Reapertura. El histórico bar a 100 km de la Ciudad que reavivó a todo un pueblo
SAN ANTONIO DE ARECO.- "No debe ser fácil estar en los zapatos de los jóvenes de la ciudad de Buenos Aires, encerrados sin poder salir al bar", afirma Mariano Güiraldes, desde una de las mesas del histórico Bar Bessonart, en San Antonio de Areco, pueblo de profunda tradición gauchesca, a tan solo 100 kilómetros del obelisco. Con las recientes medidas de flexibilización municipales, este y todos los de este pueblo reabrieron, incluidos restaurantes y pizzerías.
"Somos una parte fundamental de la sociedad, acá la gente viene a encontrarse", sostiene Augusto Bessonart, tercera generación detrás del mostrador. Bajo un estricto protocolo, en la vereda y dentro del salón, los brindis y las sonrisas volvieron a dar vida a este bar con 200 años de historia.
"Fueron meses muy tristes", resume el bolichero. Areco, acostumbrado a recibir miles de turistas los fines de semana, desde marzo tiene sus calles vacías. Solo se puede ingresar al pueblo por la entrada principal, luego de pasar los controles policiales (escanean el QR de la app Cuidar y toman la temperatura). Los demás accesos están amurallados con tierra y piedras.
"Esperamos este día, nuestra tradición es vernos en el bar", sostiene Bessonart. Las viejas esquinas criollas, alrededor de la tradicional plaza, con sus calles adoquinadas, volvieron a abrir y los vecinos rápidamente regresaron a su rutina perdida por la pandemia. "Estamos todos contentos, el humor social cambió", sintetiza.
"Abrimos para hacer las cosas bien, nadie quiere que el bar cierre", afirma. El protocolo que se aplica es sencillo. Un inspector municipal determina la cantidad de mesas que pueden ser ocupadas. En cada una no más de cuatro personas. En el caso de Bessonart, de las 20 mesas que usualmente tenía, solo le habilitaron que trabaje con ocho en el interior, y en la vereda, una por cada dos metros. Todas aquellas personas que ingresan deben escribir en un cuaderno, nombre, apellido, DNI y dejar un teléfono de contacto. "Todos tienen que estar sentados, no se permite que estén parados", especifica Bessonart. En el interior nadie tiene barbijo, las camareras, sí.
"La gente necesita esparcimiento y respeta mucho, pero el problema está en el mostrador", asegura. El bar es frecuentado por clientes con códigos camperos y no acostumbran a sentarse. "Tengo clientes que jamás se han sentado y hemos tenido que decirles que el mostrador está prohibido", aclara. La predilección por este mueble icónico es manifiesta, pero las ganas de volver a disfrutar de las charlas es más fuerte. "Tenemos un cliente de 70 años, que jamás se sentó, y ahora lo hace", agrega Bessonart.
Algo peculiar pasa aquí, jóvenes: adultos y ancianos se mezclan en un grupo humano alegre, donde se intercambian historias. La identidad de Areco respira en estas mesas.
El domingo por la tarde es el momento elegido para el encuentro. Antes de la pandemia, había alrededor de 100 personas, mínimo, en el bar. Con el nuevo protocolo, solo pueden estar 32, todas sentadas. Sumando los que están en las mesas ubicadas en la vereda, son alrededor de 60. Algunos entran y preguntan si hay lugar, si la respuesta es negativa, regresan más tarde.
"Todos respetan, dan una vuelta, o van a otro bar y regresan", sostiene Bessonart. Los inspectores suelen aparecer en algún momento de la noche para controlar. "Desde que abrimos, el humor en la calle ha cambiado, la gente está más contenta", reflexiona.
Almacén de ramos generales
El Bar de Bessonart fue almacén de ramos generales con despacho de bebidas hasta 2008. Desde aquí salían carruajes con mercadería que llevaban provisiones a las estancias. Tiene 200 años, y sus pergaminos revisten histórica importancia. Allí solía parar un gaucho llamado Segundo Ramírez que hablaba con Ricardo Güiraldes, que también frecuentaba el boliche. El escritor tuvo un modelo perfecto para la novela que estaba escribiendo: este gaucho pasó a la historia como Don Segundo Sombra. Carlos Gardel, cuando visitó la estancia La Porteña (de la familia Güiraldes), no se resistió y fue al bar. En las mesas se lo oyó cantar al zorzal criollo.
Desde 1951 lo atiende la familia Bessonart. Coco, el padre de Augusto, llevaba pedidos a los clientes en el pueblo. "Le tenían tanta confianza que le daban las llaves de las casas, y les dejaba la provista en las alacenas", afirma su hijo, con orgullo. Desde los 18 años atiende el bar. Cuando murió su padre recibió el legado. Hoy, su hijo Evaristo lo ayuda detrás del mostrador. Tiene 16 años, es cuarta generación. "Desde que tengo memoria estoy en acá, no se puede morir nunca el bar", sostiene.
La reapertura fue épica. Una pequeña gesta ganada. "Era un pueblo fantasma, desde que abrimos volvió la vida", afirma el menor de los Bessonart. Sin mostrar quejas, desde temprano los que entraban anotaban sus datos personales en el cuaderno. Un grupo de 12 amigas, de unos 25 años en promedio, tuvieron que sentarse en tres mesas. "Nos vamos rotando para charlar entre todas", afirma Daiana Segura.
"Los primeros tiempos no salíamos, pero cuando se flexibilizó la cuarentena nos empezamos a juntar", dice Ailén Szok.
La tradición marca que el mismo día que se cumple 18 años, ya se pueden ir al Bar Bessonart. La ceremonia se respeta con marcial compromiso. En San Antonio de Areco, se toman muy en serio esto. "Nos cuesta sentarnos, nuestro lugar era el mostrador, pero aceptamos las reglas", afirma Bernardo Suppicich.
"Sabemos que en la ciudad de Buenos Aires no pueden hacer esto, debe ser muy difícil estar encerrado", confirma Mariano Güiraldes, sus antepasados frecuentan Bessonart desde hace dos siglos. Desde los 18 años, cumple con el mandato social de venir aquí. "Hay que sacarse el sombrero por ellos, los tocó una mala", agrega Guido Ponti, desde la mesa vecina.
Todos los bares y restaurantes habilitados solo pueden ser ocupados por vecinos de Areco y del Distrito. "Un fin de semana normal, teníamos tres turnos de almuerzo", sostiene Daniela Lencina, camarera de "Almacén de Ramos Generales", uno de los comedores más elegidos por el turismo. Diez mesas están habilitadas. Solo tres ocupadas al mediodía del domingo. La crisis impactó muy fuerte en hoteles y posadas, el hotel "Agro" (a una cuadra de la plaza) se reinventó en una verdulería, el hall y el espacio para desayunar ahora es ocupado por verdura y fruta.
"Mucha gente se quedó sin trabajo", sostiene Ángeles Lynch, reconocida artista plástica de Areco, al referirse a las consecuencias de prohibición de ingreso de turistas. Pinta temas rurales. Expuso en el Louvre. Los visitantes iban a su atelier a buscar sus obras. "Ahora con internet llego a más público", sostiene.
Los fines de semana el turismo de cercanía llenaba la costanera del río Areco, los negocios de platería y artículos gauchescos, para ir comer en algunos de los restaurantes que hoy están vacíos había que hacer largas colas. "Ahora volvió la tranquilidad. Hasta el río está más limpio. Disfrutamos más el pueblo", agrega. "El río tiene otro color, volvimos a nuestros ruidos naturales", sintetiza.
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