Carrera contra el Covid-19. ¿Cuáles fueron los aciertos y los errores de la ciencia en tiempos de pandemia?
Los expertos destacan el desarrollo en tiempo récord de vacunas; pero critican la falta de previsión en la distribución de dosis, la confusa información de la OMS, y el uso no riguroso de tratamientos
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Vacunas rápidas, cuarentenas vertiginosas, “curvas aplastadas” (aunque en pocos países) y técnicas para mejorar la atención en terapias intensivas, de un lado. Dosis mal distribuidas y lentamente producidas, uso de drogas no avaladas por ensayos clínicos, el liderazgo errático de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y una pobre o mala comunicación, entre otras, desde el lado negativo. A casi un año de la declaración de la pandemia por parte de la propia OMS, los balances de lo qué se hizo bien y lo que pudo haber salido mejor están a la orden del día. Aquí, un pequeño repaso no exhaustivo de errores y aciertos de la ciencia en pandemia, bajo la premisa con la que están de acuerdo todos los expertos: no se trata del último drama colectivo de este tipo que sufrirá la civilización, por lo que hay que tomar cuidadosa nota de todo aquello que salió bien.
Los resultados positivos
Cuando en agosto los investigadores rusos del Centro Gamaleya comunicaron al mundo que tenían la primera vacuna efectiva contra el nuevo coronavirus habían pasado apenas siete meses desde la secuenciación del genoma del Sars-CoV2, paso previo y necesario para generarla. Hasta entonces, los pronósticos más optimistas hablaban de un mínimo de 18 meses o en todo caso de 12, contra los cinco o diez años de cualquier otra vacuna. Pocos pensaban que en ese plazo habría ya varios millones de personas inmunizadas, con esa y con otras varias vacunas. “Se hizo el esfuerzo más grande que haya conocido la humanidad para generar, probar y producir vacunas. Son cientos de vacunas diferentes, de las cuales ya están en fase 3 unas cuantas y aplicándose (antes de terminarla) algunas de ellas. Son la mayor esperanza de derrota, o convivencia con el coronavirus”, sintetiza Roberto Etchenique, investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) y Conicet. Los nombres usados por algunas potencias (Operación Warp Speed, en Estados Unidos y Sputnik para Rusia) remiten a otras epopeyas también financiadas por los Estados con miles de millones de dólares. Etchenique añade como positivo el concepto de “aplastar la curva” conseguido en terreno en países de Asia y Oceanía (“los primeros modelados matemáticos indicaban que era la única solución”), los confinamientos del tipo Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), el rastreo y aislamiento de casos, más las técnicas paliativas que bajaron la mortalidad.
A las vacunas que evitan millones de muertos, Ventura Simonovich, investigador del Hospital Italiano de Buenos Aires, agrega: “Se generó un gran valor a los cuidados médicos y los cuidados no médicos, como lavarse la manos, precauciones al toser o manipular objetos contaminados, que ayudaron a bajar otras enfermedades”. El autor principal del estudio Plasmar –que mostró la ineficacia del plasma en pacientes graves– indica que “también funcionó la generación de ensayos clínicos para verificar en medio de momentos tan dramáticos qué es útil y qué no”; por ejemplo, el ensayo clínico denominado Recovery, hecho en Inglaterra, que comprobó que el uso de una droga, la dexametasona, puede reducir en un 11% las muertes de los pacientes más graves.
Para Alejandra Capozzo, investigadora principal del Conicet, el rápido avance en nuevas vacunas y novedosas tecnologías, con fuerte inversión de parte de algunos países, es una de las claves positivas, “aunque hubiera sido más inteligente hacer proyectos colaborativos”. Y evalúa: “Lo mismo en diagnósticos, en los que hubo [pruebas] PCR disponibles en todo el mundo, y luego los testeos rápidos para anticuerpos y seguimientos epidemiológicos”. Su colega Mirna Biglione, investigadora principal del Conicet y miembro de Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica, añade para el caso de la Argentina que “un acierto fue la cuarentena inicial, porque hacía falta sumar esa cantidad de camas críticas, la capacidad del recurso humano y la gestión sanitaria, aunque faltó intensificar la estrategia de testeo, rastreo y aislamiento. La cantidad de tests en un momento no fue suficiente y fue una desventaja, así como enfatizar el cuidado psicofísico durante el encierro y generar en el país una red Covid nacional para articular ciencia y salud para ensayos clínicos”.
Desaciertos
Es cierto: las vacunas –con sus debidos ensayos clínicos– se desarrollaron rápidamente, pero las promesas de que cuando se conociera su eficacia habría millones de dosis que se iban a producir a riesgo y que las nuevas plataformas (de ARN, como las de los laboratorios Pfizer y Moderna) garantizarían superabundancia, no se cumplieron. Por eso, los países que financiaron las investigaciones las acapararon, en una acción que incluso se les puede volver en contra por la aparición de nuevas variantes que podrían saltarse el asedio de los anticuerpos que generan. Así lo expresa Capozzo: “No hubo un acuerdo internacional para organizar la producción y abastecimiento de las vacunas para todo el planeta. No entienden que, si no hay vacunación masiva y mundial, el problema no se resuelve. Eso es bastante grave”. Ana Victoria Sánchez, médica infectóloga del Hospital Alemán y miembro de las sociedades de infectología y de terapia intensiva (SADI/SATI), concuerda en que “el ritmo de vacunación para la población no será el esperado y el augurado en un principio, dado que el cálculo del ritmo de producción de vacunas no fue el pronosticado, además de que la distribución mundial no será acorde a lo que se había prometido, con los países de altos recursos con provisión de vacunas asegurada y países pobres con un plan de vacunación mucho más lento”.
Otro aspecto negativo con consecuencias que aún se sienten son los tratamientos basados en pocos o nulos datos, desde la hidroxicloroquina y la ivermectina al dióxido de cloro (este último ni siquiera tiene una base fisiológica razonable en la que sustentarse). “Eso fue muy, muy negativo”, dice Simonovich. “Fue parte de la desesperación por quedarse sin hacer nada e hizo más daño que otra cosa. Que [los médicos] no entendamos algo no significa que hay que tirarle cualquier cosa [al paciente]”. A Sánchez ese mal uso de drogas es precisamente lo primero que le viene a la mente al pensar en lo negativo. “Se utilizaron en una primera etapa, sin que se contara con una recomendación fuerte basada en evidencia robusta (la dupla lopinavir/ritonavir, hidroxicloroquina, entre otras), producto de un ritmo de publicaciones científicas vertiginoso probablemente sin la rigurosidad que es indispensable para que tomemos decisiones. Si bien se trató de tratamientos compasivos, la realidad es que en muchos casos lejos de evidenciar beneficios, algunos de estos tratamientos redundaron en perjuicio para más de un paciente”, dice.
Otro párrafo del debe se lo lleva un combo de comunicación y del liderazgo de la OMS, para muchos lenta y contradictoria a la hora de sostener que se trata de una enfermedad que se transmite sobre todo por aire (de ahí la importancia de la ventilación de los ambientes) y del uso del barbijo. En idéntico sentido, los supuestos especialistas que se equivocaron quizás amerite un grueso volumen solo con textuales. Son los disparates de “expertos”, según enumera Etchenique: “El Covid es una gripe”, “se va en 70 días”, “se logrará inmunidad de rebaño”, “el virus mutará y se adaptará, volviéndose menos letal”. El investigador agrega que se subestimó el impacto de la transmisión de los asintomáticos: “La combinación de estos planteos estrafalarios se leyó y escuchó durante la primera mitad de 2020 y en la Argentina fueron la base del primer movimiento político anticuidados no relacionado con grupos de pseudociencia”.
Por último, tanto Capozzo como Biglione señalan que la aparición del concepto “una salud”, en el que conviven el respeto por los ecosistemas y las poblaciones humanas, debería ser parte de las lecciones de la pandemia. “En lo global, la pandemia pone en aviso al ser humano del cuidado del ecosistema, que somos un todo y no hay que subestimar al resto de los seres vivientes del planeta. Ahora una gran preocupación es qué sucede con todos los plásticos usados para muestras y protección médica; debería existir una reglamentación”, concluye Biglione.
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