La obsesionaba estar linda hasta que un cáncer de mama la hizo priorizar mejor
Liliana Sanhueza tiene 58 años y es de Río Negro, La enfermedad la ayudó a entender cuáles son las verdaderas prioridades de su vida y la fe la ayudó a mantener las esperanzas.
Hubo un instante en el que Liliana hizo un click, aceptó lo que le pasaba, empezó a dejar atrás todo lo que no sumaba y dejó de preocuparse por lo que no valía la pena. “Entendí que lo más importante era vivir, disfrutar con José (su marido) y viajar. Hoy tengo lo fundamental que es la vida, y por eso soy una agradecida”.
Liliana nació en Villa Regina, pero vive en un pequeño pueblo que se llama Ingeniero Huergo, en la provincia de Río Negro. Allí construyó su familia y junto a José tuvieron dos hijos, Diorella y Adriano. Durante mucho tiempo se dedicó a ser ama de casa, aunque en los últimos años encaró un emprendimiento junto a su cuñada y llevó adelante una perfumería boutique en el centro del pueblo.
Liliana viajaba cada 6 meses a General Roca para hacerse una mamografía, y en el año 2014 le encontraron una pequeña “bolita” que finalmente fue un tumor.Tenía 55 años y una gran obsesión: su cuerpo. Le importaba mucho la estética, su físico y le encantaba estar linda. “El momento que me lo dijeron fue el peor, pero a partir de ahí empezó un proceso de aceptar, entender y atravesar lo que me tocaba. En definitiva, fui una afortunada, porque tuve la posibilidad de tratarme con los mejores especialistas y la contención familiar necesaria para sobrellevarlo”.
Ella lo repite una y otra vez: la fe la salvó, la rescató y la mantuvo con esperanza durante todo el tratamiento. Por las noches rezaba antes de irse a dormir, toda su energía positiva estuvo puesta en eso. Entendió que la mochila la cargaba solamente ella, aunque su familia estuviera al lado para acompañarla. “Siempre creí que el milagro era posible y así me mantuve: creyendo en que me iba a curar. Cuando me dijeron que me iban a sacar la mama entera fue duro, pero seguí adelante. Hoy estoy bien y recuperada, y sé que tengo otra actitud para pasar por algo como esto. Aprendí mucho”.
Después de la operación su mente se llenó de interrogantes: “¿Me voy a quedar sin pelo?, ¿el tumor puede volver?, ¿cómo me voy a ver sin una lola?”. Eran todas preguntas que tenían una sola respuesta: que ella iba a poder con todo lo que se pusiera por delante, y más. “Vi chiquitos oncológicos y mujeres mucho más complicadas. Me di cuenta cuánto egoísmo tenía encima: tuve que aceptar ¿quién era yo para que no me pase algo así?”.
El tratamiento continuó con rayos durante 36 días y todavía debe tomar comprimidos durante los próximos cinco años, cuando llegue el alta definitiva. “Hoy me dedico, desde donde puedo, a ayudar a gente que está atravesando un momento duro. Antes muchas cosas me enojaban… ahora, puedo verlas desde otra perspectiva”.
Mirá más notas sobre la importancia de la detección temprana del cáncer de mama en la edición de Revista Susana de octubre
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