros activos, pero en los hechos conecta a más de un centenar. “Lo más novedoso es que, por primera vez, estas agrupaciones van a participar en la construcción de la política nacional, van a ser parte del proceso del Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2030”, dice a LA NACION Diana Español, jefa de Gabinete de la Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, que conduce Diego Hurtado, y coordinadora de “Raíces”.
José Fernández León Fellenz es neurocientífico; doctor en Ciencias de la Computación de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires y doctor en Ciencias Cognitivas (Informática) del Centro de Neurociencia Computacional y Robótica (CCNR) de la Universidad de Sussex, Reino Unido. Se desempeñó como investigador en distintos centros y universidades de Estados Unidos y ahora es investigador del Conicet en el Centro de Investigaciones en Física e Ingeniería del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Explica que está abordando con su equipo el desarrollo de estrategias de control neuroinspiradas, que apuntan, por ejemplo, a generar observación y una mayor presencia en el Mar Argentino en forma automatizada, mediante el desarrollo de módulos de control de robots no tripulados de distinto tipo.
Se fue del país en 2006 con una beca doctoral para radicarse en el Reino Unido; después comenzó sus estudios postdoctorales en Estados Unidos, donde investigó cómo las actividades neuronales y áreas cerebrales se correlacionan con diferentes comportamientos cognitivos y sensoriales, desarrollando además diferentes herramientas computacionales para comprender esos aspectos.
“En definitiva, me fui para adquirir un conocimiento que en su momento no estaba disponible en el país. Volví en diciembre pasado buscando desarrollar ciencia y tecnología de punta y de formar grupos de trabajo. En mi experiencia, me di cuenta de que lo que diferencia a una institución de primer nivel de otras es que poseen más recursos materiales, pero lo más importante es que los usan investigadores que sienten realmente que son parte esencial de esos establecimientos y que tienen ‘mentalidad científica’ innata. El capital humano es lo que hace a una institución sobresalir del resto en cualquier área del conocimiento o aun en la industria, independientemente de dónde uno se encuentre”, describe. Añade que el regreso tiene que ver con una visión a largo plazo y de relacionarse y formar grupos que “vean la oportunidad de construir en definitiva un país diferente” y que su “trabajo de investigación colabore con ello”.
Esteban Beckwith es experto en neurociencias, se fue hace seis años al Reino Unido y regresará en unas semanas. Se incorporará como investigador adjunto del Conicet: “Son varios los motivos que pesan para regresar; me fui pensando que volvía, pero varias veces en este tiempo pensé en quedarme –cuenta a este diario–. Resolví hace unos meses porque en la Argentina se puede hacer buena ciencia; hay nuevas perspectivas para el sector. Tenía la posibilidad de seguir, pero se dio la oportunidad de sumarme a un buen trabajo”.
Admite que, sin esa chance, por más que tiene factores afectivos y familiares que lo impulsaron a decidirse, no hubiera vuelto. “Tengo una vocación muy fuerte y quiero seguir haciendo investigación; claro que hay mucho para mejorar, desde la financiación al sistema en general, pero se puede trabajar”, aclara. Beckwith insiste en que las ventajas salariales o de estabilidad que hay afuera confrontan con ser “inmigrante todo el tiempo”.
Con un título de Farmacia de la Argentina y dos doctorados en Ciencias Médicas, Silvana Della Penna dejó el país en 2011. Es la coordinadora de la red de científicos en los Países Bajos y señala que en los últimos tiempos hay más dinámica en la relación con el ministerio y ya se preparan para asesorar en algunos aspectos puntuales como desarrollo de becas, intercambio o capacitación en ciencia en la Argentina.
“Más allá de lo que se recibe de la Argentina, para nosotros es una posibilidad de estar en contacto, intercambiar experiencias, compartir noticias de becas y fomentar colaboraciones”, explica. Indica que quienes piensan en regresar ponen en la balanza los lazos familiares y también el aspecto cultural. “Dependiendo dónde se está, eso pesa mucho –agrega-. En lo estrictamente laboral, afuera todavía hay más facilidades para conseguir subsidios para investigar”.
Entre los cambios en las ayudas de repatriación, el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación aprobó un nuevo reglamento que permite que todos los trámites sean virtuales –tanto para los que deben aplicar a cargos como para la presentación ante la comisión asesora que aprueba los regresos– y, además, se aumentó el subsidio a $250.000 para gastos de reinstalación más el pasaje de regreso. El Conicet otorga uno complementario de US$5000 que no puede ser empleado para los mismos fines; en general, se destina a compra de instrumental o elementos de trabajo.
Con más tiempo
Annat Raiter llegó a comienzos de 1995 a Israel, donde dirige un laboratorio de investigación en cáncer de mama. En el caso puntual de ese país, durante muchos años no había acuerdos de colaboración con la Argentina, pero “la red se despertó hace unos años cuando el exministro Lino Barañao vino a relanzar el tarea. Aun sin convenios, los científicos individualmente siguieron dando conferencias y haciendo colaboraciones con la Argentina. Ahora sigue todo eso; intentamos priorizar a estudiantes argentinos que vengan a realizar doctorados, maestrías, a ver cómo es hacer investigación. Estamos promoviendo todo eso”. Respecto del interés por regresar, enfatiza que se da en el caso de quienes llegaron con becas, no de los que llevan más años. “Mientras más tiempo pasa, cada vez menos se piensa”, resume.
Después de cinco años en Canadá, Javier Jaldin Fincati –biológo celular y bioquímico, especialista en enfermedades metabólicas– regresó en diciembre con su esposa y su hijo de tres años a Salta, donde se incorporó como investigador del Conicet en el Instituto de Patología Experimental de la Universidad Nacional de Salta. “Soy hijo de la educación pública y siempre pensé que quería devolverle a la sociedad lo que me había dado –indica a LA NACION-. Nos fuimos sabiendo que volveríamos, que era una cuestión de tiempo”. Usó el subsidio del programa para pagar parte de los gastos de la mudanza. Mientras se sigue “acomodando”, empezó a hacer contactos para conseguir financiamiento para investigaciones y para establecer “redes” con colegas.
“Raíces” tiene varias líneas de acción. Por un lado, están los subsidios de retorno destinados a quienes hayan estado como mínimo tres años en el extranjero; también están las estancias de mediana y corta duración (subsidios Doctor César Milstein), que promueven la vinculación de los residentes en el exterior con el medio científico y tecnológico local: financia estadías de un mes y hasta tres meses, con el fin de fomentar la investigación científica y transferencia de conocimiento en el país.
El tercer factor son las redes en el exterior que apuntan a coordinar, generar y mantener vínculos con miembros de la comunidad científica argentina y que funcionarán como “órganos asesores y/o generadores de propuestas de cooperación científica tecnológica bilateral”. Las redes no tienen que ver con las repatriaciones. Se suman los premios Raíces y Leloir para científicos argentinos en el exterior que colaboran con el “fortalecimiento” del sistema local. Finalmente, hay un apartado de vinculación con universidades e institutos de investigación de quienes están afuera y un área de colaboración para formarse en el exterior.
Se fue en 2017 a Estados Unidos y regresó en diciembre pasado; Belén García Fabiani, bioquímica con un postdoctorado en Neurooncología, cuenta que, habiéndose formado en una universidad pública y haber sido parte del Conicet, tuvo “siempre las ganas de regresar, para aportar lo que aprendí y para estar cerca de la familia”. Llegó con trabajo en el sector industrial, en una empresa de biotecnología. “Hago investigación en la parte privada; la decisión estuvo muy arraigada en conseguir trabajo. Si no conseguía, tal vez no regresaba”, sintetiza.
“Hay más actividad en los últimos tiempos; el foro de coordinadores de redes está conectado con el ministerio y hay más cruce de datos, de experiencias –describe José García, coordinador de la red en Suecia (60 integrantes) y premio Raíces en 2016-. El interés por volver tiene períodos; pasa que hay marcos contextuales que hacen que el trabajo científico funcione mejor como es la inversión en el área; en Suecia es 3,5% del PBI; en Brasil 0,8%, en Chile, 0,6% y en la Argentina 0,4%. Eso se asocia a la posibilidad de conseguir financiamiento”. García es experto en Ingeniería de materiales y su tarea está enfocada al desarrollo para minería, gas y petróleo.
Sin perder contacto
Con 38 años en Italia, Sabatino Annechiarico, coordinador de la red de científicos argentinos en ese país, insiste en que los que vuelven son los “jóvenes o de mediana edad; es muy extraño que haya alguien con trayectoria que regrese”. Incluso menciona que esos casos “le son más útiles a la Argentina desde afuera, a donde se destacan”. Grafica con Rafael Ferragut (53 años), quien emigró en 2000, es docente y responsable del Laboratorio de Positrones L-NESS del Politécnico de Milán e integrante del equipo que en 2019 detectó y midió ondas de antimateria en un laboratorio. Annechiarico subraya que, por el volumen de convenios bilaterales entre la Argentina e Italia, la red es muy activa: “Hay proyectos de mucha envergadura en el área aeroespacial, por ejemplo”.
La red chilena es de las más nuevas; su coordinadora es Patricia Tissera, astrónoma egresada de la Universidad Nacional de Córdoba. La mayoría de sus integrantes son “seniors” y “todos tienen contactos y colaboran” con la ciencia argentina, pero “no son los que piensan en volver; sí lo hacen quienes vienen a hacer un postdoctorado”. El 35% de los miembros están vinculados a la astronomía: “Es un área donde hace años hay colaboración con Chile y eso se refuerza cada vez más; crecen las oportunidades para establecer colaboraciones de largo término. Lo que ofrece Chile es acceder a tecnología que no hay en la Argentina, eso es una ventaja. Para quedarse también pesa que la distancia es menor y que es más fácil adaptarse culturalmente”.
Coordina la red alemana Aldo Boccaccini, quien coincide en que hay más movimiento en los grupos: “Hay más receptividad de quienes están a cargo de ‘Raíces’ y también con Hurtado pudimos participar en reuniones a agenda abierta. Estamos reiniciando la colaboración porque íbamos a un paso más lento, se ha activado. Estamos expectantes de que este nuevo impulso se transforme en cuestiones concretas”. Ingeniero nuclear, se especializa en materiales biomédicos. “Podemos ser útiles desde acá, el énfasis no solo debe estar puesto en retornar, sino también en interactuar con los de más experiencia”, sugiere.
Estefanía González Solveyra, hoy integrante del grupo Nanoarquitecturas del Instituto de Nanosistemas de la Universidad Nacional de San Martín, regresó en octubre después de casi siete años en Estados Unidos. Se fue a poco de terminar el doctorado y lo adjudica a que siempre tuvo interés “en hacer experiencia afuera pero, a la vez, tenía la decisión de volver”. Se presentó a la convocatoria de ingreso al Conicet y emprendió la vuelta. “Hay mucha voluntad de mejorar la ciencia en la Argentina, mucha gente con capacidad –sigue–. En mi disciplina en especial no hay impedimentos como sí podría haber en disciplinas que requieren de más tecnología o insumos”.
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