Carrera en crisis
Toda crisis es un proceso de transformación que procura adecuar la convivencia a las necesidades generadas por el dinamismo social. En el umbral del siglo XXI, ella se proyecta sobre las más variadas áreas de la actividad intelectual, imponiendo un cambio ineludible para preservar la eficiencia y la excelencia.
Las profesiones liberales no permanecen ajenas a ese proceso. Acarrean nuevas técnicas, una creciente especialización y amplían el ámbito de su desenvolvimiento por la interdependencia científica. Quizá la abogacía sea la disciplina que ha experimentado más dificultades para responder a esos requerimientos. Probablemente, debido a su estilo conservador, que la torna reacia para aceptar los cambios de la realidad social.
La enseñanza del derecho presenta la virtud de ofrecer una sólida formación humanista que permite acceder a ámbitos extraños al arte de abogar. No existen facultades de Abogacía sino de Derecho y Ciencias Sociales, cuyos egresados disponen de la base cultural para incursionar en áreas tales como política, economía, historia, periodismo, relaciones internacionales, y prestar servicios en el Poder Judicial y en la administración pública.
Sin embargo, esa capacitación es insuficiente. Alberto Domingo Molinario, un distinguido jurista y eximio abogado, nos enseñaba que el arte de abogar requería: una visión global del derecho, una intensa vocación, tenacidad, flexibilidad en los conflictos y sólidos principios éticos.
Muchos de estos principios fueron desconocidos por las autoridades universitarias en los últimos quince años. La mayoría de quienes egresan como abogados no están preparados para la profesión, debido a planes de estudio pueriles, la declinación del nivel de exigencias y de la jerarquía académica. Basta recordar que la mayoría de los miembros de la Academia Nacional de Derecho no pueden ser profesores regulares porque superan los 65 años, pese a que muchos siguen siendo maestros de quienes disfrutan del privilegio de integrar sus estudios.
Todo egresado es abogado, pero son pocos los que ejercen el arte de abogar. Pueden quienes ingresan en los grandes o medianos estudios. También los que forman "estudios artesanales", que se caracterizan por su especialización en ciertas ramas jurídicas.
Ante ese sector, hay una suerte de proletariado del derecho. Jóvenes que ven frustradas sus metas de practicar la abogacía con dignidad y que, para paliar sus necesidades, lo hacen en forma parcial con el agregado de algún cargo en la administración pública. Pero el carácter absorbente del arte de abogar los convierte en mediocres abogados o incompetentes funcionarios.