Calor extremo. Más mosquitos, cucarachas, roedores y virus entre los cambios por la transformación climática que modifica ecosistemas y replantea las grandes ciudades
La ola de calor de marzo, atípica para la época del año, pone en debate la reconfiguración de la fauna y flora, pero también, cómo se piensan los espacios públicos y privados ante una nueva demanda de la sociedad; expertos consultados responden si podría repetirse durante el año los eventos extraordinarios
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Hace 43 años el calor agobiante alteraba la vida de las personas. Se suspendían clases, se cambiaban horarios de actividades deportivas y algunas empresas o fábricas daban días libres a sus trabajadores. Había sido uno de los veranos más calurosos de la historia, pero no como el que está por finalizar, que romperá el récord desde que se tienen registros, con un marzo de temperaturas extremas que sofocan, olas de calor interminables y un fenómeno que nadie pudo anticipar ni imaginar.
La magnitud de lo ocurrido fue, por momentos, dramático, con un escenario demoledor. En la Ciudad de Buenos Aires se rompieron varias veces las marcas térmicas más elevadas para marzo hasta llegar a los 38,8°C y también la temperatura mínima más alta que superó los 28°C. Fue la ola de calor más larga de la historia, con una demanda récord de energía y cientos de miles de usuarios sin suministro eléctrico o de agua corriente, mientras las lagunas se desangraban por la sequía y los cultivos sufrían esa falta de agua.
En el verano más cálido de la historia de la Argentina a nivel país, y mientras se espera el alivio definitivo que podría llegar esta semana, se reinstala un debate de fondo sobre los posibles cambios que podrían generar estas temperaturas extremas sobre la flora, fauna, las cuencas de ríos o arroyos, el comportamiento de las personas y hasta el diseño urbano de las ciudades. Los eventos atípicos de este mes, ¿podrán repetirse durante el año o el próximo verano? Y los cambios extremos en el clima, ¿se explican por la persistencia de tres años seguidos del fenómeno de La Niña o se quedarán como consecuencia del cambio climático?
En los informes trimestrales que realiza el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) se observa que para los próximos meses la tendencia será de una anomalía cálida por lo que se espera un otoño más caliente que lo habitual, en línea con lo que está sucediendo en marzo. Según el SMN las lluvias comenzarán a regularizarse porque La Niña, que provoca déficits en las precipitaciones y favorece temperaturas más cálidas en diciembre y marzo, se está debilitando. Sin embargo, esto no implica que los suelos logren humedecerse durante el otoño y habrá que esperar a la primavera y verano próximos para recuperar la humedad de los suelos.
“Todas estas anomalías, con olas de calor más largas y olas de frío tardías, son indicadores que hay cambio climático. El clima a nivel mundial está cambiando porque el planeta se está calentando. El cambio se percibe con el deshielo de los glaciares, el aumento del nivel del mar y otros indicadores, como estos fenómenos que aparecen con mayor frecuencia”, explicó Matías Reinoso meteorólogo del SMN. “Esto no significa que el clima en la Argentina se esté tropicalizando porque para eso hay que tener otras variables que hoy no tenemos. Por ahora diría que el mundo está cambiando hacia climas más cálidos”, agregó.
La semana pasada unos diminutos bichitos, conocidos como “trips”, invadieron la ciudad y el Área Metropolitana y su aparición, según los expertos, se debió a la combinación de calor extremo, humedad y sequía. Pero estas condiciones climáticas también favorecieron la propagación del mosquito aedes aegypti, transmisor de dengue y chikungunya, con diferentes brotes en la provincia de Buenos Aires y varias comunas porteñas en alerta por un crecimiento de ambas enfermedades. Su proliferación no es casual.
Según explican en la Unión de Cámaras y Asociaciones de Buenos Aires en Manejo de Plagas Urbanas (Ucaba) las altas temperaturas favorecen la proliferación de mosquitos, cucarachas, moscas, roedores y pulgas, portadores y/o vectores de agentes patógenos (bacterias, virus y hongos) que de manera directa o indirecta causan enfermedades que pueden ser graves e incluso mortales para las personas.
“El calor incrementa la actividad de insectos y arácnidos, y aumenta la frecuencia de accidentes con escorpiones y arañas peligrosas. A mayor temperatura, más reproducción de las plagas y más enfermedades transmitidas al hombre, como el dengue, zika y chikungunya. En este escenario, el control profesional de plagas urbanas cumple un rol fundamental como auxiliar de la salud pública”, explicó la ingeniera agrónoma Lucila Valera (matrícula profesional 18107*01*01), asesora externa de Ucaba.
La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes) sostiene que el cambio climático favorece la pérdida de biodiversidad y servicios ecosistémicos, con un impacto que aumento en sinergia con otras perturbaciones como la degradación de hábitats y la sobreexplotación de los recursos naturales. También resalta que hay cada vez más olas de calor en América Latina y el Caribe que son particularmente nocivas para la salud humana ya que más del 70% de la población humana regional reside en ciudades y el efecto del calor se hace más intenso en situaciones de urbanización.
“Un mecanismo que vincula a las especies con la temperatura es a través de cambios en sus distribuciones, como sería el caso de especies más tropicales que extienden sus rangos hacía las zonas templadas. Este fenómeno conlleva también la expansión de algunas enfermedades o especies invasoras previamente considerados tropicales, como es el dengue y la malaria, llevados por la expansión de ciertas especies de mosquitos. Lo mismo ocurre en las zonas polares: en la Antártida, por ejemplo, hay un ingreso de especies nuevas desde las aguas de la Patagonia Austral”, cuenta Christopher Anderson, profesor de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego e investigador del Conicet.
A pesar del evento extremo de marzo y la aparición de diferentes plagas o proliferación de enfermedades, los expertos consultados coinciden que esto no debe analizarse como un fenómeno aislado que no permite sacar conclusiones precisas, sino en el contexto global. “Siempre que hay situaciones extraordinarias se producen desplazamientos de especies, proliferación de especies invasoras (suelen ser exóticas con la capacidad de aprovechar las condiciones de un cierto ambiente para desplazar a otras), y degradación de los ecosistemas, pero el foco debe ponerse en el cambio climático en general”, opina Paula Zermoglio, bióloga del Conicet.
“Las especies que están adaptadas a tolerar condiciones extremas van a perdurar y las que no, pueden ir desapareciendo. Por ejemplo, hay estudios científicos que comprobaron que en ciertos abejorros disminuye la fertilidad con la temperatura. Pero no es solo el aumento de la temperatura, sino también una modificación constante del uso del suelo que reduce los hábitats y genera que algunas especies tolerantes a las sequías o falta de nitrógeno en el suelo perduren y otras se van desplazando”, agrega la experta.
Más riesgos de estrés
Con esta idea coincide Pablo Peri, coordinador del Programa Nacional Forestal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) e investigador principal de Conicet. “Sin dudas que los eventos extremos provocan cambios, hay especies sensibles al calor que se retrotrean y otras que se ven beneficiadas. Definitivamente el cambio climático afecta a la fauna y la flora, algunas en forma definitiva”, comparte, aunque su análisis sobre las consecuencias de las temperaturas agobiantes como las vividas en la Región Metropolitana van más allá.
“En situaciones de calor extremo las personas que viven en las ciudades enfrentan mayores riesgos de estrés por calor y se reduce el tiempo que pueden pasar al aire libre. Las islas de calor también afectan la salud humana, además de aumentar la incidencia de enfermedades respiratorias, cardiovasculares”, explica Peri.
En este contexto que parece no tener vuelta atrás, ¿las ciudades deben repensar el urbanismo y la arquitectura de sus espacios públicos y privados? ¿Los habitantes de las ciudades donde más se eleva el termómetro necesitan infraestructuras más sustentables y amigables con el planeta? Todo indica que sí.
“La demanda de arbolado es cada vez mayor para enfrentar los calores extremos. La valoración de la sombra vegetal es más grande y representa un cambio de valoración”, sostiene el antropólogo Aníbal del Olmo, director general de Antropología Urbana de la Secretaría de Desarrollo Urbano de la ciudad de Buenos Aires. “Está sucediendo, y es histórico desde que se tiene registro fotográfico, que la gente va hacia la sombra, hacia los espacios públicos con sombras. También cambian los recorridos y las calles arboladas son más elegidas que las otras no; la gente usa los espacios cuando les llega la sombra y antes, no. El cambio de hábito empieza a establecerse”, agrega.
Pero no todo parece solucionarse con más arbolado. Para el arquitecto Leonardo Lotoposky “es un reduccionismo decir que la respuesta al calor es tener más árboles” porque la “reutilización del agua de lluvia, la utilización de materiales que no impliquen mayores emisiones de dióxido de carbono, la instalación de terrazas verdes y la posibilidad que las ciudades absorban la mayor cantidad de agua de lluvia antes de enviarla al río”, entre otras aplicaciones, pueden ser opciones para la construcción pública y privada.
“Es un largo camino para que la ciudad se convierta en una ciudad más sustentable. Sería interesante que la política sea la maximización de espacios públicos, verdes y no verdes. Se deben buscar oportunidades donde se puedan genera espacios públicos, aunque eso no sucede mágicamente. No es solamente poner árboles, sino en generar espacios de calidad”, confirmó.
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