Se realizan sobrevuelos de fotoidentificación, monitoreos e implantes de rastreadores satelitales para saber más sobre su comportamiento
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PUERTO MADRYN.- La atracción hacia las ballenas fue instantánea y su vida tomó un rumbo inesperado. Dejó su profesión de ingeniera agrónoma para abocarse de lleno a investigar y ayudar a preservar a la ballena franca austral. Hace casi 30 años que Roxana Schteinbarg se despierta y se acuesta pensando en las ballenas que cada año llegan hasta las aguas del golfo Nuevo y el golfo San José, en Chubut, para aparearse y parir a sus crías. Es una de las fundadoras del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), que se encarga, entre otras cosas, de hacer identificación de los ejemplares que nadan a estas latitudes.
“Vinimos como turistas a ver ballenas con mi marido, conocimos al grupo de investigación que lideraba el norteamericano Roger Payne, nos fascinó y nos sumamos como voluntarios. Unos años después nos dimos cuenta que era importante tener una organización en la Argentina que además de fortalecer este programa, trabaje en el área de educación e incidencia y así empezamos. Este año celebramos los 25 años del ICB. Dejamos todo y nos dedicamos ciento por ciento a esto, es el propósito de nuestras vidas, venir a ver ballenas fue una experiencia que nos cambió la vida”, cuenta sentada en una restinga de la playa de Puerto Pirámides, el pequeño poblado de Península Valdés. A pocos pasos, salen de manera constante, pero controlada, las embarcaciones colmadas con visitantes para hacer la observación de ballenas, el principal atractivo turístico de la región en esta época del año y que se extiende hasta diciembre.
Las ballenas franca austral, declaradas monumento nacional, tienen el poder de ejercer una fascinación especial en los que las observan, despiertan un interés y una curiosidad como pocos animales. No son especialmente lindas, pero esas moles que pueden llegar a pesar hasta 50 toneladas, y medir 17 metros, llenas de enormes callos blancos en la cara, se vuelven carismáticas, irresistibles, tanto para los viajeros como para los científicos, que desarrollaron diferentes líneas de investigación y trabajos de campo de dimensiones faraónicas para saber sobre la población que llega a estas costas y su comportamiento cuando se van.
Hace poco más de un mes un video realizado con un drone por el fotógrafo Maxi Jonas que muestra a una ballena que se acerca a una mujer que hacía stand up paddle en las costas de Puerto Madryn dio la vuelta al mundo y se publicó en los diarios más importantes. En la grabación se observa perfectamente cómo esa enorme masa negra, casi como un submarino que emerge de las profundidades, se aproxima a la tabla, la rodea, la toca con una aleta suavemente, casi como una caricia, y ¿juega?, pero sin hacer daño, controlando de manera sorprendente su fuerza descomunal.
“Las ballenas son curiosas, especialmente los ballenatos, que juegan como niños. Mariano Sironi, director científico del ICB, desarrolló el concepto de ballenidad: hay esquivas, tímidas, sociales, curiosas, cada ejemplar tiene sus características. Creo que nos fascinan porque son mamíferos marinos, compartimos el parto, la crianza, el amamantamiento. Cuando empecé a venir a ver las ballenas, en un momento estaba en un acantilado mirando esa cola emergiendo y sentí que eran un símbolo de supervivencia a pesar de todo”, explica Schteinbarg.
"Las ballenas son curiosas, especialmente los ballenatos, que juegan como niños. Mariano Sironi, director científico del ICB, desarrolló el concepto de ballenidad: hay esquivas, tímidas, sociales, curiosas, cada ejemplar tiene sus características"
Roxana Schteinbarg, ICB
Saber que su nombre esconde un pasado triste las hace aún más queribles. En inglés se la llama southern right whale por ser la ballena “correcta” para cazarla y matarla. Porque se acercaban inocentes y curiosas a los barcos, no ofrecían ninguna resistencia y quedaron al borde de la extinción.
La identidad en los callos
Una de las principales tareas en las que participa el ICB es la fotoidentificación de ballenas, que se hace por medio de vuelos a baja altura por la costa con toma de fotografías y luego una minuciosa tarea de visualización que les permitió conformar un catálogo con 4000 ejemplares y responder sobre cuáles son las amenazas que enfrentan. Roger Payne, que fue presidente de Ocean Alliance y pionero en la investigación de la ballena franca austral, descubrió que cada ballena franca tiene un patrón único de callosidades en su cabeza, que no varía con los años y que permite identificarlas, algo parecido a nuestras huellas dactilares.
Roger Payne, que fue presidente de Ocean Alliance y pionero en la investigación de la ballena franca austral, descubrió que cada ballena franca tiene un patrón único de callosidades en su cabeza, que no varía con los años y que permite identificarlas, algo parecido a nuestras huellas dactilares
Con la observación paciente de miles y miles de fotos pueden saber qué ballenas vuelven y con qué periodicidad, también hacer una especie de historia clínica, para saber que les está pasando a largo plazo. Algunas ballenas ya son habitué y se lograron varios registros a través del tiempo. También detectaron familias de ballenas de 5 generaciones, siempre siguiendo la línea materna, porque como el apareamiento es por grupos de cópula (varios machos con una hembra) no se puede saber quién es el padre.
Así, se sabe que Antonia, que nació en 1975, es madre de Docksider y abuela de Espuma, un macho de los más famosos, mitad gris oscuro y mitad blanco, que nació en 1994 y al que no se vio por muchos años. Hasta que el año último, después de analizar miles de fotos se descubrió que estuvo en la zona de San Antonio Oeste en 2017. De Valentina, que tiene más de 50 años, ya se conocen cuatro generaciones: 8 hijos, tres nietos y 4 bisnietos. En el relevamiento anual que hicieron hace apenas unas semanas contabilizaron 827 ballenas (entre ellas 320 crías) en las costas de Península Valdés, muy cerca del récord que registraron en 2018, que fue de 856.
Una de las líneas de trabajo que más inquieta a los investigadores es el estrés fisiológico que les provoca el ataque de las gaviotas cocineras. Durante las salidas de avistamiento de ballenas, las gaviotas revoloteando sobre el agua indican dónde encontrarlas; prácticamente no hay ballenas libres de gaviotas.
Una de las líneas de trabajo que más inquieta a los investigadores es el estrés fisiológico que les provoca el ataque de las gaviotas cocineras. Durante las salidas de avistamiento de ballenas, las gaviotas revoloteando sobre el agua indican dónde encontrarlas; prácticamente no hay ballenas libres de gaviotas. Aunque cueste creerlo, son sumamente vulnerables a los picotazos en busca de piel y grasa, tanto que se registraron cambios en el comportamiento: algunas apenas sacan la cabeza para respirar, sin exponer el lomo y en algunos casos, se producen muertes de ballenatos. La superpoblación de gaviotas hizo que la situación sea preocupante.
“Desde lo alto de los acantilados en un mirador hacia el golfo San José y en otro hacia el golfo Nuevo hacemos el seguimiento de madre y cría a intervalos fijos y registramos los ataques y el comportamiento de las ballenas luego del ataque. Este trabajo de campo se hace durante todo septiembre y sirve para ver cómo evolucionan los ataques en el tiempo, si aumentan o disminuyen”, explica Camila Muñoz Moreda, bióloga, de 27 años, que se encarga del monitoreo diario. Junto con su grupo de trabajo se apuestan durante horas, muchas veces de la mañana hasta que cae la tarde, en los miradores de Península Valdés. No le molesta el frío ni el viento patagónico que suele ser intenso; por las ballenas siente una pasión que considera inexplicable: “Es un amor incondicional. Cada vez que estoy cerca siento una conexión especial, de contemplarlas, de escuchar sus sonidos. Son esas pasiones de las que no se sabe el por qué.”
Camila también trabajó en la fotoidentificación durante varias temporadas con fotos de relevamientos aéreos que aportó la comunidad de Puerto Pirámides. “Es un trabajo muy arduo –cuenta–, pero que te da una satisfacción enorme cuando se encuentra una coincidencia, cuando se identifica una ballena que ya está en el catálogo”.
Cómo saber a dónde van
Otro de los trabajos que se está realizando con las ballenas es la implantación de rastreadores satelitales, un proyecto muy ambicioso y costoso, en el que participa un consorcio formado por varias instituciones. “Se buscan ballenas que estén tranquilas y receptivas para la maniobra de implantación, porque cada animal es un mundo y tiene la capacidad de responder de una manera diferente. Este año decidimos monitorear a 6 animales madres con cría y el resto animales solitarios, para ver hasta dónde se mueven; en total son 19 animales”, detalla Mariano Coscarella, investigador del Centro para el estudio de sistemas marinos del Centro Nacional Patagónico (Cenpat), que depende del Conicet. Hace 25 años que trabaja con las ballenas, aunque más que un trabajo lo considera una pasión y en sus días libres el mejor plan que encuentra para hacer con sus hijos es ir a ver las ballenas que se acercan al Área Natural Protegida El Doradillo, a poco más de 10 kilómetros de Madryn, donde hasta fines de septiembre se las ve desde la costa.
“Este trabajo, que se hace desde hace unos años –continúa– nos está dando mucha información. Antes se pensaba que se iban a comer a la zona subantártica y las islas Georgias, pero en realidad se desparraman por toda la plataforma, a unas 60 millas náuticas de Península Valdés, por todo el talud. Cada una agarra para un lado distinto, no es una migración ordenada, como se pensaba. Sabemos que tienen un rango de acción muy amplio”. También les permite interpretar los comportamientos y ver cuándo pueden estar comiendo en lugares donde no sabían que comían, como frente a la península. “Aún no sabemos si los copépodos (invertebrados muy pequeños) les alcanzan para alimentarse, pero en los movimientos generan patrones de comportamiento que son compatibles con alimentación.
Además, hacen un seguimiento con estudio de fotos de alta calidad para saber si el dispositivo, que puede durar hasta 6 meses (se desprende solo), les provoca algún daño o infección.
También aporta que están trabajando en generar modelos predictivos para ver adónde se van a mover las ballenas según crece la población. “Hace unos años empezamos a ver que la población en Península Valdés estaba dejando de crecer. Comenzamos a hacer vuelos en Río Negro y detectamos que cada vez aumentan más en la zona de San Antonio Oeste, en el golfo de San Matías, con una tasa de crecimiento del 13% anual. A medida que la población crece, van ocupando nuevas áreas”, explica.
Coscarella, que forma parte del comité científico de la Comisión Ballenera Internacional, el organismo mundial encargado de la conservación y la gestión de la caza, destaca que la Argentina es un ejemplo a seguir. “Tenemos que estar bastante orgullosos porque sabemos que el avistaje de ballenas es una de las cosas que estamos haciendo bien. Comparativamente con actividades que se realizan en otros sitios del planeta es un sistema bastante ordenado y sostenible. Sabemos que hay un impacto de comportamiento a corto plazo, sin embargo, no parece redundar en cambios en el costo energético de las ballenas”.
Ver y adoptar
Además de verlas en salidas turísticas, también se puede adoptar una ballena, aunque claro, sin llevársela a casa. Son doce, algunas ya conocidas y con años de visita a la zona, las que participan del programa de adopción que ofrece el ICB para los que quieren colaborar mensualmente con la investigación y conservación, anónimos amantes de las ballenas. Desde el ICB envían información cada vez que logran un registro del ejemplar, por dónde anduvo, si tuvo cría y también de los continuos trabajos que realizan.
Daniela Baca Coria es una de las 1700 personas que colaboran con el programa de adopción desde hace siete años: “Me fascinan las ballenas, tan grandes y tan atacadas durante años por la caza. Me parece un animal muy sensible. Cuando me enteré de esta posibilidad me metí y adopté una. Mi ballena es Espuma y la elegí por el color. Cada año trato de aportar un poco más, veo cómo trabajan por la información que me llega periódicamente”, cuenta desde Mendoza. “Aunque tengo una deuda pendiente –asegura– porque todavía no viajé a Madryn para verlas”. Cuando las vea a centímetros de distancia desde una embarcación, cuando las escuche respirar, cuando un coletazo la salpique, el amor será para siempre.
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