Búhos o alondras
Desde que soy muy chica me cuesta dormir de noche. A los cuatro años, mi hermano ya se despertaba a las siete de la mañana para ir a jugar, y a mí no me podían sacar de la cama hasta las once. A los doce, me quedaba despierta hasta las tres o cuatro de la madrugada, sin poder pegar un ojo, leyendo o escribiendo, alumbrada por un velador tenue. A los veinte, pasaba toda la noche despierta y a las seis me iba a la facultad. Si dormía, lo hacía a la tarde o recién al día siguiente. A los treinta, ya me había acostumbrado a vivir a contramano de mi marido, escribiendo de noche y durmiendo hasta el mediodía.
En estos años, todos trataron de ayudarme de alguna manera. Cuando era chica, mis padres no me dejaban salir de la cama, ni tomar gaseosas con cafeína, ni ver televisión después de cenar. De más grande, mis amigas me controlaban el café, me obligaban a acostarme sin computadora, y hasta me regalaron un té llamado "dulces sueños" con hierbas sedantes. Los médicos, en cambio, se lo atribuyeron a mis problemas de tiroides, me hicieron estudios, me dieron melatonina y me cambiaron la dosis de T4 varias veces. Mi marido me suplicó: quería que nos despertáramos juntos, en vez de cruzarnos al mediodía, para almorzar juntos.
Todos tuvieron su teoría menos yo. Le echaron la culpa a mis hábitos, a mi falta de voluntad, a una posible tendencia al caos y la desorganización. Me pidieron que me esforzara y tratara de acoplarme al mundo que amanecía a las nueve, desayunaba, y se iba a trabajar a sus oficinas, pero fue imposible. En treinta y tres años, lo mejor que pude hacer fue dormirme a las tres de la mañana y despertarme a las diez y media, sin reaccionar del todo hasta el mediodía.
Mis hábitos (no diré insomnio porque yo siempre pude dormir, sólo que de día) fueron siempre un misterio, hasta hace unos días, cuando me crucé, de casualidad, con una teoría, que todos conocían menos yo . Al parecer, desde hace muchísimo tiempo que los científicos dividen a la gente en dos cronotipos llamados búhos y alondras, de acuerdo a su rutina de sueño. Los búhos se despiertan tarde y están alerta durante la noche, cuando son más productivos. Las alondras, en cambio, encuentran su pico de actividad en la mañana y llegan a la noche cansados, con las últimas energías. Para algunos investigadores, es un hábito relacionado con el ambiente, la cultura, el entorno familiar. Para otros, una suerte de reloj biológico determinado genéticamente, que se manifiesta desde pequeños. Por más que no esté comprobado, algunas pruebas son irrefutables: hay hermanos que viven en la misma casa, con los mismos padres, siguiendo la misma dieta, y la misma rutina, y así y todo uno se levanta bien temprano para jugar, mientras que al otro hay que arrancarlo de la cama para que vaya a jugar.
Yo, por ejemplo, siempre fui búho, pero nunca lo supe. Nunca me dejaron serlo, en realidad. Las alondras me molestaron con sus cantitos mañaneros, su prepotencia madrugadora y sus argumentos acerca de "lo mejor", "lo normal" y "lo que hacemos todos" durante casi treinta y tres años. En vano les cité varios personajes exitosos que habían encontrado en la noche su forma de vivir, diferente, pero efectiva. Nada funcionó. Me siguieron diciendo que no podía vivir al revés del mundo, que tenía que cambiar. Por suerte para ellas, los búhos somos callados y discretos. Iremos a contramano, sí, pero al menos sin molestar a nadie y en silencio.
Carolina Aguirre se recibió de guionista en la Escuela Nacional de Experimentación y realización cinematográfica (ENERC) en el año 2000. Es autora de los blogs Bestiaria (que se editó como libro bajo el sello Aguilar en 2008) y Ciega a citas, que además de transformarse en un libro se transformó en la primera serie de televisión adaptada de un blog en español.
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