Cada vez más "amos" optan por embalsamar a sus mascotas
El caso del gato de Daniela Cardone puso sobre el tapete a la taxidermia, un oficio del que se conoce poco pero que vale la pena descubrir
Hay oficios nobles, silenciosos, sosegados, que transitan un plácido anonimato hasta que los focos mediáticos se posan sobre ellos. Esta semana, Daniela Cardone fue una involuntaria difusora de la taxidermia, una actividad cuyo origen se remonta a los egipcios y que no sólo permite extender el vínculo con un animal querido, sino que también resulta fundamental para la conservación de museos de historia y ciencias naturales. Ocurrió que la modelo mandó a embalsamar a su gato Matute, que había fallecido hacía un mes y, orgullosa, se sacó fotos con la nueva versión de su mascota. Luego, las redes sociales hicieron lo suyo.
Aníbal Principiano, el taxidermista que trabajó en el felino de Cardone, dijo: "Los motivos por los cuales una persona quiere embalsamar a un animal pueden ser las ganas de tener a su mascota para siempre o, en el caso de los aficionados a la caza, el afán de poseer un trofeo". Sea por amor o por fetichismo, lo cierto es que cada día son más los que recurren a estas prácticas. El propio Principiano reconoce que, a raíz de la repercusión del caso, estos días su página web recibió más de cien consultas. No estamos, entonces, ante un capricho de excéntricos o un lujo de elite. Por citar un ejemplo estándar, disecar un caniche toy no cuesta más de 2500 pesos. No es lo mismo, claro, que un manto negro, raza cuyo precio debe ser evaluado a partir del tamaño y demás características del perro.
Según datos delInstituto Superior de Taxidermia y Conservación, la principal casa de estudios de la profesión, unos 13 mil alumnos egresaron desde su creación, en 1970. Los títulos son Profesional Taxidermista, Preparador Naturalista, Conservador de Colecciones Científico-Naturales y Maestro Taxidermista. Se trata de carreras poco usuales pero no por ello limitadas en su salida laboral: quienes se reciben tienen amplias posibilidades de desempeñarse en un museo o en la misma institución.
El oficio del taxidermista requiere de la prolijidad y destreza de un orfebre. La técnica más habitual se aplica en mamíferos, aunque por supuesto no están exentos los pescados y las aves. Consiste, en principio, en retirar cuidadosamente la piel del animal para luego remojarla, piquelarla (aplicarle ácidos sulfúricos para su conservación) y curtirla. Para el siguiente paso, el encargado deberá tener, además, dotes de artista: se colocan en el animal ojos, piel y boca. Y hasta se los peina. El trabajo puede tardar entre treinta y cuarenta días.
Así como en los seres humanos es la religión la que se encarga de cuestionar o no la vida eterna, en el caso de los animales son sus entidades protectoras quienes sientan postura ante esta prolongación de la existencia, al menos de manera artificial. Lejos de considerarlo una profanación, la filial argentina de la Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal (ADDA) ve con buenos ojos la taxidermia, en tanto sea un acto de amor. Martha Gutiérrez, presidenta de la institución, sostuvo: "Creemos que un animal fallecido debe ser tratado con respeto, tenga o no un responsable humano. Nuestra entidad no cree que embalsamarlo sea una falta de respeto si esto no forma parte de una exhibición de mal gusto. Que sea tan solo para recordar a ese ser maravilloso que formó parte de una familia y del que cuesta distanciarse de por vida".
Claro que tanto cariño por un animal puede volver inestable a su propietario. Cuenta Principiano que en una oportunidad una señora le encargó embalsamar a un gato que no había muerto en las mejores condiciones. Le faltaba la nariz. Profesional, el taxidermista cumplió con el trabajo en tiempo y forma, pero la dama no quedó conforme. Pagó lo convenido, de todas maneras, pero sugirió algo que sorprendió al hombre: "Mejor dame solamente la piel. Así lo puedo acariciar cuando hago las compras". Principiano se ríe al imaginar lo que quedó de la pobre mascota, metida en un canasto entre sachets de leche y latas de conserva. "Creo que ni ella sabía lo que quería", reflexionó.
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