Candelaria, la chica de 8 años que venció los prejuicios del fútbol
Sin equipos femeninos, la liga santafesina de Casilda extendió hasta 10 años el juego mixto; en julio pasado, la historia de la lateral izquierda de Huracán de Chabás generó un debate sobre la inequidad entre varones y mujeres en este deporte; no es la única en su región que pelea por competir sin barreras
Chabás, Santa Fe.- Sobre el lateral izquierdo, Candelaria Cabrera la pide. Se la ve concentrada en el juego. A los 8 años, su única preocupación dentro de la cancha volvió a ser la pelota. Ya no arrastra esa angustia que le generó enterarse, en julio, de que ya no podría seguir jugando con sus compañeros varones.
El área de juego está delimitada con cintas de plástico sobre el pasto de la cancha de once, la de la primera del club. Arcos chicos, sin arquero. Es una de las últimas prácticas del año. Debajo de las pecheras azules y rojas, la mayoría de los jugadores de la categoría 2011 llevan la de su club: Huracán de Chabás, equipo de esa localidad del sur de Santa Fe .
Hay córner para los azules. Un defensor de los rojos se para delante del arco. Pechera azul, medias negras hasta las rodillas, alta y espigada, el pelo lacio y castaño atado con una cola de caballo, Candelaria, con oficio, lo va corriendo con el cuerpo a la espera del centro. Él levanta los brazos, se queja. Ella la pide en el medio del área. La pelota es rechazada por un defensor y sale la contra. Ella los corre desde atrás, se tira al suelo para alcanzar la pelota y no llega. Esta vez no llega. Pero enseguida se levanta y sigue.
En mitad de cancha se le acerca a un compañero de equipo y le dice algo al oído. Él se ríe. Ella también. Candelaria volvió a sonreír así hace diez días. Durante el almuerzo, después de la escuela, sus padres le dijeron que tenían una linda noticia para darle. "¿No te imaginás por qué estamos tan contentos nosotros? -le preguntó Rosana Noriega, su madre-. Dijeron que sí, Cande, que vas a jugar". Ella pegó un saltó y se lo dedicó a un chico que siempre la taladraba con que las chicas no pueden jugar al fútbol.
En julio pasado, mientras entrenaban en la sede céntrica del club, el coordinador de fútbol infantil de Huracán se había acercado a Rosana para avisarle que, por un reglamento vigente, estaban prohibidas las formaciones mixtas a partir de los ocho años y que su hija ya no podría seguir en el equipo. Dos meses después, en septiembre, LA NACION dio cuenta de la situación de Candelaria en una nota en la que se repasaba la discriminación femenina en el deporte.
Y ahora, días atrás, la Liga Casildense de Fútbol, a la que pertenece su club, decidió durante una asamblea, y de forma unánime, que abrirían un departamento de fútbol femenino y que a Candelaria la iban a fichar como jugadora. Eso sí: una vez que deje la categoría infantil, deberá competir solo con mujeres. Pero al menos le quedan unos tres años para seguir compartiendo equipo con sus compañeros varones, en definitiva, su grupo de amigos. Y con el desafío por delante de que se logre formar un equipo de mujeres para cuando alcance esa edad.
Derechos
"En un momento los chicos recién fichaban a los 12, después fue a los diez y ahora era a los ocho -cuenta Diego Cabrera, el padre de Candelaria-. Es por un tema de derechos de formación: los clubes empezaron a venir a buscar jugadores cada vez más chicos, se los llevan a los ocho o nueve años, y por eso se bajó la edad de fichaje".
Desde chiquita, a Candelaria le regalaron muñecos, pero ella no les prestaba atención. Se la pasaba en el patio con una pelota de plástico que había en la casa. Con los años, le empezó a pedir a sus padres que quería practicar fútbol, igual que sus compañeros varones. Rosana y Diego tuvieron sus dudas, y prefirieron anotarla en hockey.
En el Club Huracán de Chabás, las canchas donde se entrena hockey quedan pegadas a las de fútbol infantil. Y en aquellos entrenamientos, recuerdan sus padres, Candelaria se la pasaba con el palo en la mano, agarrada a la reja que divide los dos sectores, mirando cómo jugaban al fútbol. Y cada vez que del otro lado llegaba una pelota, era ella la que iba corriendo a buscarla para devolverla. "Un domingo que nos fuimos a la plaza con el mate, llevamos a su hermanita a los juegos y nos dimos cuenta de que Cande había desaparecido: la encontramos más allá, jugando un picado con unos chicos. Ahí decidimos ir al club y anotarla", cuenta Rosana.
En el club le abrieron las puertas. Candelaria se integró enseguida y empezó a jugar como lateral izquierdo en la categoría 2011. "Acá siempre fue una más. Además la mayoría de los chicos con los que juega son sus compañeros de la escuela", cuenta su entrenador, Damián Salazar.
La historia de Candelaria, que se hizo visible gracias a un posteo en Facebook que hizo Rosana a las 3.33 de una madrugada de julio como un puntapié inicial de una lucha para que a su hija no le impidieran hacer lo que más le gusta, es la de muchas otras chicas de esa edad, tanto de los pueblos de alrededor como de distintos puntos del país, que ven frustrado su sueño de jugar al fútbol por las mismas razones: reglamentos que las excluyen, estructuras que no existen y equipos que no tienen espacios donde nacer ni impulso para desarrollarse.
Son las mismas dificultades que han vivido varias jugadoras de la selección de fútbol femenino que enseguida empatizaron con el caso de Candelaria y le brindaron su apoyo: en ella vieron reflejados los obstáculos que también debieron (y aún deben) gambetear.
Cuando, dos años atrás, Candelaria empezó a jugar para Huracán, en las tribunas sus padres escuchaban comentarios del tipo "mirá, ellos juegan con una nena", y alguna que otra burla. En uno de los últimos partidos, escucharon: "Mirá, esa es Candelaria".
Una bandera roja y blanca, donde se lee "Se despierta un Huracán. Categoría 2011", flamea sobre el alambrado. La tribuna de hierro y tablón que se alza detrás de uno de los arcos está copada por los familiares de los chicos, que observan la práctica. Del otro lado, se recorta contra el cielo sin nubes la aceitera Acha, principal núcleo productivo de esta ciudad -además del campo-, y que impregna el aire de un olor penetrante. Ahí trabaja Santiago Andrada, que sentado sobre el tablón observa cómo su hija Daniela, de diez años, pisa la pelota entre unos conos durante la práctica. Ellos son de Villada, un pueblo de 800 habitantes, a 14 kilómetros de Chabás. Cada vez que hay un torneo en la zona, o un evento especial como este entrenamiento en Huracán, a ella la invitan a jugar.
Al igual que Candelaria, desde chica, siempre se escapaba detrás de una pelota, y para el cumpleaños pedía una camiseta de fútbol. "A los cuatro años ya la anotamos en el club del pueblo y jugó en la Afiz [así se llama la liga infantil en la zona] hasta los 8, porque no había equipo femenino -cuenta-. Como no tenemos tantos recursos, le dijimos que no podíamos llevarla a entrenar a otra ciudad donde sí hubiera. La verdad que se bajoneó un montón, y justo ese año había salido escolta".
Al tiempo llegó un profesor de voley al pueblo, y Daniela se enganchó. Aunque cada vez que tiene la oportunidad se pone los cortos y se va a jugar al fútbol.
Unos escalones abajo de Andrada, está toda la familia Fernández. No le sacan la vista de encima a Avril, que está en una fila de varones a la espera de que le llegue la pelota. A ella le pasó lo mismo: a los ocho años, como no había equipo femenino, tuvo que dejar de jugar para el Club Unión Deportiva de Los Molinos, otro pueblo de esa zona de Santa Fe.
"Cuando cumplió los ocho le dijeron que no podía jugar más. Y lloramos todos", cuenta Mara, su madre. Pero a pesar de la prohibición ella no pierde oportunidad: apenas salen de la escuela, se va para su casa y espera a que los compañeros la pasen a buscar para ir a la plaza y estar toda la tarde jugando a lo que más le gusta: el fútbol. Las manos en la cintura, las medias bajas, Candelaria sale de la cancha. Se terminó el entrenamiento. Eso sí: ya tiene preparado su festejo de gol para el año que viene. Un baile del videojuego Fortnite.
Extracto de la carta manuscrita que Ruth Bravo, jugadora de la selección femenina de fútbol, le envió a Candelaria en octubre pasado
"Van a querer decirte a dónde podés ir, qué te puede gustar y con quién podés jugar. Todas estuvimos en esa cancha. Te dicen que sos muy chica, muy débil, que sos una nena. Tratan de romper tu confianza, pero la verdad es que la mayoría te tiene miedo. No de lastimarte, tienen miedo de perder contra vos, te temen porque se ven a sí mismos y ven el pasado. Pero yo te veo a vos y veo el futuro. Yo jugué esos partidos y escuché ese mismo ?no podés jugar' muchas veces. Pero te tengo una buena noticia: esto va a cambiar. Lo estamos cambiando, te lo prometo... Hoy me veo a mí misma y siento que estoy en un sueño".
Historias parecidas con finales abiertos
CHABÁS, Santa Fe.- En noviembre, Belén Potassa vivió un momento histórico: la delantera de UAI Urquiza fue parte del equipo de la selección femenina de fútbol que le ganó el repechaje a Panamá, y logró clasificar para el Mundial de Francia 2019. Y con la satisfacción de haber jugado el partido de local, en Arsenal de Sarandí, con las tribunas repletas.
Pero cuando mira hacia atrás, ve muchos paralelismos entre su historia y la de Candelaria. También es de Santa Fe: nació hace 30 años en Cañada Rosquín, a 150 km de Chabás. Y al igual que ella, empezó a jugar al fútbol en el club del pueblo, con sus compañeros del colegio. "Hice todas las categorías con ellos hasta que llegamos a los 12 años. Ahí empezaba otra etapa: se empezaba a jugar por los puntos, en cancha grande. Y ya la liga no me permitió jugar", cuenta.
A los cinco años, una tarde que estaba en el club Juventud Unida pateando la pelota, se le acercó un técnico: le había visto condiciones. "Al principio pensó que yo era un nene. Después vio que era una nena. Y le preguntó a mi mamá si me dejaba jugar". Su madre la alentó: no quería que le pasara lo mismo que a ella, que su padre no le había permitido tocar el bandoneón.
Cuando ya no la dejaron jugar con los varones, hizo otros deportes: voley, patín. Pero su madre, cansada de que ella le insistiera que quería jugar, llamó a Rosario y encontró club: Rosario Central. "Lo que más molestaba era sentir el rechazo, que no querían que la nena juegue. Pero los compañeros de mi club siempre me defendieron. La verdad que el compañerismo de ellos fue fundamental", relata.
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