Bioprocesador: de director de cine y cervecero a creador de un desarrollo científico que sigue una tradición familiar de 500 años
Gracias a un legado de su abuelo, Federico D´Alvia Vegh busca reducir el enorme tamaño que implican los procesos de producción de alimentos y medicamentos
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En un contenedor de metal una célula se alimenta de azúcares a una temperatura adecuada, metaboliza lo que ingirió en dióxido de carbono y después en alcohol. El proceso de fermentación en el cilindro da por resultado una cerveza fresca. Desde chicos, Federico D´Alvia Vegh y su primo Juan Francisco Llamazares Vegh, quedaron fascinados y consideraron mágico el proceso artesanal de las levaduras que les enseñó su abuelo siguiendo una tradición familiar húngara que se remontaba a 1500.
Lo que empezó como el hobby entre primos de Quilmes de hacer su propia cerveza para compartir con amigos y familiares mutó en la idea de cultivar microorganismos a gran escala para producir alimentos y medicinas. Hoy el emprendimiento tecnológico que desarrollaron emplea a 110 científicos argentinos y proyecta ampliar la base a 250 para fin de año. Su objetivo es reducir un bioprocesador –que por lo general son fábricas industriales de varias hectáreas– al tamaño de un heladera. Con esa tecnología podrán fabricar carne, derivados vegetales y medicamentos desde un laboratorio.
“Nuestro abuelo nos enseñó a fabricar cerveza desde muy chicos y cuando te explican la fermentación y ves todo lo que sucede químicamente con las células en cuanto al metabolismo te parece la magia del mundo real. Quedamos fascinados con ese mundo. Empezamos como cerveceros artesanales por hobby. Buscamos diferentes tipos de levadura que en el país no se producían, para hacer cervezas de estilos especiales y empezamos a trabajar en el escalado de varias cepas”, dice a LA NACION D´Alvia Vegh.
Recursos
En 2013 con el boom de las cervecerías artesanales en la Argentina decidieron armar una planta chica para proveer variedades de levaduras a los nuevos cerveceros que estaban emergiendo en el negocio. “En el caso de la levadura, que es un microorganismo muy sencillo para trabajar, lo más barato que podíamos armar requería una inversión de 5 millones de dólares. Algo imposible para dos primos de Quilmes con recursos muy limitados”, relata D´Alvia Vegh sobre la razón por la que desistieron de avanzar con su propia planta de levaduras.
Los primos encontraron que la barrera de ingreso a la industria era muy grande, aun para cultivar un microorganismo tan simple como la levadura. En el caso del cultivo para procesos farmacéuticos, la muralla se agrandaba aún más toda vez que requería inversiones por encima de los 100 millones de dólares. Identificaron que al producirse los cultivos en fábricas industriales la manera de reducir los costos estaba en miniaturizar lo máximo posible esas estructuras.
D´Alvia Vegh explica que el cultivo de microorganismo se hace de la misma manera hace 100 años. Se utilizan fermentadores gigantes que tienen adentro hélices y propulsores. A eso se le agrega oxígeno y se le pone el medio de cultivo. Las fábricas pueden variar de tamaño pero que no bajan de una escala industrial. “Nunca cambió en todo ese tiempo la forma en la que escalamos los bioprocesos y eso es un problema”, dice.
Microfábrica
Luego agrega: “La primera aproximación para resolver este problema lo llamamos microfábrica, pero era básicamente la misma tecnología que se usa en una planta tradicional pero más chica. La segunda prueba, que fue la que se mantuvo hasta hoy fue el bioprocesador, con el que buscamos miniaturizar toda una planta biotecnológica industrial en una unidad que tiene el tamaño de una heladera”.
Un bioproceso es cualquier proceso que incluye una célula o una parte de ella para llegar a un producto. Todos los alimentos fermentados son bioprocesos y más del 30% de los alimentos conocidos por el hombre pasaron por un proceso de fermentación.
“En la actualidad es posible la producción de carne de base celular, y existen biomateriales para el desarrollo de telas y cueros a base de hongos, aunque los costos para producirlos son todavía elevados. Una hamburguesa de carne celular, que no se consigue en un mercado tradicional, cuesta a partir de los 100 dólares. Pero en el futuro todos los derivados materiales van a venir del escalado de bioprocesos como el bioplástico, biocuero, biomaderas, y los medicamentos”, dice D´Alvia Vegh.
Equipo
La idea de los primos fue receptada en el mundo científico y formaron Stämm. Desde 2018 a la fecha lograron conseguir inversiones por 20 millones de dólares para traducirla a un producto aplicable. Junto con el bioprocesador, elaboraron en simultáneo 17 proyectos diferentes en los que trabajan científicos argentinos. En la actualidad tienen patentada internacionalmente una impresora 3D que, según sostienen, imprime con el grado de precisión más pequeño en el mundo.
Cada vez más alejados de la cerveza, el desarrollo del bioprocesador cuenta hoy con una paleta profesional colorida que incluye ingenieros industriales; especialistas en microfluidica, células madres, robótica y redes neuronales; biólogos, biotecnólogos, químicos, doctores y técnicos en impresión 3D, entre otras profesiones.
“Para nosotros entrar a este mundo de científicos fue alucinante. Nuestro primer amor al mundo de los bioprocesos fue con la cerveza. Nunca llegamos a venderla porque no era nuestro fin, pero si queríamos mantener la tradición familiar de hacerla. Somos dos personas muy curiosas que venimos de otras especialidades. Yo estudié dirección de cine y mi carrera comercial la hice en hotelería y turismo. Mi primo estudió ingeniería agronómica”, relata D´Alvia Vegh.
En el proyecto tecnológico ya trabajan un centenar de científicos argentinos, una investigadora alemana, un español, y varios venezolanos y va en aumento los profesionales que buscan involucrarse. “El impacto en la humanidad va a ser gigante porque una planta industrial tradicional ocupa como mínimo una manzana , se tienen que instalar en un parque industrial y para estar operativa tiene que pasar de seis meses a un año. Esta tecnología va a funcionar para cualquier bioproceso, tiene el tamaño de una heladera y puede ser operado por una sola persona”, dice D´Alvia Vegh.
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