
Chau "Manuelita", hola "Despacito": las calesitas porteñas se rindieron al reggaetón
"Los pibes se divierten más si ponés Despacito que La mona Jacinta", cuenta algo desilusionado Carlos Humberto Pometti, secretario general de la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, añorando los tiempos en que María Elena Walsh era la banda de sonido obligada de cualquier calesita y los chicos sabían quiénes eran Gaby, Fofó y Miliki. Mucho ha cambiado desde entonces, pero hay quienes mantienen la tradición viva. "La gente va con gusto, algo de magia debe tener", intenta definir.
A las 5 de la tarde de un viernes cualquiera, la calesita de la plaza Balcarce, en Núñez, está rebosante de niños. Algunos incluso son bebés que van sentados sobre la falda de sus padres y ni amagan a agarrar la sortija, porque no sabe qué representa. Los padres cantan las canciones, estimulan a sus hijos, se sacan selfies. Es difícil discernir quién se divierte más.

Hoy hay cincuenta calesitas repartidas por la ciudad de Buenos Aires -no hay registros tan antiguos, pero se dice que hacia 1960 eran más de cien-. La más antigua está ubicada en la Plaza Arenales de Villa Devoto y funciona desde 1939.
Dónde están ubicadas las calesitas de la ciudad
En 2007, una ley declaró a las calesitas bienes culturales de la Ciudad por ser emblema de la identidad porteña. "Cambió el panorama", describe Pometti. Hasta entonces, muchas se perdían porque funcionaban en terrenos alquilados y no les renovaban los contratos. "Desaparecían por vandalismo y baja rentabilidad. Empezamos a darnos cuenta de que cada vez había menos plazas con calesitas", recuerda el calesitero. Desde la sanción de la ley, las calesitas pasaron a estar bajo la órbita del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, quien vela porque sobrevivan y otorga permisos que se renuevan cada cinco años.
Preocupación por el pago con débito
Un motivo de preocupación reciente para los calesiteros es la disposición de la AFIP por la que comercios y prestadores de servicios deberán aceptar pagos con débito por compras desde los diez pesos en adelante; el costo promedio de la vuelta es de $ 15. La mayor parte de las calesitas está atendida por una sola persona que las acciona, cobra, se asegura de que los chicos estén sentados y les acerca la sortija. Los calesiteros creen que difícilmente puedan también operar un postnet al mismo tiempo.
"Para nosotros es imposible", define Nora Cristina Massi, encargada de la calesita de la plaza Balcarce, en Núñez. "Muchas veces hasta vienen los nenes con su bolsita de ahorros en monedas. Si un chico se pone a llorar y no sube, devolvemos el importe al padre. Y muchas veces hasta si no tienen plata para pagar, lo hacen otro día". Así define un oficio que desde el punto de vista económico no es muy redituable.
Hija de calesitero, heredó el cargo cuando su padre falleció, hace 18 años. Como ocurre en la mayoría de las calesitas de la ciudad, el suyo es un oficio familiar que atraviesa generaciones -tanto de quienes administran las calesitas como de los que llevan a sus hijos-. Y que descansa sólo los días de lluvia, aunque eso implica que al día siguiente tendrá que invertir dos horas en limpiar la calesita por completo. La suya es de la década del 50. "La mayoría de los animalitos son los mismos pero aggiornados, tal vez los ploteamos con los dibujos de ahora para que los chicos los reconozcan", explica.

No es raro que un padre le acerque una foto en la que él está sentado en el mismo caballito que ahora usa su hijo. "Es un milagro", define Nora. Y confiesa que es emocionante ver crecer a los chicos del barrio. "El otro día aparece una nena de 8 años que me dice ¿vos te acordás de mí? A muchos los conocés desde la panza, es hermoso". Los chicos no se olvidan, los calesiteros tampoco. Otros crecieron, se mudaron a otro barrio y de adultos peregrinan hasta la plaza de su infancia. En casi cualquier barrio de la ciudad, una calesita puede hoy ser lo poco que no se alteró en décadas de desarrollo inmobiliario y cambios urbanos.
Lucía Gomez Olivera acaba de dar unas vueltas con su hijo Mateo, de un año y medio. Admite que le da algo de vergüenza subirse a la calesita, pero que el plan familiar cuadra perfecto con su deseo de mantener al pequeño lejos de la tecnología y el encierro: Mateo no conoce lo que es el celular ni la tablet y suele jugar al aire libre. De chica Lucía iba mucho a una calesita en San Telmo y pese a que hoy trae a su hijo bastante seguido se sorprende de que las calesitas no hayan desaparecido: "La verdad que no sé cómo siguen existiendo". Algo de verdad tendrá eso de que ser padres es revivir la propia infancia.
Nostalgia y reggaetón
¿Los chicos siguen yendo a la calesita como hace algunas décadas? Para Nora sí, definitivamente. Sólo que hasta una edad menor. "Cuando estaba mi papá los chicos se subían hasta los doce, ahora se redujo un poco la edad, que es hasta los siete u ocho años". Por lo general, las nenas más grandes se animan a subir con la excusa de las canciones: se ponen a hacer coreografías arriba de la calesita. "Me piden Despacito, Felices los cuatro, les encanta". Aunque cada vez suenan menos, los clásicos infantiles como El Sapo Pepe y el Elefante Trompita son innegociables.
En un barrio cercano, en la calesita de Libertador y Olleros, suena un tema de Maluma seguido de uno de Shakira, y Lourdes Yépez, la encargada, explica: "Hoy por hoy, ya tenés que poner reggaetón. La música infantil la disfrutan los bebés, pero los nenes de 6 años bailan, cantan y piden esos temas".
Para Lourdes, son los abuelos quienes más se encargan de mantener viva la tradición. "A los padres los vas a ver cuando sacan a los chicos del colegio, dicen dos vueltas y se terminó, ponen el límite. Los abuelos son infaltables y no ponen ni un pretexto si los chicos quieren dar más vueltas".
Ricardo Troiano, de 68, está ahí confirmando la regla. "No, no, no vuelvan a sacar la sortija que ya tenemos que irnos", amenaza a sus tres nietos, poco convincente. "En un punto me conecta con mi infancia, hay una continuidad y uno no pierde el hábito", cuenta. "La calesita es algo que está -se señala el estómago- lo llevo en los genes. Por eso uno lo va transmitiendo, para que no se pierda".