Carlos Gorostiza: hombre del teatro y de la democracia
El autor celebra la obra de una figura ineludible del teatro argentino, creador de el puente y el pan de la locura, y destaca su lucha contra la dictadura
En marzo de 1964 estrené mi primera obra, Nuestro fin de semana. El espectáculo tuvo mucha repercusión en el medio teatral y me significó un importante reconocimiento. Un día me dijeron que vendría a la función Carlos Gorostiza. La expectativa fue grande. Gorostiza era, para quienes nos iniciábamos en la dramaturgia, el mayor referente. No lo conocía personalmente, pero había leído o visto en un escenario todas sus obras. Al terminar la función me presenté. Me habló bien del texto y me hizo una advertencia que nunca olvidé: "No espere lo mismo (en aquélla época nos tratábamos de usted) con su segunda obra". Y así fue. Los días de Julián Bisbal fue un éxito de público, apuntalado por un elenco importante, pero varios críticos le pegaron a la obra. El "maestro" (así le decíamos con una mezcla de respeto y afecto) la había visto venir.
Desde ese día se fue creando un vínculo profesional y personal que no declinó hasta su muerte, hace unos meses. Los recuerdos son muchos, las imágenes se entrelazan. Un punto de encuentro importante fue el intercambio de lecturas de nuestras respectivas obras. Por aquellos tiempos, varios autores -Carlos Somigliana, Ricardo Talesnik, Germán Rozenmacher (hasta su temprana muerte), Ricardo Halac- teníamos la costumbre de reunirnos para leernos nuestros textos, que muchas veces eran borradores o piezas que sufrirían modificaciones a partir de las opiniones de los colegas. Tuve el privilegio de escuchar de su boca la lectura de Los prójimos, El patio de atrás, El acompañamiento y Vuelo a Capistrano, así como el mismo privilegio de escuchar sus opiniones sobre alguna de las mías.
Y es ahí cuando viene a mi mente el mayor recuerdo profesional que tengo con el Goro, como también lo llamábamos. Fue el día en que leí el borrador de La nona. Al terminar la lectura, Goro dijo: "Quiero dirigirla". No hubo para mi mayor elogio. Y trabajé junto al director Carlos Gorostiza. Comprobé su talento de puestista, algo ensombrecido por sus valores de dramaturgo. La puesta en escena de La nona fue notable, una de las mejores de todos mis estrenos. Y fue un gran éxito. Por supuesto, gracias a su puesta, a la imaginativa escenografía de Leandro Ragucci y, como suele suceder, al trabajo de los actores, con Ulises Dumont y Beto Brandoni a la cabeza.
Durante los ensayos se produjo un entredicho. Goro me dice un día: "Esta escena está de más". ¿Cómo? Decirle eso a un autor es como sacarle una libra de carne. Si la escena está es porque el autor está convencido de que tiene que estar. "Está de más", insistió. Dudé. Algunos actores me increparon. "¿Cómo vas a sacar esa escena?" Probemos. En síntesis, el maestro tenía razón. La escena estaba de más.
Nuestro vínculo se profundizó cuando llegó Teatro Abierto, en 1981. Fue uno de sus fundadores. Es más, la primera semilla se sembró durante una reunión en su casa. Compartimos con Goro la conducción de ese fenómeno de resistencia cultural a la dictadura militar que había impulsado Osvaldo Dragún y que convocó a mas de cien actores, autores, directores y técnicos. Eran tiempos difíciles; para nosotros, una pesadilla. Pero estábamos bien. Por primera vez sentimos que nuestro oficio, habitualmente encerrado entre cuatro paredes, se trasladaba al mundo político y social. Éramos parte de la resistencia a la dictadura.
Por supuesto, el criminal atentado que destruyó el Teatro del Picadero mucho tuvo que ver para que Teatro Abierto esté aún vivo en la memoria colectiva, 35 años después.
Son varios los recuerdos que me llegan de aquellos tiempos junto con Goro. Una noche, al terminar una función y mientras la platea bramaba, nos abrazamos. Y me di cuenta de que estaba lagrimeando. Jamás lo hubiera sospechado.
El "maestro" era de los que denominamos un "tipo duro", de aquellos que jamás demuestran un sentimiento de blandura. Días después se reprodujo la escena, pero en esa ocasión el que lagrimeé fui yo. "Estamos a mano", me dijo.
Llegada la democracia, compartimos en el departamento de Luis Brandoni, junto con una veintena de personas, una charla con el entonces candidato a presidente Raúl Alfonsín. No supuse esa noche que Gorostiza sería su primer secretario de Cultura, el primero de la democracia. Yo no era alfonsinista. Tuvimos intercambios de opiniones, pero nunca dejé de reconocerle su permanente condición de antifascita, de republicano. De hombre de la democracia.
Cuando lo velaron en el vestíbulo del Teatro Cervantes, fui a despedirme. Estaban los familiares, muchos colegas del teatro y los amigos. No había llantos. Gorostiza ha sido un hombre afortunado. Un artista reconocido, cargado de medallas y rodeado de una buena familia. Una larga vida que, por supuesto, él construyó. Y que tanto merecía.
Del editor: ¿por qué es importante? Creador de piezas memorables como “Los prójimos” y “El acompañamiento”, y fundador de Teatro Abierto, fue un hombre de la democracia
Tito Cossa