El centinela de los pingüinos: un biólogo porteño se ocupa de protegerlos
PUERTO DESEADO, Santa Cruz.- El biólogo Esteban Frere deambula por la isla Quiroga, una de las nueve que componen la ría Deseado, ese accidente geográfico de más de 40 kilómetros por el que el mar ingresa al continente. Hasta esa lonja de tierra por la que camina el investigador, de septiembre a abril, todos los años llegan los pingüinos de Magallanes para reproducirse.
Para el científico, estas aves, que están catalogadas como vulnerables, representan no solo su especie de estudio por más de 30 años, sino el anhelo de protegerlas de las amenazas humanas: la pesca indiscriminada, la contaminación del mar y de las costas y los efectos del cambio climático. Para los pingüinos, que en el país se cuentan en unos dos millones, él se convirtió en una suerte de centinela. "Son buenos guardianes del mar porque indican las condiciones de salubridad del océano", explica.
Hoy, un jueves fresco y ventoso que no escapa a la tradición patagónica, Frere se dispone a colocar unos dispositivos de geolocalización a 21 ejemplares para lograr develar su misteriosa ruta migratoria. Conocer con precisión el trayecto que recorren por mar de abril a septiembre, sin tocar jamás el continente, permitirá determinar qué áreas podrían ser protegidas de sus principales amenazas.
Se cree que estas aves viajan hacia el norte del país, para terminar en el sur de Brasil. Luego regresan al punto de origen, donde se reencuentran con su pareja y anidan en el mismo lugar que la temporada anterior. Sin embargo, el año pasado, cuando los biólogos hicieron una prueba piloto en solo seis ejemplares, se sorprendieron: algunas de las aves se desviaron hacia el sur del país y recién después retomaron su ruta habitual.
Es cerca del mediodía y el viento no da tregua. Las condiciones climáticas no son las mejores para navegar por toda la ría. Por eso, el capitán de la embarcación que transporta a Frere con su equipo y a unos 20 periodistas de medios provinciales y nacionales, entre los que se cuenta LA NACION, decide limitar la visita solo a la isla Quiroga.
A pesar del viento, el mar verde esmeralda se mantiene calmo. Habrá que navegar entre cañadones amarronados y grises, que el agua y el viento erosionaron a su gusto, para llegar a esa isla que solo está habitada por unos 3000 pingüinos de Magallanes y que tiene prohibido el ingreso a los turistas. Esta ría, que en el siglo XIX recorrió Charles Darwin, no solo es una reserva natural intangible desde la década del 70, sino también una reserva provincial a partir de 2010. La biodiversidad aquí no es una idea abstracta: se estima que hay una veintena de especies de aves marinas, lobos marinos, además de cetáceos como la tonina overa o el delfín austral, entre otros.
Al llegar a la isla Quiroga, Frere se mueve a sus anchas. El sur argentino es para este porteño de 54 años casi su segundo hogar. Llegó por primera vez a la Patagonia en 1984, mientras cursaba la licenciatura en Ciencias Biológicas en la Universidad de Buenos Aires. Ese mismo año se asentó en Camarones, en Chubut, para empezar a estudiar la especie que le signaría la vida: el pingüino de Magallanes. Luego de graduarse se instaló en Punta Tombo, la pingüinera chubutense más grande del país. Después, recorrió la costa de Santa Cruz para buscar el rastro de estas aves. Y un día de 1989 llegó hasta la parte más austral de esta provincia, el cabo Vírgenes. "Un territorio absolutamente inhóspito", describe, para retratar esa tierra en la boca del Estrecho de Magallanes, que se caracteriza por la fuerza de sus vientos, con ráfagas de más 100 kilómetros por hora.
Entonces había allí solo un faro y una casa, donde se alojó con otros jóvenes biólogos para hacer su doctorado. En esa localidad pasaba el verano y volvía a Buenos Aires para procesar los datos que había recolectado durante la campaña, escribir y dar clases.
Mientras monitoreaba su especie de estudio, Frere se enamoró de una colega, también especializada en estas aves. Y, como no podía ser de otra manera, el amor los encontró mientras hacían trabajo de campo en una colonia de pingüinos en el cabo Dos Bahías, en Chubut. Se casaron y, en 1993, decidieron mudarse a Puerto Deseado, donde siguieron con sus estudios de campo. Tuvieron dos hijos. En 2004, luego de separarse, volvieron a radicarse en Buenos Aires. Sin embargo, Frere nunca terminó de alejarse de la ciudad.
Aquí lidera el proyecto de conservación del pingüino de Magallanes, del que participan el Conicet; la Universidad Nacional de la Patagonia Austral y las ONG Fundación Temaikèn y Wildlife Conservation Society (WCS, por su sigla en inglés), junto con la empresa Pan American Energy (PAE), que financia esta iniciativa de conservación e invitó a LA NACION y a otros medios para conocer el proyecto.
La operación
En la isla Quiroga, de suelo arenoso y pequeños arbustos bajo los que anidan los pingüinos, Frere va en busca de una de las aves. Se detiene en un nido que, junto con su equipo, había marcado con un listón amarillo fluorescente atado a un arbusto que aún resiste las ráfagas. Examina al animal para detectar un diminuto cuadrado de metal que tiene adosado a una pata. La marca indica que el ejemplar es uno de los 400 preseleccionados, por su buen estado de salud, para colocarles un geolocalizador solar (GLS). El dispositivo ayudará a los investigadores a precisar el recorrido que hacen cuando migran.
Con cuidado, Frere toma por el cuello al pingüino seleccionado. Con esta maniobra, busca evitar alguna lesión: el pico del animal termina en forma de gancho y puede desgarrar cualquier presa con mucha facilidad. Frere camina unos 30 metros hasta una roca, donde se sienta. Recuesta al animal sobre su falda. Una de sus colaboradoras, la bióloga Melina Barrionuevo, de 34 años, le coloca al ave el GLS en una de las patas.
"Estos dispositivos no afectan el nado. Hay que tener mucho cuidado con los aparatos que se les colocan porque cualquier elemento que les perjudique nadar puede poner en riesgo su vida", explica Carina Righi, responsable del Departamento de Conservación e Investigación de la Fundación Temaikèn, mientras anota el número de dispositivo que se le colocó al ejemplar.
Cuando termina la operación, Frere devuelve el animal a su nido, donde se reencuentra con su hembra. Un poco más allá, conmueve ver a una pareja que camina "tomada" de las aletas. Y a unos metros, entristece mirar los cadáveres de los pichones o de los restos de unos 400 ejemplares masacrados por perros salvajes que lograron cruzar a la isla al bajar la marea.
De eso habla Frere. Y, también, de por qué, entre tantas especies que habitan la Tierra, decidió dedicarle su vida al pingüino de Magallanes, excepto cuando le fue "infiel" para estudiar otra ave típica de la ría, el cormorán gris. "Con los pingüinos se pueden responder un montón de preguntas científicas. Son animales que soportan manipulaciones y experimentos, con cuidado, siempre respetando las normas de salubridad animal. Es muy leal a su colonia. De hecho, podés marcarlo y, al año siguiente, va a volver al mismo lugar", cuenta, para explicar su fascinación por estas aves marinas, que en un par de días abandonarán la isla por la que hoy deambula él, su centinela.
El proyecto de conservación
La especie
Al pasar gran parte de su vida en el agua, el pingüino de Magallanes es un factor clave para conocer la salud ambiental del mar. Su estudio permite implementar recomendaciones para la conservación de áreas marinas.
Estado de preservación
La especie está catalogada como "casi amenazada" por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés) y como vulnerable en la Argentina.
Principales amenazas
Los efectos del cambio climático, la pesca no controlada, la contaminación de las costas y del mar, el turismo no regulado y la expansión de sus depredadores naturales.
Los objetivos del programa
Hacer un estudio completo de la ecología del pingüino de Magallanes y obtener conocimientos técnicos para que los gobiernos cuenten con información que les permita identificar qué áreas proteger y conservar. También se busca concientizar a la población de la zona sobre la situación de la especie y su importancia para el ecosistema.
Las tareas
De la iniciativa participan Pan American Energy (PAE), el Conicet, la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, la Fundación Temaikèn y Wildlife Conservation Society. Este año, los biólogos colocaron geolocalizadores a 21 ejemplares adultos para estudiar la ruta migratoria. Entre septiembre y octubre próximos se recuperarán los dispositivos y se analizará la información.