Belén López Peiró anhelaba que llegara el verano para instalarse en la casa de sus tíos. Ese idilio suponía amigas, pileta y tardes con helado que parecían eternas en las calles de Santa Lucía, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Cuando el sol ya no alumbraba, la oscuridad se cernía sobre su cuerpo. Su tío, el marido de la hermana de su mamá, entraba en su habitación y abusaba de ella . Desde los 13 a los 16 años, esta adolescente en plena etapa de crecimiento atravesó varios episodios que la marcaron a fuego y, diez años después, encontró en su vocación, la escritura, un modo de hacer justicia por mano propia y, principalmente, sanar.
Por qué volvías cada verano es un libro que viene a cerrar un círculo. La pregunta del título alude al cuestionamiento que reciben la mayoría de las víctimas de abuso y que se puede trasladar a muchos otros casos: "¿Por qué no se lo contaste a nadie?, ¿por qué volvías a trabajar todas las mañanas?, ¿por qué no dejaste de usar escote si sabías que lo provocabas?". Mientras la causa penal avanzaba en cámara lenta, un taller de escritura creativa la impulsó a escribir sobre su identidad. Primero, hojas sueltas, voces sin un hilo conductor: su mamá, su papá, su hermano, su tía, su tío, sus primas, su exnovio, la psicóloga, la propia. Después, un libro polifónico que compila todas esas voces y que, intercalado con el lenguaje distante y frío que imprime el expediente judicial, entreteje una trama llena de sentido que deja al descubierto la red de impunidad que protege al victimario, su tío.
Este comisario de la bonaerense llenaba todos los casilleros para pasar por un "buen hombre de familia". Era carismático, jodón, solidario, sus vecinos y su familia lo respetaban. Sin embargo, el arma reglamentaria estaba siempre a la vista. Apoyada sobre un armario, sobre una mesada, todos sabían dónde estaba y, años más tarde, Belén se dio cuenta de que aunque él nunca la amenazó con palabras, esa pistola estaba al acecho, lista para arremeter contra ella. En una entrevista con LA NACION, Belén López Peiró cuenta cómo fue el proceso de escritura del libro, qué significó para ella y en qué estado está la causa penal que inició hace 4 años.
Un libro sobre la identidad
-¿Cómo describirías por qué volvias cada verano?
-Por que volvías cada verano es un libro de no ficción. Es un hecho verídico con herramientas de la literatura. Narra una situación de abuso a través de múltiples voces. No es solo mi voz y la voz del abusador, sino también la de mi mamá, mi papá, mi hermano, mis primas, la ginecóloga, la psicóloga, la Justicia. Todas juntas arman un entramado progresivo que narra esta situación y lo que hace es ponerle toda la información al lector, no le dice exactamente quién es quién. Es un poco cronológico pero tampoco exacto. Representa el pensamiento de una chica que sufrió abuso.
-¿Los diálogos son interpretaciones tuyas o los reconstruiste mediante recuerdos?
-Hay de los dos. Hay diálogos que tuve de verdad y hay otros que traté de reconstruir. Hay muchos que son cosas mías, que quizás no relatan el hecho pero son reflexiones personales. Lo que traté de hacer fue alejarme de mí misma para dejar de justificar y dejar hablar a las personas. Fue un trabajo difícil porque es algo que a mí me atraviesa de todas las maneras posibles. Voy a un taller con Gabriela Cabezón Cámara (escritora argentina de ficción) y ella fue quien me acompañó desde el primer día junto con otras dos compañera del taller, Carolina Cobelo y Victoria Baigorri. Entre las tres me ayudaron a armar textos que fueron puros y también duros, para que cuando vos los leas te sientas golpeada. Que te impacten. Y me parece que para que puedan tener esa dureza, esa fuerza, yo tenía que correrme de ahí. Uso bastantes palabras que suenan fuertes. La crudeza de los relatos era parte de no suavizarlo, porque hubiera significado justificarlo.
-¿Cómo se te ocurrió escribir el libro?
-En el marco del taller, a Gabi le llegó un mail de las Abuelas de Plaza de Mayo que estaban armando una antología para jóvenes, relatos de autores inéditos que hablaran sobre lo que para ellos era identidad. Yo llegué a mi casa, me senté y escribí. Quise escribir lo que para mí era identidad y lo primero que me salió fue el relato en el que narro el abuso, el primero que transcurre acá, en Buenos Aires.
-¿Era la primera vez que ponías en palabras lo que te había pasado?
-Sí. Ante la propuesta de hablar de identidad no podía hablar de lo que era yo si no hablaba de esto. Lo mandé a Abuelas y me dijeron que no que era una antología para adolescentes y mi lenguaje excedía su propuesta, entonces lo llevé al taller y Gabi me dijo: "Dejá todo lo que estés haciendo y escribí esto". Cuando volví a mi casa, lo primero que me salió fue otra voz, la de mi tía. Ahí me di cuenta de que mi voz no podía entenderse sin un contexto y de que era trasladable a todas las situaciones de violencia. Un abuso, una violación, no se puede dar sin un contexto, más que nada porque la mayoría suelen ser intrafamiliares y la vulnerabilidad, la sensación de ahogo física y emocional, no podía transmitirse solamente con mi voz.
-¿Tenías pensado escribir sobre esto?
-No, no tenía nada pensado. Al taller de escritura fui para jugar. Siempre trabajé como periodista y comunicadora, son las dos carreras que estudié. Al taller fui porque siempre me gustó escribir. No es algo que haya planeado pero, ahora que lo veo con más perspectiva, era un inicio en la escritura y en la literatura que ameritaba y me parecía necesario, por mí, y por las demás chicas. Siento que es lo que me decidió a publicarlo después, porque una cosa es leerlo y escribirlo en un taller íntimo, y otra cosa es abrirlo al público, hacer público un evento privado.
-¿Qué instancias fuiste atravesando en el proceso de escritura?
-Lo fui escribiendo a medida que me iban atravesando otras cosas, la causa seguía adelante, mi familia sigue estando conmigo. Cuando decidí contar esta historia, empezó a ser una catarata. De pronto escribía 20, 30 voces por taller. Era una sensación de no poder parar, de verborragia, de un vómito, como si hubiese sacado algo de adentro mío y cuando lo saqué sentí un alivio. Creo que eso fue lo más beneficioso y eso tiene la escritura. Que a veces vas ahí a purgar.
Yo no creía en mi proyecto hasta que Gabriela me dio la fuerza para creerlo y también tiene que ver con un empoderamiento, con no verme víctima sino transformar esa característica de "estar dañada" en un poder. Cuando te das cuenta de que podés transformar ese dolor en una obra de arte ahí te empoderás. Relatar todas esas voces, para mí, fue cerrar un círculo.
-Y en el momento de la publicación, ¿te preocupó la repercusión que iba a tener en tu familia?
-Sí. A veces trato de decir "yo lucho" y "yo puedo" y la realidad es que no siempre es así. Me siguen pasando un montón de cosas y la publicación del libro me generó incertidumbre, porque si bien a mi papá, mi mamá y mi hermano les había contado lo que había vivido con el mayor nivel de detalle que pude, la crudeza del texto era otra, y también porque en el momento me costaba un montón decir exactamente lo que había sentido, la sensación del cuerpo expropiado, del ahogo cuando tenés el cuerpo de otra persona encima, cuando te tocan sin tu permiso. Todo eso que pude formularme de grande y en papel, jamás había podido formularlo en palabras delante de ellos. Por otro lado, a la presentación fueron mi familia y mis amigos y recién ahí me di cuenta de que no tenía por qué protegerlos de mi dolor.
La víctima no es víctima para siempre
-¿En qué momento te reconociste víctima de abuso?
-A Santa Lucía fui toda mi vida porque mi mamá es de allá, tenía a mis abuelas, mis primas, mis tíos, todo. Acá (en Capital) vivía en un departamento, entonces todos los veranos me iba al pueblo de mi familia. Mi mamá y mi papá tenían que trabajar en el verano y yo me quedaba en lo de mis tíos. Esto transcurrió entre los 13 y los 16 años. El último episodio fue en Buenos Aires, a los 16.
A los 16 ya me molestaba y no podía más, pero no asociaba la tristeza, la dificultad para las relaciones sexuales con esto que me venía pasando. Después yo estuve de novia desde los 16 hasta los 23 con un chico de Santa Lucía. Yo no quería ir más ahí y no podía explicárselo a mi mamá. Primero hice un intercambio en EE.UU. a los 18 años. A los 19 años estaba trabajando como periodista y decía que no podía viajar, trataba de evitarlo lo más posible, hasta que hubo un momento en el que a los 20, 21, me di cuenta de que no podía verlo. Cuando iba a Santa Lucía dormía en lo de mi novio.
-¿Nadie lo sabía hasta ese momento?
-No, nadie. Llegó un momento en el que hubo una reunión, en la que vinieron a mi casa acá, en Buenos Aires. Estaba mi mamá con su pareja y vinieron mi tío y mi tía de Santa Lucía, yo volví de trabajar y dije que me iba a cambiar. Cuando los voy a saludar, primero saludé a la pareja de mi mamá y saludé a mi tío. Él vio como mi tío me miraba el culo. Yo obviamente no registré nada de esto y a los días se lo cuenta a mi mamá y la sorprendió para mal. Al otro día me lo preguntó a mí y yo no lo había puesto nunca en palabras, entonces me largué a llorar. Le dije "esto queda entre nosotras", pero no le pude decir que me había pasado algo. Esa fue la primera vez en la que me hicieron la pregunta y yo empezaba a reconocerme víctima. Tenía 21.
-¿A tu hermano fue a la primera persona a la que le contaste todo?
-Sí, se lo conté más precisamente con palabras. A mi mamá le dije que algo había pasado. Yo no la dejé indagar. Me dolió mucho la pregunta y no podía responderle algo preciso porque ni yo sabía qué me había hecho. Hasta que no le ponés un orden, eran como imágenes sueltas. Al primero que le formulé más específicamente lo que me había pasado porque pudo preguntármelo con entereza fue a mi hermano Eduardo. Tiene 7 años más que yo.
-¿Sos muy cercana a tu hermano?
-Súper. Para él mi tío también era como un padre. Yo sabía que él iba a entender el porqué de esta contradicción. Cómo alguien que querés tanto puede hacerte tanto mal. Y entender que me pasaba esto pero mis veranos en Santa Lucía también eran lindos. Yo tuve una infancia en la que podía ir a la heladería hasta cualquier hora, podía jugar con mis primas, ir a la pileta con mis amigas, cosas que quizás acá me hubiesen costado más. Además, él tiene mucha sensibilidad y, algo fundamental: tanto de él, como de mi mamá y de mi papá es que en ningún momento dudaron ni una sola vez. Y en eso tengo muchísima suerte.
-¿En algún momento te enojaste con ellos porque no lo detectaron?
-Sí. Fue un proceso muy doloroso. Una vez que yo pude decir lo que había pasado con mi tío, al principio me costó mucho con él, con mi tía, pero después entendí que también había algo que me había pasado por ciertas ausencias de mis papás o cierto exceso de confianza. Después entendí que era lo que en su momento pudieron hacer. Fue un primer momento de enojo, de rabia, de putearlos, llorar, putearlos, llorar, llorar, llorar, que me pidieran perdón. Yo creo que para ellos no fue nada fácil. Se ocuparon mucho de mí, me acompañaron a declarar. Más adelante entendí que culpable hay uno y es él. Ausencias hubo. Hay todo un entramado familiar que da lugar a esto, pero me parece que lo más importante es el quiebre que hubo ese día en el que yo dije lo que me había pasado y que a partir de ese momento ellos fueron incondicionales conmigo.
-¿Los perdonaste?
-Sí. De hecho, a él tampoco le guardo rencor. Obviamente quiero que tenga sus consecuencias, pero no por él, sino por las otras chicas que están alrededor de él, porque si un día vuelve a ir una piba a jugar a su casa y se queda a dormir porque él sigue viviendo en el pueblo quisiera que no tenga acceso a menores.
-Está el papel del "buen hombre" en un pueblo chico también…
-Sí. Era padre de familia, comisario de la Provincia de Buenos Aires, participaba de la comisión directiva del club, en Cáritas del pueblo, era carismático. Yo lo adoraba, en el sentido de que a mí me hacía divertir. Entendía lo que pasaba con los demás, pero también tiene la otra cara, que es toda la parte del poder que ejerce sobre las mujeres que tiene a su alrededor. Lo que me parece que tiene el libro es que relata mi caso pero es trasladable a muchos más, es lo que más pasa esto del "buen hombre" en un sistema patriarcal, principalmente en un pueblo, es común. Como él hay millones en la Argentina.
-¿Qué simbolizaba el "arma sobre la mesa"? Es una imagen muy recurrente en el libro.
-Era muy importante. El nunca me amenazó, pero sí estaba el arma sobre la mesa, arriba del armario, en la mesita de luz. Un policía no puede dejar el arma al alcance. Una vez me preguntaron: "¿te amenazó?" y dije que no, pero yo sentía miedo. Y después pensé "claro, cómo no lo voy a sentir si yo supe a cada momento, en cada situación en que me estaba abusando, dónde estaba su arma". Eso es una forma de ejercer violencia. No solo conmigo, con su mujer y su hija también.
-En un momento decís que cada vez que él abusaba de vos se iba una parte tuya con él, que el dolor posterior al abuso era peor porque sabías que iba a volver, ¿qué sentiste todo ese tiempo que no hablabas con nadie y sabías que él podía volver a abusar de vos?
-Ese texto habla de cómo con la violencia te rompen. Cuando hablo de que una parte de mí se iba con él es como que el cuerpo es expropiado. Sentir cómo me apoyaba o me tocaba, ahí sentía que esa parte del cuerpo ya no era mía. Fue un poco la sensación que quise transmitir, y eso de que se iba y no sabía cuándo iba a ser la próxima vez, pero sabía que podía volver a pasar, y quizás era mucho más el dolor que sentía después a que sentía mientras se estaba dando la situación. Cuando estás sola, tenés ese cuerpo dañado, con tantas carencias, esa era la parte más dolorosa y lo que más tuve que tratar de grande como mujer. La vida sexual y amorosa, volver a confiar en alguien, poder permitir que te toquen sin sentir que estás entregando tu cuerpo, sino poder disfrutarlo sin dolor, todo eso es un proceso que es paso a paso y que se va haciendo con el tiempo pero es totalmente sanador. Es fundamental, primero, recobrar el dominio sobre el cuerpo. Cuando te reconocés víctima, aceptás lo que te pasó, lo contás a tu familia. El segundo paso es salir de ahí. Y el tercero, si querés, es empoderarte. Por lo menos mi camino fue así.
-¿En algún momento él reconoció lo que hizo?
-No, jamás. Yo nunca volví a hablar. Viajé al pueblo y les conté a cada uno lo que había vivido y les di a ellos la posibilidad de decidir qué querían hacer. Ahí hubo una situación extraña con mi prima más grande, que se llama Sofía, en la que me dio a entender que ella me entendía más que cualquiera. Por lo general nunca suele haber una sola víctima, mirá si le pasó a ella o a cualquier otra mujer antes que a mí. Si ellas hubiesen hablado a mí esto no me pasaba. Sentí que no me quedaba otra opción que hablarlo y fue el puntapié para hacer la denuncia.
"Es una justicia ya ganada"
-¿Cómo fue el proceso judicial una vez que denunciaste penalmente?
-El problema fue que presenté la denuncia acá porque el último episodio, el más grave, fue en Capital Federal y, como él es comisario de la Provincia, sentía que Capital era más mío. La denuncia la escribí yo. La ratificación duró 8 horas en Capital. Después me llamaron para declarar otra vez y ahí se decidió el traslado a San Pedro. Volví a viajar a San Pedro y a declarar frente al fiscal. Después me llamaron para la pericia psicológica y en la pericia tenés que repetir todo lo mismo.
-¿Sentís que la Justicia te revictimizó?
-Te revictimizan cuando te hacen repetir mil veces y explicar una y otra vez por qué estás ahí parada haciendo la denuncia. Presenté la denuncia en 2014, estamos a 2018 y recién ahora se presentó la elevación a juicio, que puede ser el año que viene o el otro, si es que hay juicio. Acá viene a jugar un rol especial el libro. Cuando me di cuenta de que yo había hecho todo lo que tenía a mi alcance: declaré, la pericia, escribí la denuncia. Ya no podía hacer más. Y esa justicia seguía sin depender de mí. Hay otra persona, sea un juez o un fiscal que decide por mí. En cambio, el libro era una justicia personal que sí dependía de mí. Fue una manera de poner las cosas en su lugar y también que la justicia haga algo para que no vuelva a pasar con otras mujeres. Y no solo a las mujeres que lo rodean a él, sino también al resto de las mujeres. Me llegaron un montón de mensajes desde que publiqué el libro. De mujeres que era la primera vez que podían reconocerse víctimas, de ciertos abusos o acosos, de mujeres que cuando leyeron el libro se animaron a hablar con su mamá. Va más allá de mi situación, es una justicia ya ganada.
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