Beatriz Guido, recordada y querida
Una presencia que se mantiene
"Mi única virtud es lograr que las personas sean felices a mi lado."
María Esther Vázquez recordó esa frase que Beatriz Guido le dijo alguna vez, al evocarla, generosa, imaginativa, fantasiosa pero no frívola, en un acto organizado por el Gobierno de la Ciudad en la Casa de la Cultura, Avenida de Mayo 575.
Los asistentes, que llenaron el Salón Dorado del ex edificio del diario La Prensa en una tarde de intenso calor, pudieron ver un video preparado por Manuel Antín y alumnos de la Universidad del Cine, con pedazos de películas de Leopoldo Torre Nilsson inspiradas en sus novelas.
Luego, Soledad Silveyra leyó un texto en el que la autora de "La casa del ángel" habla en primera persona, perteneciente a una obra de Federico González del Pino y Federico Masllorens.
Novelista precursora
María Sáenz Quesada dijo que los caminos de los libros son misteriosos y que hoy resulta difícil encontrar ejemplares de escritoras de gran éxito como Marta Lynch, Silvina Bullrich y Beatriz Guido.
Pero señaló: "Pronto nos daremos cuenta de la tremenda actualidad de su vida". Y recordó que cultivó la novela histórica -un género en boga hoy- sobre hechos recientes. Elogió su alegría de vivir, su capacidad para burlarse de sí misma, "su sentido de la vida como una gran broma".
Magdalena Ruiz Guiñazú la evocó como "un ser fascinante", que mezclaba la realidad y la ficción. La conoció en 1954 cuando Beatriz había ganado el premio Emecé y ella le hizo una nota para la revista Esto Es.
Rescató su grandeza de alma y su lealtad hacia Torre Nilsson, que le hizo no escatimar recursos para hacerlo atender por los mejores médicos.
Teresa de Anchorena representó al jefe del Gobierno, Fernando de la Rúa, y Manuel Antín dijo que Beatriz querría un recuerdo sonriente.
María Esther Vázquez dijo que era generosa hasta la excentricidad y que inventaba fábulas. "La cosa más increíble la hacía parecer creíble".
Una vez, en un reportaje, María Esther Vázquez le preguntó: "¿Qué te gusta más?". "Que me quieran", contestó. "Hoy todos nosotros la seguimos queriendo", concluyó.
Una presencia que se mantiene
Beatriz Guido nunca será una memoria. Tuvo vocación y apuro de presente, y nadie podrá incorporarla en la historia pasada. Su renaciente literatura, la constancia de las imágenes cinematográficas que creó Leopoldo Torre Nilsson sobre sus textos y los incontables homenajes de amigos y de funcionarios impiden que aquella afónica velocidad de Beatriz se convierta en olvido.
Beatriz llegó a Buenos Aires desde Rosario, pero estableció el doble fondo de su impulso imaginario en un dibujo porteño que pocos sociólogos retrataron con la veracidad simbólica de la autora de "El incendio y las vísperas".
Alguna vieja película, "Días de odio" -versión del relato "Emma Zunz", de Jorge Luis Borges-, trae su imagen tímida, sentada al lado de Borges en un cafetín, en cierto fotograma fugaz de aquella primera realización de Torre Nilsson. Ese fue el primer homenaje. Poco después, Nilsson le declaró un amor que, como el de los poetas, fue más allá de la muerte.
Beatriz siempre vuelve, dueña de anécdotas imborrables, apegada a un mundo familiar de delirante cordura, al que sus amigos recurren con holgada generosidad cada vez que pasa por las conversaciones.
Beatriz era insólita y casual, como distraída, aunque no se le escapaba el vuelo de un insecto, porque inmediatamente lo llenaba de esa doble dimensión maravillosa, un hato de misterio, que habitaba su consecuente fantasía.
De esa fuente bebieron Leopoldo Torre Nilsson y Fernando Ayala, el primero en buen número de películas, el segundo en una de las mejores obras fílmicas nacionales de los años sesenta, "Paula cautiva". Mucho después, durante la dictadura, Manuel Antín se atrevió con la aventura cinegética de birladores de ciervos (y de cabezas humanas) en el sur argentino.
El mundo imaginario de Beatriz Guido quedó impreso en piezas literarias, cuentos y novelas, testigos de un presente duro y no ajeno, aunque situaba la acción en el pasado de la historia argentina y en la memoria incierta de sus personajes, sobre todo en la edad del descubrimiento del sexo como sometimiento al pecado, en las niñas o casi adolescentes.
"La casa del ángel", en el primer lustro de los cincuenta, dibuja y califica la decadencia espiritual y física de la burguesía porteña en tiempos de cerrazón social, negación política e invasión de los caracteres por interesados y oportunistas.
"Fin de fiesta", "La caída", "El secuestrador", "Piel de verano", "El incendio y las vísperas", son otros sensatos ingresos de la literatura de Beatriz Guido en la insensatez argentina de políticos ambiciosos, en la convivencia desesperada de la mala vida y en la ausencia de un orden rector donde aferrarse en el momento de entregarse al precipicio.
Su vida y obra
- Datos biográficos: nació en Rosario el 13 de diciembre de 1924 y murió en Madrid el 4 de marzo de 1988.
- Sus novelas: "La casa del ángel" (1954, 1er. premio Emecé), "La caída" (1956), "Fin de fiesta" (1958), "La mano en la trampa" (1961), "El incendio y las vísperas" (1964), "Escándalos y soledades" (1970), "El ojo único de la ballena" (1971), "Carta abierta a una madre" (1973), "Los insomnes" (1973), "Piedra libre" (1976), "¿Quién le teme a mis temas?" (1977), "La invitación" (1978), "Apasionados" (1982, premio nacional de literatura) y "Rojo sobre rojo" (1987).