Chilo, la heladería emblema de zona norte que cerró después de 85 años
El histórico local de Martínez había abierto en 1939; el cierre fue una decisión comercial
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“El barrio murió. La decisión de cerrar está tomada”, dice Hugo Rodríguez, de 66 años, en el interior del local de Chilo, mientras desmantela lo que quedó de su negocio, la histórica heladería de Martínez que desde 1939 ocupa la esquina de la Avenida Santa Fe y Sarmiento.
Los ventanales están tapados con papel de diario, se desmontaron las islas, la cafetería, el mostrador y las máquinas de la fábrica de helados. En el suelo el polvillo se mezcla con la humedad e impregna las pisadas y huellas del arrastre constante de los muebles del salón. Cuando retire las conservadoras quedará vacío sin ningún rastro del comercio que funcionó por 85 años y había sobrevivido a todos los vaivenes económicos del país.
Chilo esconde dos deseos de mantener un legado y la historia de un jugador de fútbol de las inferiores de Chacarita que, a los 18 años, cerca de debutar en la primera, colgó los botines para hacerse cargo de la heladería de su padre. Esa “inconsciencia”, como define Rodríguez a la decisión de aquel entonces, fue acertada y conservó el establecimiento como inquilino por casi medio siglo.
El cierre de los restaurantes y el cine Astro, el incendio y abandono del teatro Bristol, la desaparición de la vida nocturna en la zona –que fue colmada por sucursales de bancos– así como el golpe al bolsillo de la clase media, su clientela principal, impactaron en el negocio. El punto final en la esquina insigne se lo dio el aumento de las tarifas y la imposibilidad de mantener el pago del alquiler. El destino de la marca es incierto.
“Es muy difícil ser inquilino por 50 años. Cuando la gente me ve de toda la vida en el mismo lugar piensa que soy el propietario del local. El cierre es una decisión puramente comercial. Este era un negocio de barrio y familiar que pasó por todas las crisis económicas, momentos de ventas muy buenos y otros malos, pero Chilo siempre continuó. Nuestros clientes son de clase media, que hoy está obligada a ajustarse. Uno de los productos donde primero se achica es el helado”, cuenta Rodríguez.
Una tradición heladera
La heladería la fundó Eusebio Fernández en 1939. En 1971, afectado por una enfermedad terminal decidió transferir el fondo de comercio bajo una condición irrenunciable: que el nombre “Chilo”, como lo apodaban sus amigos y familiares, perdure. Los heladeros interesados en comprarlo querían renombrar y reformar la marca, hasta que apareció Héctor Rodríguez, padre de Hugo, quien la adquirió y la mantuvo como heladería tradicional de la localidad de Martínez.
Héctor, separado de su mujer, se mudó al local con Hugo, su único hijo, que tenía 12 años. Vivían en unos escasos metros cuadrados por detrás de donde estaba el mostrador. “Mi viejo se hizo cargo de la heladería y seis años más tarde murió. En ese momento yo jugaba en las inferiores de Chacarita. No llegué a la primera, pero estaba por debutar. Muchos de mis compañeros después jugaron en la Selección Argentina. Mi papá acababa de morir y agarrar la heladería de tan chico fue una inconsciencia”, relata Rodríguez.
De un día para el otro, las circunstancias lo pusieron al mando de Chilo con tres empleados. Como empleador tuvo que aprender de ellos todo el negocio. Rodríguez guarda un especial aprecio por Lorenzo Torres, el maestro heladero de aquella época. “Me trató como un nieto, era el heladero original del primer propietario y me podía haber pedido lo que sea para continuar, pero quiso mantener lo que le pagaba mi papá. Fue un desafío para todos, la aventura de seguir alquilando semejante esquina sin la experiencia. Aprendí todo de ellos y me respetaron mucho. El prestigio de Chilo es por toda esa gente que trabajaba con mi papá”, dice Rodríguez.
No tiene socios ni otra sucursal, por más de que tuvo varias ofertas para expandirse como franquicia y hasta abrir un Chilo en el Unicenter. El desencuentro con los propietarios del inmueble fue el leitmotiv de que no adquiriera el local. Cuando tuvo los fondos para comprarlo, los dueños no quisieron vender; tener un buen inquilino era mejor negocio. Cuando estuvieron dispuestos a vender, la pandemia había hecho estragos y Rodríguez no contaba con el dinero. La relación se mantuvo desde 1971 hasta 2024 como inquilino y propietarios.
El fin de los negocios tradicionales
“El barrio cambió. En la cuadra antes tenías 2000 personas en la calle a la noche porque la zona estaba repleta de restaurantes, pizzerías y bares. Cuando cerraron Astro y Bristol, hace más de una década, se transformó en una zona bancaria. Hay ocho bancos en menos de dos cuadras y se modificó la manera de trabajar. El único comercio original en pie era Chilo. Tuve que reconvertirlo en cafetería y la heladería quedó en el fondo del local. A las seis de la tarde no hay nadie en la calle y desapareció la vida nocturna”, señala Rodríguez.
Su aferro a la tradición también se volvió un peso. “Si Chilo mantuvo el prestigio fue por su calidad y porque el helado que se vendía el lunes valía lo mismo que el del sábado. En el rubro se puso de moda las promociones por la hora en que vas al local, pero se me caería la cara de vergüenza frente a los clientes de toda la vida decirles que un día está más caro y otra más barato dependiendo de la hora a la que van o si eligen determinado gusto por sobre otro porque el helado es el mismo. También entraron en juego los descuentos con las tarjetas. La competencia me dejó afuera del mercado”, cuenta.
El heladero hizo una inversión muy grande en la pandemia para mantenerlo a flote. Su decisión de dar un paso al costado no se motivó solo por la imposibilidad de afrontar el pago del alquiler sino por el amontonamiento de gastos para sostenerlo. En el último mes tuvo que pagar de luz $1 millón. “Realmente me asusté cuando me llegó la boleta. Soy testarudo, pero evidentemente tendré que cambiar y adaptarme. Me ayuda mi hijo a acoplar las ideas más modernas. No sé qué voy a hacer todavía. En lo comercial una marca de 85 tiene posibilidades de proyectos, pero no como una heladería tradicional de barrio”, agrega.
Mientras Rodríguez permanece en el interior con frecuencia se acercan personas a los ventanales que tratan de ver por los huecos que los papeles de diario no llegaron a cubrir. Apenas pone un pie en la vereda, en pocos segundos se agolpa un grupo de vecinos. Los más tímidos se limitan a leer el cartel que anuncia el cierre. Otros preguntan por el dueño.
La sorpresa de los vecinos
Paula Vázquez, de 68, vecina de Martínez, acaba de volver de un viaje y ante la sorpresa del cierre se acerca. “La heladería siempre estuvo. Recuerdo venir con mis padres y con mi abuela que me traía a comer un tostado y un helado. Me da mucha tristeza. Los que atendían siempre lo hacían con una sonrisa y alegres además de amables y empáticos Dios quiera que abran en otro lado porque allí iremos”, dice Paula.
“Pensé que iban a abrir en otro lado”, dice incrédulo Daniel Meagia, de 74 años. Y agrega: “Somos cuatro generaciones de mi familia viniendo a esta heladería. Tengo el mejor de los recuerdos. Pedía los gustos clásicos y me venía caminando desde la Panamericana”.
Viviana Pérez Novelli y Tomás, vecinos también, se acercan a consultar. “Venía de chiquitita. Lo que más me gustaba era el dulce de leche, era muy especial. Un sabor muy distinto. Es la heladería del barrio, la tradicional de Martínez, todas las demás vinieron después”, cuenta Viviana.
Otros vecinos pegan carteles de apoyo. “Los extrañamos. Suerte para todos. Las ´chicas´ de los miércoles”, se puede leer en uno. “¡Los vamos a extrañar mucho! El barrio ya no es lo mismo sin ustedes. Les deseamos todo lo mejor. Ojalá que nos volvamos a ver. Siempre en nuestros corazones. Los mellizos Albarellos”, se lee en otro.
Rodríguez vuelve al interior para seguir desmantelando el local que de niño fue su hogar. “No pensé que iba a tener tanta repercusión en el barrio. Recibí un montón de cartas que me hicieron llorar, me enteré de un montón de historias de vida que desconocía que pasaron acá. Se acercaron abuelos con sus nietos para contarles que venían cuando tenían 10 años. También me enviaron muchos mensajes por WhatsApp, las redes sociales y hasta me llamaron desde Japón. Si hay algo que tengo que agradecer es que pude mantenerlo todo este tiempo”, apenas puede terminar de balbucear Rodríguez cuando se quiebra.
El heladero decidió atender al público hasta el 16 de junio, en honor a Héctor Rodríguez, que murió en esa fecha, y porque a la vez coincidió este año con el Día del Padre. “Chilo es una marca importante y debe irse como corresponde. No por un desalojo o enterrado en cuentas que no se pueden pagar”, dice.
Y después de recomponerse se permite una última metáfora futbolera, un resabio de sus años como jugador: “Cuando toca perder, mejor que sea uno a cero que por goleada. Hoy me tocó perder, pero siento que le cumplí a mi viejo. Chilo termina su historia en esta esquina dignamente como un helado de prestigio y calidad”.
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