En una entrevista con LA NACION en la que fue su casa de Córdoba, Roberto “Coya” Chavero, uno de sus hijos, reveló intimidades de la vida del artista y ahondó en su conflictiva relación con el peronismo
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CERRO COLORADO, Córdoba.— El Cerro Colorado atrae desde la solitaria ruta 9, en el norte cordobés, el lugar en el mundo que eligió Atahualpa Yupanqui para hacer su refugio. Los viejos vecinos dicen que existe un lugar secreto, llamado la “Cueva del Indio” que es una entrada al centro de la tierra; aún es posible ver rastros de los originarios en las pictografías sobre la roca. Para Don Ata era la “antesala a la soledad”. Para los amantes de su obra, una meca y lugar de procesión, el portal al mayor de los secretos: el rincón en donde el más grande artista de la música folclórica eligió para disfrutar del silencio y del sentir de la naturaleza. Aquí descansan sus restos, bajo un roble.
La casa del artista, en realidad un conjunto de espacios y senderos dentro de un entorno natural exuberante, en una esquina del río de los Tártagos, se llama Agua Escondida y es un museo; atesora recuerdos y elementos fundacionales como la guitarra de Yupanqui. Él levantó esa casa con su esposa Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick (conocida como Nenette). También es la vivienda de Roberto “Coya” Chavero, de 75 años, hijo de este matrimonio, y quien tiene el legado de custodiar la inmensa obra de su padre. “Los tengo muy presentes, ambos me siguen guiando”, afirma.
No es metafórica, la presencia de Atahualpa se siente, se habla de él como si estuviera caminando debajo del roble donde descansa, o en “El Silencio”, un sendero donde misteriosamente, desaparecen todos los ruidos de la naturaleza, y se presenta, austero, el absoluto mutismo. Se sugiere intimidad.
“Me sorprende cómo simpatizantes de Kirchner sienten pasión por la obra de mi padre”, afirma Coya. Por su afiliación al comunismo, partido al que “Don Ata” renunció en 1952, fue perseguido y encarcelado bajo el Gobierno peronista. “Su enemistad era con Perón y Evita, no con el pueblo peronista”, sostiene su hijo. “A sus seguidores los veía como víctimas ingenuas que sufrían la manipulación del líder”, agrega.
Dos veces quisieron atentar contra su vida durante la presidencia de Perón. Uno fue en Lanús, cuando iba a una reunión partidaria. Ya en 2008, se presentó un anciano nonagenario en la casa, que había sido comisario en Traslasierra. “Nos dijo que el Gobierno peronista le ordenó matar a papá, pero él se negó porque lo admiraba”, confiesa Coya. “No quería morir sin purgar esa verdad”, completa. “Todo lo que coartaba la libertad de expresión del ser humano para papá era definitivo”, asegura su hijo.
No hubo manera de acercar posiciones con Perón. En 1953, en un festival se encontraron cara a cara, el líder político le dice: “Atahualpa, con esa cara, ¿cómo me va a decir que no es peronista”. En la quietud de su casa, las anécdotas sobre aquellos años no son tomadas en broma. Perseguido, se exilió en Cerro Colorado. “Fue una guarida en el sentido más animal del término”, explica Coya. “Para mí fue hermoso pasar mi infancia aquí”, afirma.
“Mi padre jamás se puso en víctima de Perón, jamás se victimizó. Asumió las decisiones que tomó en su vida, vivió lo que tuvo que vivir. Aguantó lo que hubo que aguantar, y nunca dejó de pensar en el bien del pueblo”, sintetiza Coya. La libertad fue un bien que deseó y anheló toda la vida. “Vio en el comunismo aspectos que no le gustaron, uno de ellos, la falta de libertad y por eso renuncia”, sostiene.
Recuerda un episodio cuando estaba de gira por Hungría: el Partido lo invitó a participar de la ejecución de un periodista norteamericano, acusado de espionaje. “Lo iban a colgar en público, como si fuera un espectáculo: para papá eso era aberrante”, afirma, y cuenta que entonces no fue. “La palabra libertad está presente en muchas de sus canciones porque era lo más importante”, sentencia.
Apegado a su padre, compartió sus idas y venidas en su vida, los padecimientos económicos. La solidaridad del hombre de los cerros, de los gauchos que le organizaban peñas o pequeños encuentros en el campo para que pudiera cantar, y ganarse unos pesos. “Cuando él subía a un escenario no era para que lo aplaudieran, sino para transmitir una vivencia, propia, nuestra. Pero el espectador, fuera del país que fuera, lo percibía como suyo, ahí el secreto del arte de mi padre”, afirma Coya. “Yo creo que es una obra de futuro, y aún no hemos llegado a ese futuro”, completa.
Curiosidades de su carrera: durante la dictadura de Lanusse (1971/73) pudo cantar. Atahualpa ya intercalaba estadías en París y la Argentina. “No lo espiaban, lo dejaron expresarse sin problemas: no estoy haciendo apología del Gobierno de Lanusse, pero así lo vivimos”, afirma Coya.
Con Nenette estuvieron 48 años casados. Se conocieron en Tucumán, en 1942. Había nacido en Saint Pierre et Miquelon, Francia. Era compositora y pianista. Pieza fundamental en la vida de Atahualpa. Usó el pseudónimo Pablo del Cerro y fue coautora de himnos como “Chacarera de las piedras” y “El arriero va”.
“Ellos tenían una costumbre: cuando se acostaban leían en voz alta un libro, cuando se cansaba uno, le pasaba el libro al otro”, recuerda Koya. “La memoria de papá era prodigiosa: podía recordar párrafos enteros”, afirma. Atahualpa fue un gran lector. Hesse, Thomas Mann, Rilke, García Lorca, algunos de sus escritores favoritos. “Sentía admiración por la obra de Borges, a quien conoció en Buenos Aires, y por Sabato, a quien vio en París”, afirma. Con Neruda eran camaradas, y con Nicolás Guillén y Roa Bastos vivió.
“Éramos pobres con libros”, repetía Atahualpa, según recuerda su hijo. “Releer era para él muy importante”, agrega. “No te imponía la lectura, pero te dejaba el libro al lado tuyo y tenías que leerlo”, sostiene Coya.
En 1981, Frank Sinatra realizó dos conciertos en el Luna Park. “Papá lo vio por TV. Escuchó cómo cantó “My Way” y cuando terminó lo vi muy emocionado”, recuerda Coya. Un gesto que no olvidará: “Lo aplaudió con una mano, golpeándose la pierna: había aceptado el arte de Sinatra”, confiesa.
Otra vez estaban haciendo zapping y vio el video “Girls Just Want to Have Fun” de Cindy Lauper. “Coya: está bien lo que hace esta chica, ellos son así, el rock es la impronta del pueblo norteamericano”, le dijo. “Sobre nuestros roqueros nunca lo escuché hablar mal, pero entendía que estaban errando la huella”, sostiene Coya.
“Para él, el rock era música urbana, como el tango”, afirma. “Tenía relación con Piazzolla, pero su amigo fue Troilo”, sostiene. “Escuchaba música japonesa”, completa. ¿Cómo operaba en él el acto creativo?: “No había secretos, manejando su Citroen, acá en el Cerro o caminando por calle Florida: algo despertaba su sensibilidad y comenzaba a componer en su cabeza”, cuenta Coya.
Héctor Roberto Chavero, Atahualpa Yupanqui, nació en la localidad de Juan A. de la Peña, en Pergamino, en la Provincia de Buenos Aires, en 1908. Su padre era trabajador ferroviario. A los 13 años sufrió su muerte y tuvo que ser sostén de familia. Cantaba en cumpleaños, eventos, y se ganaba unos pesos, pero también fue periodista y hasta practicó boxeo. Con los vueltos que juntaba de hacer mandados se compró su primera guitarra, que guardó en un maizal; la tocaba a escondidas. Su abuelo lo oyó y le presentó a Bautista Almirón, concertista de Junín, fue su único maestro. “Le cuidaba los rosales a cambio de clases”, afirma Coya.
Fue nómade, su defensa de la libertad lo llevó a estar varias veces en la mira de la policía y del Gobierno de turno, pero también viajó porque fue inquieto y era un caminante de nuestra tierra. “Sus artes olvidadas” necesitaban nutrirse de caminos y de personas. Tuvo tres mujeres en su vida, y cinco hijos de sangre: Alma, Atahualpa, Lila y Roberto “Coya”. Su primera mujer tuvo un hijo prematrimonial, Tolo, a quien consideró como propio. Quena es una hija que tuvo en una relación en su estadía en Tucumán, aunque la madre no quiso que llevara el apellido de él.
Una historia triste en la familia: Atahualpa, su hijo, tuvo problemas mentales y fue internado en Open Door, cuando se enteró de la muerte de su padre, se escapó y desapareció. “Nunca más lo volvimos a ver, a pesar de haberlo buscado”, afirma Coya.
“Fue un padre cariñoso”, reconoce Coya. “No daba consejos, aunque era muy observador”, agrega. “Respetaba la libertad del hijo de poder equivocarse, y cuando lo hacías, siempre estaba a tu lado”, resume.
París y Cerro Colorado fueron los lugares en el mundo de Yupanqui. Anécdotas hay miles de él en Europa: Grace Kelly lo invitaba a tocar en reuniones privadas. Cantó con Edith Piaf, fue presentado por el poeta Paul Eluard. Fue un artista muy reconocido en Francia: en 1986 le otorgaron la Orden de Caballero de la Orden de las Artes y Letras. En la actualidad, su figura sigue vigente.
“En la Argentina su figura genera problemas porque su obra te toma examen”, reconoce Coya. “Muchos lo admiran, pocos conocen su obra”, agrega.
En 1990, murió Nenette. Ese año él cantó por última vez en Cosquín. En marzo de 1992, dio en Zurich su último concierto, recitó unos versos, que son su testamento: “Mi tierra está llena de forasteros, campesinos sin campo, indios sin cerros/ Qué tremendo silencio sobre nosotros/ Detrás de las palabras, hay un sentido/ Hagamos con silencios, un nuevo grito / Y hagamos otro mundo para los niños”, murió el 23 de mayo, en Nimes (Francia).
“Así se gestó el canto de Atahualpa, con el país adentro. Por eso es verdad”, resumió en aquel momento la cantante Suma Paz.
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