Campaña: miles de pingüinos, cientos de naufragios y apenas dos pobladores: así es el paraje elegido por Larreta para lanzarse
En Cabo Vírgenes está el último faro de la Argentina continental y una de las pingüineras más grandes de América
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Para lanzar su campaña a la presidencia, Horacio Rodríguez Larreta eligió un paraje donde viven apenas dos personas, pero hay miles de pingüinos y cientos de naufragios.
La metáfora será apenas una coincidencia, pero no deja de llamar la atención viniendo de un político que planea su pasos con la precisión de un cirujano. El faro de Cabo Vírgenes, el lugar desde donde Rodríguez Larreta oficializó sus intenciones de suceder a Alberto Fernández utilizando un mensaje grabado y con aires patagónicos, es el último de la Argentina continental. Está a metros de la frontera con Chile, en el extremo sur de Santa Cruz, al borde del Estrecho de Magallanes.
Lo custodian apenas dos torreros que pertenecen a la Armada. Su función es mantener prendida la luz que irradia el faro para avisar a los barcos de los peligros que acechan en estas costas traicioneras. Acaso otra metáfora del camino que acaba de iniciar el jefe de Gobierno porteño.
El régimen de los torreros es de entre dos o tres semanas en el faro por una semana de franco y 45 días de tareas en Río Gallegos. Son ocho y van rotando. Siempre hay dos de comisión en el faro.
A escasos kilómetros está una de las pingüineras más pobladas de la América. La soledad de la estepa se interrumpe a metros del mar con una colonia de miles de pingüinos que eligen este paraje inhóspito para empollar su futuro.
“Cruzamos un límite”
“En cada lugar que voy recojo lo mismo: ya cruzamos un límite. No queremos más seguir viviendo con el agua al cuello, siempre peleando, peleándonos entre nosotros”, dijo Larreta frente a las cámaras, acaso con los torreros y los pingüinos de testigos.
Ubicado sobre una elevación que luego se derrama en forma de acantilado sobre el mar, el faro fue construido por la empresa francesa Barbier, Bénard y Turenne hace casi 120 años. Todos los días, al anochecer, los torreros se encargan de prenderlo. Lo apagan cuando amanece. Es un cilindro de material de 26 metros, un atisbo de civilización que intenta imponerse en medio de la inmensidad salvaje que lo rodea. Apenas lo logra.
Su funcionamiento es simple. En su cima, a 101 escalones de la superficie, hay una lámpara alógena de 400 watts alojada dentro de un prisma que potencia su luz. El mecanismo está montado sobre un motor que lo gira y hace que los barcos detecten el haz luminoso de manera intermitente. El faro custodia un rincón de la Patagonia solitario, pero repleto de historia.
El 21 de octubre de 1520 Fernando de Magallanes fue el primer europeo en descubrir el Cabo Vírgenes, la entrada al estrecho que conecta con el Océano Pacífico y que hoy lleva su nombre. El hallazgo fue épico, a la altura de las grandes conquistas de la humanidad. Luego de años de búsquedas infructuosas y decenas de naufragios, la expedición de Magallanes –él murió en el camino– logró la primera circunnavegación de la Tierra y abrió una lucrativa ruta comercial entre Europa y Asia.
Los barcos de Magallanes atravesaron por acá el continente americano y abrieron el camino. Le siguieron varios intentos de instalar una población en la zona. Pedro Sarmiento de Gamboa, un enviado del rey de España, lo intentó en 1584, pero fracasó. El viento que crece desde el mar desalienta la vida de hombres y mujeres.
Los mares embravecidos de estas costas, su niebla insistente y las mareas extraordinarias (puede haber más de diez metros de diferencia entre la pleamar y la bajamar) se cobraron cientos de naufragios. En 1904, la inauguración del faro de Cabo Vírgenes buscó reducir la cantidad de accidentes marítimos en la zona. La apertura del Canal de Panamá, en 1918, acortó el camino y redujo el tráfico, y los naufragios.
El único que logró habitar de manera continua el área de Cabo Vírgenes fue Conrado Asselborn, un ermitaño con un par de asesinatos en su haber que se instaló en un rancho precario, cerca del faro. Hasta 1992, cuando se suicidó, vivió durante 40 años retirado del mundo, alimentándose de los animales que cazaba y pescaba y comerciando los restos de oro que rescataba de antiguos naufragios en la zona.
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