En la biblioteca Martín del Barco Centenera hay 30.000 libros encerrados bajo llave en estantes de madera de dos metros. Están recostados con un aire decorativo y ordenados por género con una clasificación decimal universal. El protagonismo de los grandes ejemplares parece deteriorado por las múltiples pantallas de las notebooks que hay en la sala. Los colores gastados de los diversos volúmenes contrastan con el amarillo y verde de los carteles de BA WI-FI gratuito y libre. Las únicas letras impresas que se observan sobre las mesas son fotocopias y apuntes de estudio.
En un rincón de la biblioteca, se escucha el murmullo de una discusión en portugués sobre la fecha de un parcial de química. Se trata de Marina (20) y Stephanie (21), dos jóvenes estudiantes brasileras que en marzo empezaron el CBC (Ciclo Básico en la Universidad de Buenos Aires) de la carrera de Medicina. Viven en una residencia cercana y hace dos semanas que asisten día de por medio para estudiar y navegar por Internet. Nunca se asociaron a la biblioteca, ni leyeron ningún libro de la sala.
Esta situación se repite en las 30 bibliotecas dependientes de la Ciudad de Buenos Aires, donde la cantidad de personas que consultan libros descendió un 41% entre 2006 y 2016. Sin embargo, cada vez son más los que eligen utilizar el espacio como centro de estudio y espacios de encuentro.
Javier Martínez, Director General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura de la Ciudad, explica que "la razón fundamental de esta reducción en la consulta y préstamo de libros tiene raíz en el cambio del paradigma, el rol y los servicios de la biblioteca en la era digital". Y revela que "se están convirtiendo en lugares dinámicos de encuentro, donde la gente utiliza los espacios para estudiar, trabajar, reunirse, o simplemente acercarse a una actividad que ofrece la biblioteca (taller, clínica, presentación, charla, curso). En una mismo espacio conviven, coexisten e interactúan distintos climas, acciones y actividades que suceden en simultáneo".
En la biblioteca José Marmol, situada en la calle Juramento del barrio de Belgrano, Andrés Bellido (33), un joven de Bahía Blanca becado por el CONICET, utiliza el segundo piso para estudiar filosofía. Los resaltadores naranjas y las hojas marcadas con notas adhesivas de color rosa decoran su mesa. Comparte el mate con su hermana Clara (17), una estudiante de Bioingeniería que aprovecha los lunes y miércoles que no tiene clase, para hacer tarea y ponerse al día con las materias.
"Vivo en un departamento súper chiquito, es difícil conseguir uno cómodo para estudiar porque es muy caro. Entonces vengo todos los días de lunes a viernes de 10 a 16:45h. Nunca consulté ningún libro de la biblioteca, pero lo importante es es el espacio. Y a mi hermana le pasa lo mismo. Ella vive en una residencia y todos los espacios son compartidos", cuenta Andrés.
Pero él no es el único. Entre los múltiples jóvenes con auriculares puestos y las manos pegadas en el teclado, está Guadalupe Ríos, una mujer adulta que concurre todos los días a la biblioteca para utilizar la computadora de escritorio que está abierta al público. Mientras el ventilador hace bailar su cabellera gris y rizada que le cuelga hasta la cintura, sus ojos azules se sumergen hipnotizados en la pantalla. Visita su página de Facebook, navega portales de neurociencia y disfruta del sol que ingresa por la ventana e irradia su piel lívida.
"Vengo siempre hace dos años, alrededor de las dos de la tarde, porque vivo acá a 7 cuadras y no tengo Internet en mi casa. Además, es muy saludable salir de la casa e interactuar en materia de conocimiento. Siempre viene una antropóloga, un abogado, muchos maestros y profesores o chicos que reciben apoyo escolar. El lugar no es un lujo, no tiene alfombras mullidas ni tampoco es muy confortable, pero es un foco importante de cultura e intercambio. Algunas veces cuando no vengo, la encargada me dice ‘te vamos a poner la falta roja’", declara Ríos entre risas.
José Marmol es la biblioteca más concurrida de toda la red. Custodia 24.338 volúmenes y es una de las pocas que tuvo un incremento en el número de consultas del 14%. Pero pese a la popularidad, el centro de su esplendor ya no parece estar en los ejemplares, sino en el gran patio de planta baja que está cubierto de enredaderas verdes e iluminado con manchas de luz que atraviesan las ramas. Las baldosas están tapadas por plantas que huyen de las macetas en busca de espacio para crecer. Al fondo, los bancos de cemento están ocupados por varios niños vestidos con uniforme escolar que conversan en un tono agudo y disfrutan de sus travesuras sin ningún rastro de lectura.
Esta tendencia decreciente en cantidad de lectores se replica en el número de obras consultadas en todas las bibliotecas de la Ciudad. La cantidad de ejemplares retirados o leídos en sala cayó un 30% en 2016, respecto a 2006 y en los primeros seis meses del año pasado se consultaron tan sólo 102.228 libros. Y si se observa el género de los pocos volúmenes que se leen, los de literatura lideran el ranking con un 35% de todas las consultas y le siguen los de historia y geografía con un 15%.
En diálogo con LA NACIÓN, Beatríz Paniagua, la encargada de la Biblioteca Martín del Barco Centenera, argumenta que a pesar de haber sufrido una caída del 48% en consultas de libros, las personas todavía eligen el espacio para estudiar, tomar un café, charlar en grupo, usar Internet o compartir mate. "Además ofrecemos orientación vocacional, visitas escolares con narradoras que les cuentan cuentos a los chicos, apoyo escolar, un taller de armado de juguetes reciclando materiales descartables y dos grupos literarios. Todas estas actividades motivan a la gente a formar parte", sostiene.
Algo similar ocurre en la Biblioteca Miguel Cané del barrio de Boedo, donde trabajó el histórico Jorge Luis Borges desde 1938 hasta febrero de 1945. Las imponentes y numerosas enciclopedias de tapa dura y sobrecubierta rota están apiladas de forma horizontal en dos estantes de hierro. Entre ellas aparecen los distintos tomos de la Enciclopedia Británica, conocida fuente de inspiración del escritor, que se destacan por tener el título dorado del lomo borrado y una cinta agregada que sostiene la encuadernación.
Las únicas personas en el recinto están sentadas en los viejos cubículos de madera iluminados con lámparas individuales verdes de cristal. Son siete individuos aislados del entorno e inmersos en sus computadoras personales. "Yo soy de Tucumán y a veces tengo que venir a Buenos Aires. Para seguir trabajando de lo que hago allá, me traigo la notebooky me concentro. Y no soy la única, veo mucha gente que viene y lo usa como espacio de co-working gratuito porque se puede tomar mate y el WI-FI funciona súper bien. Es un espacio cálido y ameno, pero que además tiene mucha historia", cuenta Florencia (34) mientras conecta el cable del cargador de su celular.
Algo similar opina el encargado del espacio, Osvaldo Ponce, que si bien reconoce la baja en número de consultas del 57%, se entusiasma por la cantidad de personas que se acercan para recorrer el espacio dedicado a Borges y que se instalan todo el día para trabajar y estudiar. "El tema de Internet pegó fuerte, hubo una baja en lectores. Pero siempre estoy acompañado. Viene mucha gente. Hay muchos extranjeros estudiando, bolivianos, colombianos, venezolanos que aprovechan a fondo el espacio. Además, algunas escuelas del barrio vienen a hacer un recorrido. Formación de usuario se llama. Los chicos preguntan, son muy inquietos", explica.
La biblioteca del futuro
La biblioteca ubicada en el barrio de Villa Crespo y conocida como Casa de la Lectura es la única de la red que fue renovada integralmente con el fin de adaptarse al nuevo paradigma. Es el único espacio creado y pensado para satisfacer las necesidades de los lectores 2.0.
Al respecto, Javier Martínez, Director General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura de la Ciudad, sostiene que "es un espacio de acceso a la información en general y un punto de encuentro cultural para las distintas generaciones -asiste gente de todas las edades y clase social- donde cambian las maneras y las formas tradicionales de circulación del saber y la información, en donde coexisten distintos climas y espacios de manera simultánea: gente que se acerca a estudiar, reuniones de trabajo, reuniones de estudio, un espacio infantil lúdico, que no solo tiene libros para chicos sino también pantallas interactivas y táctiles con trivias de libros".
Se trata de una propuesta innovadora pensada como un lugar de confort para la lectura y el disfrute, "una simple extensión del living de tu casa". Entre sus aspectos distintivos aparecen múltiples mesas de co-working, escritorios compartidos con más de seis computadoras, máquinas expendedoras de café, frutas y otros snacks saludables que permiten pagar con la tarjeta SUBE, un extenso jardín de lectura, un hall de exposiciones de pintura y un auditorio con la última tecnología.
Desde su renovación, asisten 4500 personas por mes y su variada programación destinada a todos los públicos facilita la convocatoria. Entre ellas aparece lecturas a micrófono abierto, teatro leído o semi-montado sobre nuevas dramaturgias, performances musicales, recitales de poesía y presentación de películas basadas en literatura.
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