Camet Norte: La arquitecta que soñaba con vivir frente al mar y creó una villa balnearia multicolor
MAR DEL PLATA.- Desde chica tenía un sueño permanente y de ojos abiertos: vivir frente al mar. Casi una obsesión. El otro sueño la despertó una noche, con palpitaciones: veía emerger "como topos" decenas de casas de colores alrededor del lote que había comprado a metros de playas que, hace tres décadas, eran un páramo; puro yuyo y sin un solo vecino a la vista en varios kilómetros.
A ambos los hizo realidad. El primero, en 1991. Con un puñado de ahorros de sus primeros trabajos como flamante profesional pudo dejar en la familia el lote que tenía su abuelo materno en un rincón inhóspito, a 25 kilómetros al norte de Mar del Plata. Para el otro sembró la semilla con la cabaña que dos años después diseñó y construyó de cara al océano. Y poco a poco, en terrenos linderos y cada vez más allá, con nuevas casas vio florecer un verdadero arco iris inmobiliario a su alrededor.
Camet Norte tiene aires de Caminito porteño pero con la bruma de las olas ahí nomás. Asoma también el espíritu de la italiana Isla de Burano o de St John's en Canadá, allá en las alturas y aquí en el llano, al límite de acantilados que son reserva paleontológica y caen abruptos sobre la arena que la marea todavía concede, aunque le gana centímetros año a año.
Aquellas primeras pinceladas que Susana Bellotti le dio a la fachada de su casa contagiaron tanto como para que esta pequeña villa balnearia del partido de Mar Chiquita, lindera con Santa Clara del Mar y La Caleta, sea en su sostenido desarrollo inmobiliario una verdadera paleta de pintor.
Ocres por acá, rosas más allá, algunos colorados más o menos estridentes y las gamas de azules y verdes que toman tonos del Atlántico cercano. Las viviendas se multiplican: las más antiguas con estilo rústico y campestre acorde a época; las más recientes, empapadas de líneas rectas y planos más propias de countries.
"Lo elegí como lugar de vida y no me equivoqué", cuenta a LA NACION esta arquitecta marplatense que se recibió a los 26 años y se enamoró de estas tierras, a las que llegó por primera vez en lo que fue una verdadera travesía. Manejó su viejo Citroen 3CV por lo que entonces era campo, sin calles y ni siquiera huellas por la ausencia de tránsito vehicular. Casi por olfato llegaron con su abuelo hasta la parcela que él quería vender. La fueron a tasar con un martillero y se la quedó: "Entonces valía 300 dólares, justo lo que yo tenía ahorrado de mis primeras obras", detalló.
"Vas a enterrar la plata", le advirtieron algunos colegas y amigos, poco convencidos de la prosperidad en medio de un escenario que tiene picos de salinidad que impiden el desarrollo de vegetación. Hoy piden 80.000 dólares por una esquina baldía, a metros de la casa original de Belloti, subdividida a partir de su desarrollo modular y convertida ahora en un complejo de cabañas que tiene capacidad completa aun en medio de este verano cargado de complicaciones para los viajeros.
Identidad propia
Camet Norte se consolidó como poblado con una cantidad de residentes en crecimiento. "Todo sin perder su identidad y mucho menos su tranquilidad", remarca Bellotti, que en su casa tiene un caballo, y cada noche se da el gusto de cruzar la calle que recorre la costanera, bajar a la playa y, con sus perros como celosos guardianes y compañeros, se da el inmenso placer de caminar con los pies por la orilla del mar.
La historia dice que estas tierras eran parte de la Estancia San Manuel, propiedad de la familia Ugarte Anchorena. A fines de los 60 se hizo la venta y posterior subdivisión en casi 3200 lotes. A comienzos de los 80 se instalaron las primeras familias y se abrió el primer almacén.
En 1993, Bellotti, entonces con su marido, avanzó con el proyecto y construcción de su vivienda, a la que le dieron ese toque mágico con los colores. "Dos años vivimos sin conexión eléctrica", recordó, ante la carencia de un servicio público que llegó recién detrás del expediente de su obra en marcha. También se encargó de ubicar a propietarios y contactarlos con los interesados en invertir en esas playas que insinuaban progreso y ya seducían a primeros turistas.
La arquitecta tiene sello propio y trató de imprimirlo en cada una de las 120 casas que diseñó en Camet Norte y la zona. Apela y mucho a materiales calcáreos, madera, troncos y siempre el color. Y el equipamiento interior y exterior con elementos reciclados o artesanales, que le dan una impronta más que especial.
"Hoy los que vienen de paseo en lugar de de mirar al mar, que siempre fue lo más atractivo, miran las casas de colores", destaca, sobre este efecto que gana adhesiones entre los propietarios y tan bien cae entre los inquilinos de temporada, que mantienen a Camet Norte con una ocupación cercana al 90% de su capacidad de alojamiento para turistas.
Luego de surfear a menos de 100 metros de su casa, Gabriel López se quita el salitre con una ducha en el balcón y se acerca para contarle a LA NACION que conoció estas playas hace casi dos décadas. En 2003 compró un lote y construyó su casa, también con la impronta de Bellotti. "Acá tengo olas, el paisaje del mar y tranquilidad, que nunca se perdió", dijo este platense que se radicó en Camet Norte hace cinco años, luego de aceptar la oferta de hacerse cargo de la filial marplatense de la droguería en la que se desempeña.
"Ni lo dudé", remarcó quien ahora tiene su trabajo a 20 minutos de viaje por autopista y una panorámica al océano, ida y vuelta.
Su casa es verde petróleo con vivos blancos que realzan el contorno de las aberturas. Así se reencontró –o aproximó- con un color original que se dejó de fabricar. "Nos habíamos ido hacia los azules y volvimos hasta el punto de de partida", detalló.
La gracia en el desarrollo del lugar está en ese contraste. Si aquí hay azules, al lado habrá algo entre rojos o quizás gama de amarillos. Si hay verdes, quizás al lado será anaranjado. O se mecha algún gris, más moderado, que también se coló con las unidades más modernas, de techos planos y minimalistas. Bellotti puntualiza que la tendencia de estos tiempos se instaló hacia los tonos marinos y fríos. "Lo bueno es que se mantiene la esencia", destaca López.
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