Celulares, el juguete más deseado
Son el chiche predilecto de los más chicos, y cuanto más sofisticada la tecnología, más atractiva les resulta
Tienen muñecas, castillos, juegos de encastre, autitos, sonajeros con luces y libros musicales. Pero el chiche favorito de los niños más pequeños de esta generación es el teléfono celular de sus padres. Las imitaciones de juguete no cuentan.
Si son dispositivos inteligentes, como el iPhone o la reciente iPad lanzada al mercado local en septiembre pasado, mucho mejor, especialmente por la pantalla táctil que, según coinciden todos los padres consultados por LA NACION, los vuelve locos.
Juana tiene 3 años, y la iPad que le regalaron a su padre también se convirtió en el objeto deseado de su hija. "Pone el dedito en la pantalla y examina todo. Toca el piano, ve dibujitos y se fascina con los colores", cuenta su madre, Agustina Campos, que confiesa no estar preocupada por la ávida interacción de su hija con el dispositivo tecnológico.
"Ni el celular ni la iPad ahora son objetos prohibidos para ella. «No toques que se rompe» no es una frase nuestra, porque creemos que la tecnología forma parte del juego, y ellos nacieron en un mundo donde todo esto está a su alcance."
Esta fascinación infantil por los celulares es un fenómeno que también preocupa a los especialistas en pediatría, que señalan que no son un juguete recomendado para un chico menor de cinco años.
"Ahora no puedo; te llamo en cinco", dice Sofía Maggi, sosteniendo el Blackberry de su mamá a un interlocutor imaginario. "Cada vez que lo ve, me lo pide, pero no me gusta que mis hijos jueguen con el teléfono -dice Camila Echeverría, madre de tres hijos, de 4, 7 y 10 años-. A Sofía [la menor] sólo se lo presto un rato y, en general, le gusta sacar fotos. Pero no soy partidaria de que los chicos estén enganchados todo el día con la tecnología".
Como ocurrió con la televisión, hoy los celulares funcionan como instrumento para calmar (al menos por unos minutos) a un niño inquieto y posponer su berrinche. De hecho, muchos de los padres consultados reconocen utilizar el celular como un elemento extorsivo. A cambio del préstamos, por ejemplo, logran vestirlo, que coma o que no llore porque va atado en la butaca para niños del auto.
"Si se ponía a llorar en el auto, le dejábamos ver un video de ella cuando era más chiquita que teníamos grabado en el celular, y automáticamente dejaba de llorar y se reía", confiesa María Freire, mamá de Catalina, de tres años.
"El celular no es un juguete y, desde el punto de vista del desarrollo, no es un estímulo. Se quedan enganchados con algo que ellos no entienden", explica María Inés Lupz, presidenta de la subcomisión de Salud Infantil y Ambiente de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). "Para ellos es incomprensible. No son capaces de procesar esa sucesión de imágenes, que, por supuesto, acapara toda su atención. Es como ponerlos en pausa, un período estático al que sobreviene la excitación. A esa edad, necesitan moverse e interactuar."
Sobre el posible daño para la salud de los campos electromagnéticos (principio esencial del funcionamiento de los celulares), no hay información científica que lo avale, según el doctor Ariel Melamud, coordinador del Grupo de Informática de la SAP.
El ingeniero Andrés Alvarez Ovide, del Centro Argentino de Estudios de Radiocomunicaciones y Compatibilidad Electromagnética (Caercem) del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), señala: "Las autoridades nacionales de Salud, siguiendo pautas similares a las de muchos otros países, han establecido valores máximos de densidad de potencia de los campos electromagnéticos a los que puede estar sometida una persona". Y si bien el tema continúa en estudio, Ovide afirma que los límites vigentes son hoy apropiados.
Lucas tiene 4 años y aprendió a manejar el iPhone de su papá, copiando a sus hermanos. El sabe que haciendo cuatro toques en la pantalla accede a los juegos como el rompecabezas o los dibujos para colorear, una de las diez aplicaciones para niños que están disponibles en la Argentina para los usuarios de iPhone. "Lo hace de manera intuitiva, y no me preocupa que juegue con el teléfono. Para él, no es una obsesión."
Josefina, de nueve años, usa el teléfono de su madre, pero con restricciones. "No quiero que descubra Internet y que yo no pueda recuperar más el teléfono", dijo Florencia, la mamá.