“Bendice al niño Gail”
–Señora, por favor: el nombre, no el apellido.
–Ese es mi nombre.
Silencio y cara de desconcierto.
–Usted es la secretaria del Sr. Gail?
–No, yo soy Gail.
Otra vez desconcierto.
Estoy acostumbrada, o resignada, a diálogos parecidos a ese. Cada vez que me preguntan el nombre, me preparo para una larga explicación. ¿Cómo se escribe? ¿Tiene traducción? ¿Qué significa? Y mucho peor: el tan temido ¿cómo se pronuncia?
Dependiendo del tiempo del que dispongo, recurro a una de dos versiones. La pronunciación correcta, en inglés, que para muchos puede resultar un trabalenguas: algo así como “Gueeeal”. Y la “adaptada”, en español: “Gueil”.
No son pocos los que directamente hacen malabares para evitar llamarme por el nombre. Los entiendo: a mis propios hijos les costó años aprender a pronunciarlo. Fue mi padre, un británico que se radicó en la Argentina a los 19 años, el que decidió camino al registro civil, literalmente, “traicionar” a mi madre e invertir el orden de los nombres que habían acordado. Pero tampoco hubiese ayudado mucho al revés: mi segundo nombre es Lorraine. No Lorena, Lorraine.
De alguna manera, mi vida estuvo marcada por mi nombre. Cuando me bautizaron, allá lejos y hace tiempo, mis padres cruzaron miradas de confusión cuando el cura, al salpicar mi cabeza con el agua bendita, dijo: “Bendice al niño Gail”.
Y en la facultad, poco después del fin de la Guerra de las Malvinas, tuve una compañera que incluso llegó a proponerme, ante toda la clase, que me cambiara el nombre para no ser “vendepatrias”.
Más adelante, en una oportunidad llegué a Ezeiza en un viaje de invitación para periodistas y los organizadores tenían todo arreglado para que compartiera habitación... con un hombre. Apenas podían disimular su desesperación para cambiar las reservas.
Cuando me casé, en el registro civil toda la sala estalló en carcajadas cuando el juez de paz luchaba con mis dos nombres y mi apellido... ¡y con los cuatro nombres de mi marido!
El buscador de nombres que publicó la web oficial https://nombres.datos.gob.ar/#seccion2 explica con claridad por qué tanto desconcierto cuando digo el mío: desde 1922 hubo solamente nueve Gails en la Argentina. Yo no conozco ninguna.
Pero no me quejo. Podría haber sido mucho peor: me podrían haber puesto Aoife o Saoirse, los dos nombres en inglés votados este año como los más difíciles de pronunciar. Mis amigos en el trabajo ya hace años cortaron por lo sano: soy Gala Lorena. A secas.
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