Chicos y tecnología: “Los que tienen problemas con las pantallas son los padres, están atrapados”, dispara un experto francés
El investigador Stanislas Dehaene habla de las aplicaciones de las últimas décadas de estudio del cerebro para mejorar el aprendizaje del lenguaje o la matemática
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MADRID.– Stanislas Dehaene (Roubaix, Francia, 57 años) cuenta que en los 35 años que lleva estudiando el cerebro vio cómo se volvió transparente. Ahora, es posible localizar con mucha precisión memorias concretas y se pueden incluso eliminar, aunque de momento este tipo de experimentos solo se realizaron en ratones. “Escribí este libro porque presenta una serie de cuestiones éticas interesantes que deberíamos discutir entre todos”, explica Dehaene en una entrevista en esta ciudad para presentar su última obra de divulgación, Con ustedes... ¡nuestro cerebro!. Profesor en el Collège de France y director de la Unidad de Neuroimagen Cognitiva en el Inserm de París, el neurocientífico advierte que aunque “de momento, estas tecnologías se desarrollaron en entornos de investigación, con la colaboración de las personas involucradas y para beneficio de la humanidad en su mayor parte, deberíamos tener una discusión, por ejemplo, sobre el acceso del Ejército a esta tecnología”.
En este y otros libros, en los que trata de acercar los resultados de la investigación del cerebro al público, Dehaene también destaca la importancia de conocernos como somos y no como nos gustaría ser, para adaptar nuestra vida o la forma de educar a los niños a las características del órgano que define nuestra naturaleza.
–¿Se utilizan los descubrimientos de la neurociencia para mejorar los programas educativos?
–Desde hace cinco años, trabajo como presidente del Consejo Científico para la Educación en Francia, un consejo que fue creado por el gobierno francés para ayudar a rediseñar un sistema educativo apoyándose en principios científicos.
–¿Cuáles son los principales errores que cometemos en la educación de los niños?
–Lo primero que hay que decir es que no todo lo hacemos mal, al contrario, pero hay algunas cosas que mejorar. En primer lugar, solemos subestimar a los niños. Existe esta idea de Piaget, que dice que los niños se van a desarrollar muy lentamente, con una agenda muy rígida, año a año, y ahora sabemos por la ciencia cognitiva y la neurociencia que en realidad los niños tienen unas habilidades mucho más sofisticadas. En el lenguaje, vemos que adquieren de 10 a 20 palabras diarias, mucho más rápido que cualquier ordenador actual y mucho mejor que la inteligencia artificial. Y también en matemática, tienen habilidades para los números desde muy temprano y para integrar números y espacio. Tienen intuiciones muy fuertes y hay que vincular las enseñanzas a esas intuiciones, en particular en matemática. Muchas veces tienen problemas en matemática porque no ven que los nuevos símbolos están relacionados con lo que ya conocen, y se les enseñan como si fuesen un dominio completamente abstracto en el que no encuentran ningún significado.
El otro error es creer que todos los niños son diferentes. En las ciencias cognitivas estamos viendo que en realidad hay muchas similitudes. Cuando la gente aprende a leer siempre se enciende el mismo circuito, y hay una variabilidad de unos pocos milímetros, quizá un centímetro como mucho. Así que no es cierto que haya que adaptar la pedagogía a cada niño, hay principios de aprendizaje que aplican a todos.
–Pero en una clase de 20 niños, unos aprenden mucho más rápido que otros.
–Eso es así, pero no significa que les tengas que enseñar de forma diferente, todos se benefician de los mismos métodos.
–Dice usted que los cerebros de todos son básicamente iguales, pero lo que nos hace diferentes es la educación.
–Hay diferencias entre niños en el proceso de educación, que empieza mucho antes de la escuela. Sabemos, por ejemplo, que hay grandes diferencias en vocabulario, dependiendo de si vienes de una familia pobre o una rica y, especialmente, de cuánto se le habla al niño. Esto sucede mucho antes del comienzo de la escuela, pero la escuela es central en la reducción de diferencias sociales, en tratar de incluir a todo el mundo en una cultura común sin importar el estatus socioeconómico del que procedes.
Hay un estudio bonito con niños de 5 o 6 años que muestra que la cantidad de diálogos que se les dirige tiene un impacto directo en la activación de una de las principales áreas del lenguaje en el cerebro. El principal mensaje es que puedes producir un gran impacto educativo en tus hijos antes incluso de que lleguen a la escuela, enriqueciendo su entorno y preparándolos para la adquisición del lenguaje, pero también de las habilidades matemáticas, teniendo juegos simples o rompecabezas en casa.
-Pese a que haya gente que puede tener dificultades para aprender a leer o escribir y no todo el mundo tiene la misma habilidad, casi todo el mundo sabe hacerlo bastante bien. Sin embargo, gran parte de la población no tiene un conocimiento básico de las matemáticas.
–La matemática requiere un esfuerzo y eso es lo primero que hay que entender. Todos los niños deben hacer un esfuerzo para aprender, no existe el aprendizaje de matemática sin esfuerzo. Y hay un cierto abandono de la matemática como parte de nuestra cultura. Al nivel del cerebro vemos que el lenguaje y la matemática activan redes completamente diferentes, que apenas se solapan. Eso significa que desarrollar una cultura lingüística no nos va a dar una cultura matemática. Yo abogo con vehemencia por un refuerzo de la cultura matemática.
Un gran malentendido es que la matemática va de números. Pero la matemática se ha definido como la ciencia de los patrones. Se trata de entender regularidades y de la organización lógica. Así que es una herramienta muy útil para la vida diaria. Por ejemplo, los gráficos, en los que tienes una cantidad enorme de puntos de datos en los ejes X e Y, y puedes ver cómo esos cientos de puntos evolucionan y los puedes percibir como un solo gráfico. Esto es algo que deberíamos valorar más en nuestra sociedad y lo deberíamos enseñar mejor, porque es como otra forma de leer y es completamente diferente. Requiere unos circuitos cerebrales distintos y es una tarea igual de importante para desenvolverse en nuestra sociedad.
–La capacidad para utilizar la matemática o el lenguaje, ¿es algo que está en el cerebro humano y, con el tiempo, se habría desarrollado en cualquier caso?
–En mi investigación, observamos las habilidades iniciales de niños del Amazonas o de los Himba, en África, y estudiamos las habilidades de adultos que no fueron a la escuela. Es interesante ver que hay un núcleo de intuiciones compartidas. Por ejemplo, todos tienen la idea de los números que crecen y se van volviendo más difusos, y que tienen correspondencia con el espacio, con los números más pequeños en la izquierda y los grandes en la derecha. Todo el mundo tiene también un sentido de la forma y vemos que hay acuerdo en que hay unas figuras, como el cuadrado, más regulares que otras, como los paralelogramos. Así que hay una base universal para dominios elementales como la forma, el número, la lógica o la probabilidad que se pueden remontar a algún punto de nuestra evolución. Pero después, la belleza del cerebro humano es que se puede expandir con la educación y reciclar estos circuitos que estaban ahí desde antiguo para los números.
Por ejemplo, la invención de los números arábigos expandió extraordinariamente nuestro sentido del número. La comprensión de los números de la gente no educada o los niños está limitada a números pequeños o difusos. No pueden distinguir entre 13 y 14. La educación te permite desarrollar un sistema para contar, quizá primero con los dedos y después con palabras, y de repente desarrollas un sentido preciso de los números. Todos tenemos la misma base, en todas las culturas, hombres y mujeres, y el mismo potencial, aunque después hay un proceso que nos lleva a otros niveles y eso sí depende de invenciones específicas. Las coordenadas de Descartes, por ejemplo, fueron un gran regalo, porque abrieron un nuevo espacio de representaciones.
–Ahora pensamos en los números y las letras como la base de la civilización y nos cuesta pensar en un sistema para organizar y transmitir información sin ellos, pero ¿es posible que en el futuro inventemos otros sistemas nuevos y más eficaces?
–En mi nuevo libro describo los últimos avances en neurociencia, que permitieron una comunicación bidireccional con el cerebro. Ese puede ser un camino interesante para el futuro. Las técnicas de imagen ya nos permiten leer hasta cierto punto lo que tiene alguien en la mente. Podemos descubrir las imágenes mentales que está creando. Si proyecta un círculo o una letra, lo podemos ver y decodificar. Y en la otra dirección, podemos empezar a escribir en el cerebro. Requiere algunos electrodos, así que aún es muy invasivo, pero en un mono, implantando electrodos en la corteza visual, se ha podido escribir una letra A o una letra O, y el mono lo ve y señala la letra. No sabemos dónde podremos llegar con este tipo de dispositivos, pero la tecnología está muy avanzada.
–¿En qué dejará nuestra libertad la posibilidad de saber qué pasa dentro de nuestra mente con total precisión y poder incluso hacer predicciones?
–Es un asunto complicado, porque hay gente que tiene la idea de que nuestros pensamientos podrían ser independientes del soporte físico. Es casi una idea dualista. La idea de que los pensamientos serían libres del soporte físico. No es verdad. No hay manera de que escapemos a la física y no hay ningún grado de aleatoreidad que nos vaya a ayudar a hacerlo. Incluso si hay algo de esto en la física cuántica, no es lo que consideramos libre albedrío.
Lo que creo que queremos decir con libre albedrío es que somos capaces de ejercitar nuestra deliberación. Por eso la palabra deliberación está vinculada al libre albedrío. Significa que podemos traer información a la mente de forma consciente, pensar sobre las posibilidades, considerarlas, considerar las consecuencias de acuerdo con nuestros conocimientos y después, elegir. Eso es lo que queremos decir con libre albedrío y en ese sentido es muy real. Hay un espacio en el cerebro y un espacio de trabajo consciente donde podemos reunir la información y realizar este tipo de deliberación, completamente separado del mundo exterior. En este sentido, el libre albedrío es real. Nadie puede predecir lo que vas a hacer. Incluso tú tienes que seguir este proceso, no puedes tomar atajos. No puedes negar que tienes libre albedrío, tienes que seguir esos pasos para tomar una decisión.
–Durante el último siglo y medio, al menos, vivimos un cambio tecnológico cada vez más acelerado. ¿Esto puede provocar problemas de adaptación en nuestro cerebro, que no evoluciona al mismo ritmo?
–En francés, este libro se llama Cara a cara con tu cerebro, porque la idea es que hay una realidad biológica del cerebro, hay una serie de principios que no podemos cambiar, nos guste o no. Somos nuestro cerebro y nuestro cerebro evoluciona muy lentamente. No hubo tiempo para una evolución biológica que permita una adaptación a los cambios tecnológicos. Estamos atrapados con un cerebro que tenemos que respetar y aprender a utilizar mejor. Algunas cosas no cambiarán. Por ejemplo, la necesidad de dormir. Hay una mitología que dice que algunos científicos o políticos no duermen o duermen muy poco, pero no es cierto. Si no lo hacen pierden atención y capacidad de aprendizaje. Tenemos que aprender a utilizar mejor nuestros cerebros y no negar la biología.
Creo que la sociedad, en algunos sentidos, está evolucionando en una dirección incompatible con las necesidades del cerebro, y la necesidad de dormir es uno de esos casos. También la necesidad de contacto social y comunicación, en particular para los niños pequeños, que ahora se niega. Es una tendencia muy peligrosa. Tenemos muchas pruebas de que los niños pequeños necesitan estar muy expuestos al lenguaje desde muy temprano, en los primeros 18 meses de vida. Si no se les expone a este lenguaje, sufrirán atrofias que duran para toda la vida. Esto es un fuerte mensaje para los padres, porque muchos están siendo atrapados por sus teléfonos y no les hablan suficiente a sus hijos. Cuando la gente discute el peligro de los teléfonos móviles, hablan como si las pantallas fuesen problemáticas para los niños. Pero los que tienen problemas con las pantallas son los padres, porque les apartan de la interacción con sus hijos. La tecnología restringe el entorno de aprendizaje de los niños por los padres.
Por Daniel Mediavilla
©EL PAÍS, SL
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