Carlos Rottemberg: “Si veo a una figura feliz con el rating y las tapas de revistas, sin lo familiar bien resuelto, sé que le falta todo”
La previa siempre es sobre estadísticas del barrio teatral, no hay modo de que no sea así, un juego con los números: que si la difusión por twitter vende o no vende entradas, que mejor tener en claro que el volumen económico del teatro siempre es más chico que el de la televisión, que si la crítica pesa en boletería tanto como antaño, y así, sucesivamente, inferencias de ese tenor. Porque "hacer números" forma parte de la naturaleza de Carlos Rottemberg, que –sumemos estadística– a fines de 2014 cumplió 40 años como productor teatral, festejados con la salida de Vivir entre butacas, libro sobre su vida y obra escrito por Carlos Ulanovsky y Hugo Paredero.
Qué curioso: un apasionado del cálculo como Carlos Rottemberg (que no es lo mismo que ser persona calculadora en el trato con el prójimo) se dedica a una actividad como el teatro, donde éxito y fracaso son absolutamente incalculables. Su cabeza es la enciclopedia más confiable sobre cantidad de espectadores en cada temporada, fechas de estreno de obras de producción propia y ajena, historia de las salas, ubicaciones de teatros hoy inexistentes y demás cuantioso "daterío", siempre bien organizado y expuesto en la cuenta de twitter de Multiteatro (Rottemberg no tiene cuenta propia). Y, en temas personales, tampoco falta el cifrado, ubicado en el tiempo con fecha exacta cada momento significativo de su historia.
La intensa relación con lo numérico, tantas veces contada, se remonta a su infancia: lo llevaban a ver Dumbo y, en vez de mirar la pantalla, él se daba vuelta y contaba cuántos espectadores había en el cine. Lo que podría haberse transformado en un síntoma fastidioso se desplegó, consulta al psicoanalista infantil mediante, en la proyección vital de un oficio fuera del cual le cuesta mucho pensarse. Cercar lo incalculable, la quimera de anticipar el resultado, apostar a rojo o negro como productor, desde esa trama se perfila uno de sus rasgos más singulares, que no es sólo sumar y restar sino todo un método de observación que antecede a esas operaciones, un proceso de investigación autodidacta del que no hay dudas que disfruta mucho y que lo divierte, y que trasciende holgadamente el solo cálculo de pérdidas o ganancias económicas.
De eso se trata: de jugar con números así como otros se divierten con la play. Carlos Rottemberg advirtió, por ejemplo, y lo cuenta entusiasmado como un explorador devela sus grandes descubrimientos, que será noche de buena taquilla cuando un sábado, cerca de las 21, la avenida Corrientes se tapona de autos a la altura de Junín. O que el mismo resultado ocurrirá cuando los estacionamientos de Sarmiento y Lavalle, las dos calles laterales a la gran avenida de los teatros, también rebalsan de autos.
Ahora desafía lo que para la media estadística parece un "fuera de cálculo": a los 59 años, muy pronto, en julio, será papá por segunda vez. Pero eso también fue un cálculo sostenido en el deseo.
–¿Desististe de ponerle como nombre Bordereaux a la criatura, como mandaste en joda en un e mail?
–No, se va a llamar Nicolás, Pero sonaba lindo Bordereaux, ¿no? [Se ríe.]
–¿Cómo fue ser padre de Tomás hace 30 años?
–Yo tenía 29 años, habíamos pasado con Linda [Peretz, la conocida actriz, primera esposa de Carlos y mamá de Tomás] por una situación muy traumática por la pérdida de un embarazo anterior. Supongo que mi forma de ser padre respondía al clisé habitual de lo que es un padre primerizo, cuando decimos y creemos que el nuestro es el bebé más lindo del mundo, que hace cosas avanzadas para sus primeros días, y ponderamos todo lo que haga sin importar qué haga. Con Tomás mantengo ese orgullo de padre pero, ahora sí, por lo que hace: nos acompañó a ver las ecografías de control de su hermano. Su gesto de estar presente en ese acto me hace admirarlo aún más.
–Fuiste padre a la edad que hoy tiene Tomás.
–No, él ya cumplió los 30, yo tenía 29. Pero bueno, sí, casi la misma edad. Si hasta hace tres años me hubieran preguntado si podía imaginarme padre a los 59 años, hubiese dicho que no. Pero lo charlamos mucho con Karina [Pérez Bonetto], mi esposa, y encaramos. En dos años hicimos siete tratamientos para quedar embarazados. No fue soplar y hacer botellas…
–Bueno, de soplar y hacer botellas nunca se gesta un bebé…
–[Da una larga carcajada.] Traté de ser metafórico, ¿querés que diga groserías? [Nos reímos mucho, y él hace una serie de comentarios irreproducibles. El tono de la conversación seguirá siendo firme, ni una sola muletilla para expresarse. En un santiamén, vuelve de la broma zafada a la reflexión en voz alta.] Creo que lo siguiente es un mensaje para mi hijo mayor, creo que con Nicolás voy a poder cumplir cosas que no cumplí con Tomás. Cuando él nació, yo estaba dedicado al armado de una empresa. Hoy la empresa tiene cuarenta años, está más armada, en todo sentido, como para que yo tenga tiempo de cambiar pañales. Las vacaciones con Tomás eran ir a hacer teatro a Mar del Plata, nunca paseábamos por otros lugares. No me arrepiento, lo volvería a hacer, pero también lo siento como una asignatura pendiente con Tomás. Y ahora que trabajamos juntos le hago una broma en forma de pregunta: ¿cómo hago para hacer con tu hermano lo que no pude hacer con vos sin sentir que te estoy fallando? Y él se ríe.
–¿En qué es mejor y en qué es peor el mundo ahora que hace 30 años?
–Reconozco que soy un poquito chapado a la antigua y es algo que me critico. Sigo encontrándole muchas bondades a tiempos pasados, cuando había más argumentaciones que tecnología e imágenes y, sin ser pacato, cuando había algunos valores hoy perdidos, el respeto por el lenguaje, por ejemplo. En algunas cosas me cuesta adaptarme. Cuando voy al cine soy del maní con chocolate y no del pochoclo. ¿Es muy grosero decir que a la música electrónica la siento como un ruido? Seguro que a un creador de eso le suena grosero. Me disculpo por anticipado, pero así lo siento. Te doy otro ejemplo de cómo se da en mí la tensión entre el pasado y el presente. Amo tener celular, pero no para utilizarlo en demasiadas cosas, uso el que mejor me sirva para hablar por teléfono o para mandar mensajes, pero no me va esa cosa de la sociedad de consumo de cambiar el modelo 4 del celular por el modelo 5 y al otro día por el 6, y así en una rueda indefinida.
–Ustedes, los Rottemberg, funcionan como un clan: Miguel y Juanita, tus padres, tus hermanas, cuñados y sobrinos, comen juntos todos los domingos.
–Cada vez estoy más convencido de que las herramientas que te da la contención familiar son la base de todo. Cuando veo a una figura con toda la audiencia del mundo, feliz con el rating y las tapas de las revistas y los pedidos de autógrafos, sin lo familiar bien resuelto, sé que le falta casi todo. Lo vi muchas veces. Cuando tenés más rating, autógrafos y tapas que lazos familiares, la ecuación es horrible, sobre todo para el final. Cuando estás enfermo no viene el Señor Diez Puntos de Rating a cuidarte.
–¿Sos creyente?
–No.
–¿Ateo o agnóstico?
–¿Cuál es la diferencia?
Trato de explicársela, pero debo hacerlo tan mal como para que una persona tan inteligente como él no termine de comprenderlo. Rottemberg corta de pronto la explicación; se le nota enseguida cuando algo lo aburre, y en general eso ocurre cuando hay un exceso de palabrerío; se da vuelta y de un cajón del escritorio, en un solo movimiento, toma un talonario de pequeños papelitos amarillos que llevan impreso el monograma CR: son los que firma y hace firmar a modo simbólico y a la manera de contratos.
–Yo creo en las personas. Si para ponernos de acuerdo tenemos que escribir más de lo que entra acá, no hay nada más que hablar", remata y hace mutis.
[Con esta escena como fuente de inspiración, Bob Fosse habría hecho maravillas en una de sus películas sobre el show business.]
–Presentá en sociedad a Sarita, debe de ser la mujer que más estuvo a tu lado, unos 40 años…
–Hace más de 35 años, no creo que tanto como 40, que es mi secretaria. Somos un matrimonio perfecto; de hecho, es el que más me duró. Nos peleamos, claro, pero sé que va a estar si por algún motivo tenemos que hablarnos a las 3 AM. Nos entendemos por la mirada, ella dice que se casó con el teatro, y es cierto, no miente.
[Un modesto aporte de quien firma estas líneas al retrato de Sarita. Nadie le dice Sara Sapag; basta decir Sarita y todo el medio teatral ya sabe de quién se trata. Jugando con su flequillo, casi escondida detrás, escucha pedidos y solicitudes con cara de póker. Es norma de la Casa Rottemberg contestarles a todos, y rápido. Luego de evaluar y consultar, Sarita podrá ser muchas en una: aduana infranqueable o cómplice salvoconducto hacia el jefe, charlista espontánea para entretener en la sala de espera cuando el gentío se amontona, sparring surtidora de vituallas en las reuniones interminables y demoledoras. Y, en casos excepcionales de pesados insistentes o de pedidos locos, es un espectáculo verla mostrar los dientes en gesto firme, escueto y fugaz, pero de altísima eficacia. Sarita, tan querible personaje, tan teatral.]
–¿Sos de tener cábalas o de padecer obsesiones numéricas?
–Cábalas, no. Y no llamaría obsesiones a mi juego con los números. Me explico: no recuerdo una sola noche en que me haya ido a dormir sin conocer los bordereaux. Es como respirar, algo incorporado: saberlo, y luego sí, taparme y dormirme. Sí soy de plantearme problemas matemáticos: por ejemplo, le preguntaría a algún científico si hay alguna teoría que me explique por qué 200 personas coinciden en la decisión de ir el mismo día a ver el mismo espectáculo.
–Estás como Adrián Paenza o para dirigir el Indec…
–No sé, cuando me la hacés un poquito más complicada no sé si soy tan bueno con el cálculo. Sí podría ser psicólogo, porque para dedicarte a esto tenés que ser más teatrista que empresario, pero más psicólogo que teatrista. En estas profesiones y oficios, en los que la materia prima es lo humano, sin aplicar psicología no podés seguir.
–Por años tuviste fobia a los aviones. ¿Cómo la superaste?
–[Ni tiene que pensar las fechas, esta vez.] En 1998 me apareció un quiste, me asusté realmente muchísimo. La última vez que yo había tomado un avión había sido en 1982, iba y volvía muchas veces de Buenos Aires a Mar del Plata en las temporadas de verano. Y, vaya a saber por qué razón, en la escalerita del avión elevé la vista al cielo y dije: "Nunca más vuelo". Fueron dieciséis años sin volar. Nunca supe qué se me había cruzado en aquel momento por la cabeza. Cuando apareció el quiste y me asusté tanto, pensé: "Qué idiota fui en dejar de viajar. Si el quiste no es nada, empiezo a volar de nuevo". Eso fue en agosto del 98 y en septiembre del 98 estábamos en Nueva York. O sea, lo superé por una ecografía. Y aprendí un método numérico para el momento de despegar: cuento hasta 130 y ahí me relajo.
–Apostaste a no perderte viajar ¿Sos jugador?
–No me definiría como un jugador, sí me gusta la ruleta de paño, la vieja ruleta, la de tracción a sangre.
–¿Pegarla en el teatro es como pegarla en la ruleta?
–En el disco de la ruleta, entre el 8 y el 11 está el 30.Nos la pasamos soñando producciones para que salga el 8 o el 11, pero cuando fracasamos es que salió el 30. Otra ecuación, te das cuenta? El 30 se me metió exactamente la misma cantidad de veces en la ruleta y en el teatro. Y no podría ser de otro modo, porque teatro y ruleta funcionan exactamente igual.
Bio
Edad: 59 años
Profesión: productor
Es uno de los productores más destacados de nuestro medio. Dueño de importantes salas en Mar del Plata y Buenos Aires (Multiteatro, Liceo, Metropolitan y Tabarís y, entre otras), es casado, padre de un hijo (Tomás, de 30 años) y, camino de los 60 años, espera al segundo, Nicolás.
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