Canonizan al primer santo argentino
Valdivielso Sáez se convirtió en el único San Héctor del santoral católico
ROMA.- Un clima de euforia, mucha emoción y alegría marcaron ayer la ceremonia en la que el papa Juan Pablo II canonizó a Héctor Valdivielso Sáez -hermano lasallano nacido en Buenos Aires en 1910 y martirizado en España en 1934-, que se convirtió en el primer santo argentino de la Iglesia Católica.
En la última canonización del milenio, junto al nuevo y primer San Héctor del santoral, también fueron proclamados otros 11 santos, dos de ellos italianos y los demás españoles.
Cerca de 11.000 peregrinos colmaron la Basílica de San Pedro para la celebración, en la cual la presencia argentina quedó en evidencia no sólo por la asistencia del presidente Menem -que durante la misa recibió la comunión del Pontífice, en un acercamiento previo a la audiencia que los reunirá hoy-, sino también por un grupo de 500 fieles, bautizado "la hinchada de San Héctor", que enarbolaba banderas celestes y blancas.
"Nos despertamos a las seis de la mañana para poder conseguir un buen lugar dentro de la basílica", dijo a La Nación Pascual Alarcón, que, emocionado, confesó que se había cumplido el gran sueño de su vida.
Director del colegio La Salle de Flores, Alarcón hizo una peregrinación junto a su familia y otras 200 personas desde España, donde recorrió todos los lugares donde vivió San Héctor. "Fue todo muy emocionante, sobre todo cuando estuvimos en el cementerio de Turón, donde lo mataron. Y hoy, con la canonización, fue el summum", afirmó.
La ceremonia comenzó a las 9 y media de la mañana (5.30 de la Argentina), cuando el Papa ingresó en la basílica -que era un hervidero de gente y donde casi no se podía respirar-, acompañado por todos los cardenales que actualmente se encuentran en Roma y los obispos que llegaron especialmente para la ocasión, en particular de España y de la Argentina. Afuera, mientras tanto, llovía torrencialmente y el día se había hecho noche.
Karlic, concelebrante
El titular de la Conferencia Espicopal, Estanislao Karlic, arzobispo de Paraná, y monseñor Jorge Manuel López, arzobispo de Rosario, fueron concelebrantes de la ceremonia, a la que también asistieron el nuncio apostólico, monseñor Ubaldo Calabresi, y otros altos prelados, así como embajadores de diversos países.
Fueron leídas las semblanzas de los candidatos a la canonización y el cardenal prefecto para la Congregación para la Causa de los Santos, José Saraiva Martins, que asesora al Papa en la tarea de reconocer a los hombres y mujeres que en todo el mundo se destacaron en el seguimiento de Cristo, pidió después al Santo Padre inscribir a estos beatos en el catálogo de los santos de la Iglesia Católica.
Entre coros y letanías, fueron presentados al Pontífice algunos dones, entre ellos un cuadro de la Virgen de Luján y una Cruz de la Victoria, y hubo una veneración de reliquias. Más tarde, Juan Pablo II pronunció solemnemente la fórmula de canonización, y proclamó a los 12 santos, entre ellos, a Héctor Valdivielso Sáez, que en ese preciso momento se convirtió en el primer santo argentino. El hermano Rodolfo Cosimo Meoli, que tuvo a su cargo el proceso de la causas de "los mártires de Turón", agradeció entonces al Papa.
Luego de las lecturas de la Biblia correspondientes a la fiesta de Cristo Rey, Juan Pablo II leyó su homilía, en la que destacó la canonización de los hermanos lasallanos: "Habiendo nacido en tierras españolas y uno de ellos en la Argentina, coronaron sus vidas con el martirio de TurónÉ No temiendo derramar su sangre por Cristo, vencieron la muerte y participan ahora del Reino de Dios. Por eso, hoy tengo la alegría de inscribirlos en el catálogo de los santos, proponiéndolos a la Iglesia universal como modelos de vida cristiana e intercesores nuestros ante Dios", dijo.
"Educadores de la juventud"
"Todos ellos, como cuentan los testigos -siguió-, se prepararon para la muerte como habían vivido: con la oración perseverante, en espíritu de fraternidad, sin disimular su condición de religiosos, con la firmeza propia de quien se sabe ciudadano del cielo. No son héroes de una guerra humana en la que no participaron, sino que fueron educadores de la juventud. Por su condición de consagrados y maestros afrontaron su trágico destino como auténtico testimonio de fe, dando con su martirio la última lección de su vida. ¡Que su ejemplo llegue a toda la familia lasallana y a la Iglesia entera!".
Vestido de manera impecable, y con sus condecoraciones colgadas, Menem siguió muy concentrado todo el oficio religioso al lado de su hija, Zulemita, desde una ubicación privilegiada, muy cercana al altar, donde también estaban el vicepresidente saliente, Carlos Ruckauf, y otros altos funcionarios. En el momento de la paz, Menem y Ruckauf se saludaron con un abrazo y, en la Eucaristía, el Presidente tuvo el honor de recibir la comunión de manos de Juan Pablo II.
Terminada la ceremonia, que duró dos horas y media, la euforia de los 11.000 peregrinos que atestaban la basílica se trasladó a la plaza de San Pedro, donde un grupo de "sbandieratori" (lanzadores de banderas), vestidos con típicos y coloridos trajes medievales, dieron su espectáculo, al ritmo de tambores y trompetas. Entonces, la tormenta, por suerte, había dado paso a una tenue llovizna.
Una verdadera fiesta
En un clima de verdadera fiesta, los fieles esperaron que, pasado el mediodía, el Papa se asomara desde su ventana para el Angelus dominical, en el cual volvió a evocar a los 12 nuevos santos de la Iglesia. Cuando mencionó al primer santo argentino, "la hinchada de San Héctor" volvió a hacerse notar y aplaudió y gritó para agradecer al Papa.
Entre ellos, María Beatriz Sicco, enfundada en una bandera celeste y blanca y con una cámara fotográfica en mano, se mostró visiblemente emocionada, y contó a La Nación que también ella se encontraba por primera vez en su vida en Roma gracias al hermano Valdivielso Sáez. Docente en el colegio de La Salle, de Rosario, María Beatriz mostró orgullosa su "tarjeta del peregrino", que ayer tuvo su primera prueba piloto antes del jubileo.
Mónica Fasano, Raúl y Ethel Alvarado, Mónica Batra, Olga Grosso y Ana Guardati, del mismo grupo de Rosario, afirmaron que se sentían "felices por tener, por fin, un santo argentino". Contentas por haber podido acercarse bastante al altar, pese a la multitud que había en la basílica, las maestras hicieron una sola objeción: "¿Qué hacía Matilde Menéndez ahí adentro?".
Luego de contar que les habían dicho que, en realidad, el hermano Valdivielso Sáez y sus compañeros tenían que haber sido canonizados en el 2001, pero que la ceremonia se adelantó para premiar la postura antiabortista del presidente argentino saliente, entre risotadas, bromearon: "Menem lo hizo".
Mala organización
ROMA (De nuestra corresponsal).- Considerada el último gran ensayo general antes del jubileo del 2000, la ceremonia de canonización de doce nuevos santos que tuvo lugar ayer en el Vaticano no brilló por su buena organización.
Pese a la presencia de más de 300 voluntarios, que debutaron en su tarea de dirigir a una impresionante masa de peregrinos, los empujones, las colas y los embotellamientos a la entrada y a la salida de la basílica de San Pedro fueron moneda corriente.
Al margen de la fiesta y el entusiasmo de la multitud, para algunos de los fieles que pudieron ingresar en la inmensa catedral -en fila, apretados y tras sortear detectores de metales-, la sensación principal fue la de claustrofobia: había demasiada gente.
Tanto fue así que el cardenal Bernard Gantin (el primer negro en llegar a esa dignidad) se desmayó, por lo que tuvo que ser atendido por el médico del presidente Menem, Alejandro Tfeli.
Ver al Pontífice, aunque fuera de lejos, o conseguir un asiento, fueron misiones imposibles. Muchos, por ejemplo, se enteraron de que el Papa había llegado a la ceremonia sólo porque de repente estalló un aplauso.
Un peregrino español resumió el último gran ensayo antes del jubileo con estas palabras: "Una desorganización organizada".
En el La Salle lo ven como un ejemplo
La vida del nuevo santo no es desconocida para los alumnos del colegio La Salle del centro capitalino. Los chicos han charlado sobre la vida de Héctor Valdivielso en las clases de catequesis, donde además se trabajó con un video.
"Intentamos mostrarles cómo vivió, entre alumnos como ellos; cómo encarnó los valores evangélicos. Por ser argentino, tenemos la ventaja de que los chicos lo pueden imaginar fácilmente como una persona cercana", dijo a La Nación Carlos Villegas, rector del secundario del La Salle.
Según Villegas, los santos son figuras a menudo inasibles, difíciles de imaginar como personas reales de carne y hueso. En cambio, los chicos del La Salle encuentran referencias directas del santo argentino en objetos al alcance de la mano, en lugares de acceso sencillo: la casa donde nació, la pila bautismal en la que recibió su primer sacramento, los huesos transformados en reliquias que se exhiben en la capilla del colegio.
En esa capilla están representados los ocho mártires de Turón en una pintura realizada por el hermano Fermín de Gainza.
El ejemplo de los hermanos
"A los santos se los desmaterializa tanto que parecen seres inalcanzables. Pero con Valdivielso se tiene la idea de que cualquier persona de bien puede llegar a ser santo. A los chicos se les hace ver la realidad de la santidad, y la comprenden como un hecho posible", dijo Villegas.
El rector agregó que, además de Valdivielso, los profesores del colegio se ocupan de señalar el ejemplo de los hermanos del colegio, que en estos mismos momentos llevan una vida de bondad, asumiendo en el comportamiento de todos los días los valores evangélicos.
"Para ser santo se debe comprobar un milagro, pero lo importante es que los chicos tengan presente ese ideal de santidad, que quieran seguir un estilo de vida austero", dijo Villegas.
Ayer, varios sacerdotes ex alumnos oficiaron una misa en la capilla del colegio. Y en el salón de actos se vio la transmisión de la canonización.
Los lasallanos tienen entre sus funciones, desde su origen, hace más de 300 años, la evangelización mediante la cultura y la educación. Están radicados en 84 países.
Los festejos en Buenos Aires
"Chicos, pongan la estampita de San Héctor en la viola y acuérdense de que el que canta, reza dos veces", instruía Agustín, de 16 años, a un grupo de compañeros de la parroquia San Nicolás de Bari, mientras afinaban las guitarras con las que acompañarían la procesión para celebrar la canonización del primer santo argentino.
Así fue como, en el trayecto entre el colegio La Salle, ubicado en Riobamba 650, y la basílica, emplazada en la avenida Santa Fe 1352, los jóvenes y su alegría fueron protagonistas.
Cerca de 300 miembros de delegaciones de los distintos colegios lasallanos y de movimientos juveniles acompañaron los restos de San Héctor Valdivielso Sáez por las calles porteñas, con canciones, rezos y recuerdos compartidos. A la cabeza iba una urna con las reliquias del santo: su cráneo y un hueso de su brazo derecho, traídos desde España el 29 de agosto último, 65 años después de su muerte.
"El dedicó su vida a enseñar a los chicos, y cuando murió fusilado tenía 24 años. Por eso nos sentimos cercanos", aseguró Andrea, de 26.
Las amigas que la rodeaban aseguraron que San Héctor es el modelo que buscan seguir: "Sobre todo en una época como ésta, en la que a cada uno sólo le importa lo propio, es importante la enseñanza de un joven que dio la vida por lo que creía. Además, era argentino", resumieron entusiasmadas.
Con lágrimas en los ojos, Hilda, de 40 años, acompañaba a sus dos hijas adolescentes en la procesión: "Pensar que estas calles porteñas, que todos los días viven manifestaciones cívicas, hoy ven pasar a un santo", suspiró.
Un proceso lejano
Al desviarse para pasar frente a la parroquia Nuestra Señora del Carmen (en Rodríguez Peña y Paraguay), las campanas repicaron en júbilo, y al llegar a la basílica de San Nicolás de Bari -la misma iglesia donde San Héctor fue bautizado en 1910, aunque en ese entonces quedaba donde hoy está el Obelisco- una multitud esperaba al santo con un aplauso sentido.
El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Bergoglio, ofició una misa que tuvo que ser transmitida por altavoces en la calle, dada la extraordinaria concurrencia.
En ella se dejó asentada en el libro de bautismo de la parroquia la flamante canonización, y el prelado expresó su deseo de que con San Héctor se logre "revalorizar la fe en Buenos Aires" y que traiga "una nueva primavera de santidad".
Pero los festejos por la primera canonización de un argentino habían comenzado temprano.
Por la mañana, con una suelta de globos blancos y rojos y el rezo de oraciones, los fieles católicos festejaron en la plaza Flores.
Además, en todas las iglesias del país se incluyó en la liturgia la canonización, hubo plegarias y rezos especiales y las campanas de todos los templos tocaron juntas en honor del santo porteño.
Sus parientes chaqueños
RESISTENCIA.- "Es una gran emoción para mí que alguien de mi familia sea canonizado, a pesar de que no tuve la satisfacción de conocerlo", dijo ayer Julio Armando Valdivieso, ex gerente del Banco Hipotecario Nacional de esta ciudad y uno de los parientes chaqueños del primer santo argentino.
Sólo lamentó que su padre -primo hermano de Héctor Valdivielso Sáez- no haya podido vivir este momento, y aclaró que aunque su apellido se escriba de manera ligeramente distinta de la del santo, se trata de una sola familia.
También comentó que sus familiares mencionaban que desde muy chico, Benito (su nombre religioso) se manifestó en la fe y que "era un chico muy piadoso".
No obstante, reconoció que nunca pensaron que llegaría a ser un santo. "Siempre se habló de su vida entregada a los menesterosos y su vocación de servicio ilimitada, pero no lo imaginamos hasta que comenzó a salir el proceso de canonización y, realmente, fue una alegría."
Sin embargo, éste no es el único antecedente de la fe que profesan, ya que toda la familia tiene una fuerte vinculación con lo místico. "Mis tías, hermanas de Benito, ingresaron muy jóvenes en la congregación de las Carmelitas Descalzas", recordó Valdivieso.
Ayer, a la seis, ya estaba frente al televisor, mirando la ceremonia en directo por la televisión española (ATC transmitió en diferido).
El proceso que lo llevó a los altares
Paso a paso: para que una persona sea declarada santa, la Iglesia sigue un estricto procedimiento, de varias etapas.
"Santos son todos los que, habiendo muerto en gracia de Dios y purificados enteramente, gozan de la visión de Dios por toda la eternidad", explicó a La Nación monseñor Jorge Manuel López, arzobispo emérito de Rosario.
La Conferencia Episcopal le encomendó a monseñor López seguir las causas de canonización de hombres y mujeres argentinos (actualmente, 29, además de San Héctor).
Los santos son innumerables, dijo, pero especificó que Dios quiere que algunos que se han destacado sean glorificados en la Tierra.
La Iglesia realiza un proceso con muchos pasos, que puede culminar en la canonización: una solemne declaración del Papa que afirma que la persona en cuestión está, con toda certeza, con Dios.
El Concilio Vaticano II agilizó los procedimientos para proponer a los fieles ejemplos más cercanos a la sensibilidad contemporánea.
Así, se abolieron las réplicas y contrarréplicas entre el abogado defensor y el promotor de la fe (el antes llamado "abogado del diablo", encargado de poner objeciones), según apunta Pedro Siwak en el libro "Santos, beatos, venerables y siervos de Dios" (Guadalupe). Y se eliminaron requisitos, como el que pasaran 50 años entre la muerte y la declaración de "virtudes heroicas".
El proceso se realiza en distintas etapas: en el ámbito local y en Roma.
Primero, cualquier católico o asociación de fieles puede promover una causa de canonización y debe nombrar un postulador, que tiene que estar preparado en derecho canónico, teología e historia.
Este debe presentarse al obispo de la diócesis donde murió la persona. En la fase preliminar, el prelado debe comprobar que hay condiciones para comenzar las investigaciones.
Para ello, debe solicitar al postulador detallada información de la vida de la persona y de las razones que justifican el proceso. Tiene que haber muerto con fama de santidad, es decir, haber una opinión generalizada de que era santa.
Para iniciar una causa, deben haber pasado al menos cinco años de la muerte de la persona, aunque en el caso de la Madre Teresa de Calcuta el Papa permitió omitir esta norma y una comisión de expertos está analizando ahora cuatro presuntos milagros atribuidos a ella.
Si el obispo, autorizado por la Santa Sede, decide llevar adelante la causa, constituye un tribunal.
Este encarga a teólogos la lectura de los escritos publicados por el candidato para ver si contienen algo contra la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y de moral. También deberán hacerlo sobre cartas y diarios personales (en los últimos tiempos, se incluyen las grabaciones o películas que se conserven).
El tribunal también toma testimonio a quienes lo conocieron.
Acabada la instrucción del proceso en la diócesis, se eleva a Roma para su estudio. Allí, el postulador debe redactar la positio (alegato), que examinará la Congregación para las Causas de los Santos.
Desde que el obispo instruyó el proceso, la persona es un "siervo de Dios". Cuando, tras un serio estudio, el Papa declara que ha vivido en grado heroico las virtudes cristianas, es declarado "venerable".
Un solo milagro
Para ser beatificado, se espera un milagro obrado por Dios mediante la intercesión de su siervo (antes era necesario acreditar dos milagros). En esta fase, intervienen consultores médicos y teólogos, y el reconocimiento lo da una congregación de cardenales y obispos.
En el caso de los mártires (como el de San Héctor) no se exige un milagro porque se estima suficiente el sacrificio de la propia vida entregada por amor a Dios.
La beatificación permite un culto público limitado (por ejemplo, en una diócesis, en la orden religiosa a la cual perteneció el beato).
Pero para la canonización hace falta certificar un milagro posterior a la beatificación.
Cuando el Papa declara solemnemente que una persona es santa, ésta pasa a ser venerada, en culto público, por la Iglesia universal.
"La santidad tiene su fuente en el santo por excelencia, que es Dios", dijo monseñor López, presidente del Consejo para las Causas de los Santos. Así lo dice la liturgia de la misa: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad".