Boom de radicaciones: el destino top para el turismo de verano en la costa que ahora tiene una dinámica inédita todo el año
La población de Pinamar creció un 17,5% cuando, por la pandemia, decidieron instalarse allí 2000 familias
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PINAMAR.— Hace tiempo que no solo cada fin de semana tiene otro ritmo. De lunes a viernes también ganó una dinámica inédita para una ciudad acostumbrada a movimiento intenso solo entre 30 a 45 días del verano, más alguna escapada de esas favorecidas por los feriados, siempre de la mano del turismo.
Ahora llegó la hora de los nuevos residentes. Se estima que en el distrito se radicaron durante el último año y medio más de 2000 familias. La mayoría, a tiempo completo, y algunas que cambiaron la costumbre: viven aquí gran parte del tiempo y regresan un par de días a su lugar de origen, obligados por cuestiones laborales o familiares.
Pinamar es uno de los municipios bonaerenses que más creció en población estable desde el inicio de la pandemia: un 17,5% sobre los 45.000 habitantes que tenía previamente, según datos oficiales. El aislamiento obligatorio impuesto en marzo de 2020 le sumó valor a este contexto de bosque y playas que, con los primeros permisos para viajar, se redescubrió no ya como lugar de descanso, sino como espacio donde instalarse con mejor calidad de vida que en la pesada urbe metropolitana.
La tendencia se refleja en otros números: se dispararon los pedidos de servicios de internet domiciliaria y comercial por 12 meses, creció la matrícula escolar casi el 6% y hasta encontró nuevo pico la de estudios universitarios en el municipio.
“En 2021 tuvimos récord de habilitaciones comerciales y construcción, lo que significa que es un distrito que día a día de transforma y genera oportunidades de desarrollo a sus residentes”, explicó Juan Ibarguren, secretario de Turismo y Desarrollo Económico de Pinamar.
Considera que el aislamiento obligatorio por la pandemia de coronavirus reforzó en la gente el deseo de vivir rodeados de naturaleza y con mayor calidad de vida en su rutina; en este caso, a no más de tres horas del área metropolitana. La campaña Respirá Pinamar, que alentaba nuevas radicaciones, sorprendió en resultados: más de 300 consultas en las primeras dos semanas. El objetivo de la intendencia es sostener este ritmo y llegar a 2025 con una población de 65.000.
Recuperar las ganas
Lorena Dora estaba un poquito más lejos, en Rosario. Tenía el proyecto de ir a vivir a Cariló junto con su pareja, Nené. Las escalas en plan de vacaciones, descanso o entrenamiento para triatlón la entusiasmaron hasta la compra de una hermosa casa, a 150 metros del mar. La pandemia y la enfermedad de él complicaron el proyecto, que se decidió a continuar sola. Fue para un cambio de vida, pero también para ayudar a un duelo reciente que perdura.
“El plan era venir juntos, igual me decidí a cumplirlo en soledad”, explica a LA NACION esta arquitecta oriunda de Casilda que se mudó del corazón santafesino, sin descuidar su trabajo en la empresa familiar de control satelital de transporte de cargas y logística. “El mar y la naturaleza ayudan a curar, porque de repente me quedó el mundo patas para arriba”, detalló sobre el dolor y la angustia de perder a su compañero.
Su casa es una paleta de pintor, dominada por colores y ventanales que miran a los cuatro puntos cardinales repletos de verdes, con parque y bosque. Terminó de decidir cuando advirtió que Cariló por fin tenía un servicio de internet confiable, a partir del tendido de fibra óptica. Dice que ahora encontró un escenario “espectacular” tanto para trabajar como para volver a entrenar, ya no para competir, sino para sentirse bien.
“Soy una privilegiada de estar acá porque mantengo la misma obligación y presión laboral que tenía en Rosario, pero con una vista 360° a la naturaleza. Y hasta puedo trabajar desde la playa”, explicó. En medio de este golpe emocional, ir a Cariló –dice– fue “recuperar las ganas”.
A David Aruguete el encierro obligatorio de meses por el coronavirus lo llevó a valorar las primeras escapadas permitidas a su casa de Cariló. Allí se dio cuenta de que podía trabajar no solo igual, sino mejor que en su casa de Martínez. “Era mirar la pantalla en un escritorio o, acá, en un jardín. Y no dudé”, detalla mientras monitorea información y brinda servicios de business inteligence, data analytics y data science para clientes de Chile y Estados Unidos, además del trabajo académico.
“El bosque es todo para mí”, rescata de Cariló, donde este profesional de las matemáticas y apasionado por la informática empezó a veranear hace 40 años hasta que se compró la casa en la que desde hace casi un año vive de corrido, casi de tiempo completo. “La instalación de internet por fibra óptica lo cambió todo y me facilitó trabajar desde acá”, rescata.
A sus 70 años está convencido de que esta experiencia “es un viaje de ida”, más allá de los regresos periódicos a la Capital, donde también trabaja su pareja, arquitecta. Y anticipa que el invierno cercano, que es duro y crudo a la sombra de las decenas de árboles que tiene en su parque, será decisivo para que se termine de confirmar como residente permanente en este balneario.
Tiene sus computadoras en el living y la planta superior; en la terraza, una bicicleta de spinning donde hace ejercicios cada mañana, que combina con caminatas que disfruta. Compara con la vida metropolitana: “Acá te cruzás con gente y te saludás, es otro clima y calidad que se disfruta más que la urbanidad máxima”, indica a LA NACION.
Récord de conexiones
Así como en Cariló, también en la ciudad de Pinamar se mejoró la conectividad. Leandro Laudano, gerente Comercial de Telpin, confirma que desde el inicio de la pandemia se instalaron más de 3000 nuevas conexiones de internet –un crecimiento de 16%– en domicilios y comercios. “Esas son casas que antes no tenían servicios, ya sea porque son nuevas construcciones o por el cambio a un uso estable de esos hogares de temporada”, describe.
Destaca además la mejor calidad en la prestación, ya que lograron 100% de hogares con cableado de fibra óptica. “El 60% de las conexiones de internet están sobre la red de fibra óptica”, dice, sobre un servicio elemental en tiempos de home office.
Lo agradece Lorena Bassani, acostumbrada al trabajo online y sin oficina. Periodista y escritora, casi de un día para el otro se propuso vivir en la playa, desafío personal que expuso en sus redes sociales y en las que encontró un impulso que la trajo hasta estas costas. “No conocía la ciudad, llegué hace diez días y me enamoré de Pinamar”, sentencia, desde la mesa de un parador de Bunge y la costa.
“Venite a mi hogar”, le propuso una seguidora, que le alquiló un departamento tan cerca del centro como de la costa. Y así cambió su Barracas natal por esta aventura que recién empieza y espera que tenga mucho futuro por delante.
Aquí se prepara para escribir su cuarto libro y está decidida a quedarse. “Este lugar tiene una vibración hermosa, está limpio y lindo, y tiene un ambiente más que especial”, relata, tras estos primeros días de caminatas entre verdes y poca gente. “Enseguida me sentí como en casa”, confirma. Y deja un consejo desde la experiencia: “Uno se identifica con algo; fan de mi barrio, parece que uno nunca va a cambiar y un día hay un cambio, y no pasa nada”, reflexiona.
También la pandemia les dio un cachetazo a Sara Moricz y Federico Sierra, que vivían en Vicente López con sus hijos Lucía y Santiago, de 8 y 3 años. A él lo echaron tras diez años de trabajo en una empresa de autoelevadores y la decisión fue casi inmediata: “Nos vamos”, dijeron.
Le apuntaron a la casa de veraneo de padres y tíos, en Pinamar. Era una posibilidad para venir y probar. Se instalaron y con un poco de suerte pudieron comprar una propia en Valeria del Mar, donde residen y están felices.
Empezar de cero
“Vinimos a empezar de cero, una vida absolutamente nueva de punta a punta”, cuentan a LA NACION, sobre sus primeros pasos en un emprendimiento de sublimación en el que trabajan juntos. Empezaron hace unos meses en su domicilio y ahora están en busca de un local en el centro de Pinamar, decididos a darles vidriera a sus productos de Tienda Kiwi.
“La idea acá fue trabajar y poner todo, porque apuntamos a una mejor calidad de vida en un lugar distinto, mucho más amigable y con otras condiciones que todavía pueden ser mejores”, detalla Sara, que además consiguió trabajo como docente de marketing digital en una escuela municipal de formación profesional.
Quiso inscribir a su hija en alguno de los tres colegios privados que tiene Pinamar, pero no tuvo suerte: todos estaban completos. La chica por ahora cursa en la Escuela N° 5, pública. Y el varón sí pudo ingresar a un jardín de infantes particular. Con él están en medio de un tratamiento de salud que requiere cirugías: “Eso lo seguimos haciendo en Buenos Aires”, confirma.
Como en la mayoría de los restantes casos, este desembarco en Pinamar “no tiene pasaje de vuelta” y están decididos a construir un nuevo proyecto. El espíritu emprendedor les sopla como un viento a favor y tienen la convicción de que en el horizonte hay mucho nuevo y bueno por descubrir y explotar.
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